Municipalismo: ¿de qué hablamos?

Tiempo de campaña electoral. Tiempo de elecciones. Tiempo de promesas. Más o menos es lo que viviremos los próximos días debido a las elecciones municipales y autonómicas. Vemos cómo los partidos que hasta ahora han tenido poder prometen cosas que no han cumplido en años y que no cumplirán. Estrategia electoral.

, historiador
19/05/15 · 8:00
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Tiempo de campaña electoral. Tiempo de elecciones. Tiempo de promesas. Más o menos es lo que viviremos los próximos días debido a las elecciones municipales y autonómicas. Vemos cómo los partidos que hasta ahora han tenido poder prometen cosas que no han cumplido en años y que no cumplirán. Estrategia electoral.

Pero no son los partidos tradicionales lo que más me interesan de todo este proceso. Llaman más la atención las nuevas candidaturas. El llamado ‘proceso municipalista’ que ha tenido un largo recorrido en los últimos meses y que ahora se enfrenta a su prueba de fuego. Muchos nombres sobre el tapete, muchos procesos distintos, encuentros, desencuentros, encuestas, etc. Pero todos coinciden en una cosa. Es un proceso desde abajo que parte desde el 15M. Un proceso para conjugar institución y movimiento social. ¿Pe­ro es realmente así? ¿Es un proceso municipalista?

Si nos atenemos al término exacto de municipalismo, éste sería la gestión directa de un municipio por parte de sus integrantes. Un proceso que ya vislumbró Proudhon, defendido por el republicanismo federal y que el anarquismo tuvo como base en pensadores como Isaac Puente o Fe­lipe Alaiz. Su desarrollo implicaba –e implica– un cambio radical de las estructuras de la riqueza y el poder. Sin embargo, lo que hemos vivido estos meses es un proceso para formar candidaturas electorales con el mayor espectro posible que consiga disputar el poder municipal a los dos grandes partidos. Hay que hablar entonces de una apuesta por una reformulación de la gestión municipal manteniendo las estructuras existentes con el objetivo de darles otra utilidad. Esto, en realidad, no sería municipalismo.

Por otra parte, estas nuevas apues­tas han querido remarcar bien que se trata de la ‘vieja política’ frente a la ‘nueva política’ que representan. Un discurso nada novedoso. Duran­te las jornadas de Mayo del 68 también se remarcó la necesidad de superar lo viejo frente a lo nuevo. Surgió el concepto de la ‘nueva izquierda’. Sin embargo, los integrantes de esa ‘nueva izquierda’ tuvieron pronto un giro lampedusiano de “cambiarlo todo para no cambiar nada”. Inte­grarse en determinadas estructuras hizo rebajar los planteamientos iniciales. Algo que se ha comprobado ya en el proceso actual con el programa de Podemos. De sus aspiraciones amplias de transformación se ha pasado a una rebaja del programa político en aras de la “gobernabilidad”. Por no hablar de un lenguaje laclausiano de vaciar de contenido ideológico muchas cuestiones con el objetivo de alcanzar más votos. Peligroso discurso. Y estamos en los inicios.

Pero no hay que entender esto como una crítica sin fundamento. Nada más lejos de la realidad. Bakunin decía que para que estalle una revolución hacían falta dos cosas: condiciones objetivas que la permitan y, sobre todo, ilusión. Y mucha gente está ilusionada. Los libertarios participamos de la ilusión y nos sentimos parte de ella. Sin embargo, merece la pena que esa ilusión sea crítica. A los libertarios se nos ha acusado muchas veces de pesimismo y desmovilización. Sin embargo, compruebo con sorpresa cómo muchos defensores de la apuesta electoral municipal hablan de un “ahora o nunca”. Si es ahora, estupendo. Pero, si no se consigue, ¿es nunca? ¿Qué mayor desmovilización que decir que si no se consigue algo ahora no lo lograremos nunca?

Esto es lo que me hace pensar que los defensores del electoralismo están pensando sólo en las instituciones y nada en la lucha y la ­organización social en la calle, base de todas las transformaciones a lo largo de la historia. De hecho esa vorágine electoral ha conseguido dejar fuera de juego a muchos movimientos sociales surgidos al calor del 15M.

No voy a terminar haciendo el típico llamamiento a la abstención. Que cada cual actúe en consecuencia. Que quienes voten lo hagan con un sentido crítico. Que quienes no lo hagan sigan en la brecha. Pero también decir que lo que estamos viviendo no es nuevo. Estos días releía a Errico Ma­latesta y su En tiempo de elecciones. Invito a que lo lean. Es la mejor manera de mantener vivo algo que es políticamente necesario: el ejercicio de la crítica y la duda.

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comentarios

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    maríx62
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    Mar, 05/19/2015 - 17:10
    Ahora o nunca, vale, mal expresado, viene a significar ¡es ahora, éste es el momento, no lo dejemos escapar!, expresa la ilusión, una de las condiciones. La otra, más peliaguda, parece que se da. ¿Y ahora? ¿Vale la pena optar a cambiar la gestión sin cambiar el sistema? para los hambrientos seguramente sí, porque su necesidad es aquí y ahora, y no olvidemos que son las personas concretas las que motivan nuestro pensamiento, al menos el mío. ¿Serán los métodos de los nuevos políticos eficaces para cambiar las condiciones de vida sin cambiar el sistema? les supongo informados de las dificultades y de otras alternativas. ¿Cómo evitar el gatopardo? con la movilización permanente de la gente de base en los barrios, en círculos, asociaciones o como sea, para seguir construyendo redes; con métodos de información horizontal y participación organizada, también por supuesto de abajo a arriba; con control y exigencia de cumplimiento de programa y principios éticos. Con ciudadanía en fin, que es un trabajo pedagógico y social a largo plazo en nuestras comunidades, ciudadanía que es la que con sus prácticas puede sostener un cambio del sistema.
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