Participación y cambio en la política institucional

Uno ha podido llevarse más de un susto al constatar las renuncias que aceptaban los movimientos en el camino hacia la creación de alternativas electorales

, militante de Anticapitalistas, participa en Podemos
08/05/15 · 8:00

Estos meses han sido testigo de un cambio político inaudito en el Estado español y se han ido desgranando una serie de acontecimientos que nos llevan a una situación extraña. Podemos ha protagonizado una irrupción en la que participan también otros actores, y cuyo resultado es un estado de cosas heterogéneo, contradictorio, compuesto de cuerpos que aún se extrañan entre sí. En este contexto, algunas cuestiones resultan poco comprensibles a primera vista; y posiblemente la baja participación de los jóvenes en el ciclo político es una de las más sorprendentes. Tal vez un par de notas sobre el movimiento y sobre la socialización de esa juventud puedan aclarar algo.

Los procesos electorales tienen una puerta estrecha en la que las características más heterogéneas pueden atascarse. Pregunten a Ganemos Madrid cuánto de su singularidad –de su municipalismo, de su horizontalidad– ha perdido al pactar con Podemos para lograr una alternativa institucional viable. Las elecciones implican tareas desagradables –negociaciones, composición de listas– que hacen surgir conflictos. Y es un proceso duro; especialmente si uno apenas ha tenido tiempo de digerir los procesos en los que está inmerso. Si joven es cualquiera que tenga hasta 35 años la cosa puede cambiar, pero si somos un poco más estrictos parece claro que una activista que tenga en torno a 20 o 25 años ha podido llevarse más de un susto al constatar las renuncias que aceptaban los movimientos en el camino hacia la creación de alternativas electorales.

Y es que basta con una ojeada rápida a los Podemos, Ganemos, etc. para darse cuenta de que la generación que domina el cambio político-institucional no es tan joven como a veces se dice. Es más bien la generación que tiene hoy entre 30 y 40 años. El dato no es irrelevante porque esas generaciones llevan décadas de pelea, en muchos casos bajo el paraguas de la autonomía, uniendo pequeñas victorias en sus dinámicas cooperativas y grandes derrotas en el modelo social. Esa generación puede estar dispuesta a quemar las naves para superar el bloqueo institucional pero quienes han llegado recientemente pueden quedarse atónitos, sin llegar a entender la ligereza con la que han iniciado el fuego.

Esto puede valer para la parte más activista de los jóvenes; en el otro extremo están los que no tienen un interés efectivo por lo político. Aquí se sitúa el típico análisis que, resumiendo, sería éste: "los jóvenes pasan de votar". Un estudio ya antiguo –usa datos de las elecciones generales entre 1986 y 2004– pero muy amplio confirma parcialmente esto: la abstención es significativamente mayor en el sector de edad entre 18 y 30 años. Habrá que reconocer, además, que las décadas en las que han crecido los jóvenes no son precisamente un periodo de apertura política. La fosilización del consenso constitucional, el cierre ideológico que el neoliberalismo ha ejecutado para defender el crecimiento económico y la desigualdad social y la institución de la UE como una descomunal entidad tecnocrática no invitan a participar. Más bien funcionan como un desincentivo, El reto de mayor calado es producir un nuevo espacio en el que los jóvenes perciban que hay realidad más allá del horizonte convirtiendo la política en un elemento opaco e inútil. En esa línea, Brais Fernández y Jaime Pastor nos recuerdan en un artículo reciente que "Gramsci explicaba que el sentido común es la forma que tiene la ideología dominante de presentarse como 'natural'", y sin duda ese ha sido el gran proyecto sociocultural del capitalismo: vender la realidad vigente como la natural, la única posible. Así que los jóvenes no sólo se enfrenta a una realidad opaca sino que han socializado en un entorno en el que se daba por hecho que no había otra posibilidad.

Es cierto que los procesos de ruptura –artista antes conocido como revolución– necesitan tiempo, pero, si hay algo de acierto en lo que hemos expuesto, los agentes del cambio tienen que asumir algunos retos para no perder a los jóvenes: el más elemental, controlar una dinámica en la que una generación pretende liderar un proyecto que, seguramente, debe demasiado a sus ansiedades y sus derrotas, y que ahora está dispuesta a ganar sea como sea. El de mayor calado: conformar un proceso que trabaje por la ruptura real para producir un nuevo espacio en el que los jóvenes perciban que hay realidad más allá del horizonte del capitalismo.

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