Acumulaciones, mitos y otras artes

Para aquellos que venimos de los movimientos sociales, participar en un proceso de asalto institucional produce vértigo. Por eso muchos andamos en un constante ejercicio de equilibrio impulsados hacia el objetivo que nos atraviesa, al mismo tiempo que pendientes de las contradicciones en las que incurrimos. Se trata de evitar errores pasados: tener conciencia de los posibles yerros permite anticiparnos a sus seguros efectos.

, antropólogo y activista de Ganemos Madrid y de Ahora Madrid
12/05/15 · 8:00
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Para aquellos que venimos de los movimientos sociales, participar en un proceso de asalto institucional produce vértigo. Por eso muchos andamos en un constante ejercicio de equilibrio impulsados hacia el objetivo que nos atraviesa, al mismo tiempo que pendientes de las contradicciones en las que incurrimos. Se trata de evitar errores pasados: tener conciencia de los posibles yerros permite anticiparnos a sus seguros efectos.

Desde la irrupción de Podemos y la gestación de candidaturas de uni­dad popular dispuestas a concurrir en las elecciones locales, nos encontramos ante una serie de paradojas heredadas de nuestras propias culturas políticas. Hay dos especialmente urgentes por cuanto nos pueden ayudar a buscar mecanismos de alianza entre los procesos ‘institucionalistas’ y aquellos otros que mantienen su esfuerzo alrededor de los movimientos sociales.
 
La primera de esas paradojas podríamos llamarla el “mito de la acumulación”. Para los defensores del asalto electoral es posible la ruptura democrática y la paralización de la agenda austericida por medio de una lenta acumulación de reformas lideradas por el Estado. La historia nos dice que ese aserto, en el mejor de los casos, produce experiencias apasionantes como la de Chile de Allen­de o los recientes gobiernos latinoamericanos, y en la mayoría una ­socialdemocracia a la europea más o menos redistribuidora. Ya lo dijo Ro­sa Luxemburgo: a la revolución no se llega por la lenta acumulación de reformas. Este mito tiene también su correlato entre las filas movimentistas: al cambio radical sólo se llega por medio de una lenta acumulación de luchas sociales en la base. La historia nos enseña que no siempre ha sido así, y que ciertas experiencias revolucionarias nacieron de acontecimientos que tuvieron la capacidad de acelerar la desobediencia. Que se lo pregunten a nuestros vecinos portugueses durante la Revolución de los Claveles.
 
Tomado el 15M como ciclo de movilización y entendido también como lenta acumulación por abajo de ­mareas, colectivos, asambleas, experiencias autogestionarias, no podemos afirmar que hayamos sido capaces de penetrar la férrea muralla de los poderes instituidos. Hemos conseguido –que no es poco– cambiar la atmósfera de la sociedad, hemos gestado nuevos itinerarios de subjetivación política, pero el despliegue de la agenda neoliberal –salvo ciertas victorias puntuales– ha seguido incólume. Muchos alegarán que este ciclo ha sido demasiado corto y que debemos contemplarlo a largo plazo, pero los tiempos no son urgentes porque haya elecciones en el horizonte, sino porque los niveles de pobreza son exigentes para con la creatividad política. El tiempo es un lujo para aquellos que apenas pueden poner la calefacción en invierno. Así que, si de verdad anhelamos un cambio de rumbo estructural, tendremos que empezar a pensar en términos de superación de este mito acumulativo.
 
Segunda paradoja a la que nos enfrentamos las gentes que andamos en eso de impulsar candidaturas de unidad popular al mismo tiempo que reforzar los movimientos sociales. Signifique lo que signifique ese cambio deseado, sólo será posible su viabilidad si participan en él las mayorías sociales. No en vano se nos llena la boca hablando de “los de abajo”, “la ciudadanía”, como si se tratara de un cuerpo homogéneo y prístino. Tenemos la responsabilidad de construir dispositivos políticos con capacidad de interpelar a amplios segmentos de la sociedad dentro de los cuales existen fuertes tensiones.
Ahora bien, ¿de qué mayorías sociales estamos hablando? Intuyo –echando un vistazo a la estructura social de nuestras urbes– tres universos que han sido los principales damnificados. Estoy hablando de eso que algunos teóricos denominan el “precariado”, así como el nuevo proletariado de servicios. También creo ­urgente interpelar al pequeño y mediano empresariado –autónomos, cooperativas, microempresas, pymes, empresas familiares– que han sido devastados por las políticas al servicio del Ibex35. Con la excepción de la PAH y ciertos momentos de las mareas, que fueron capaces de hilvanar alianzas con esos segmentos sociales, desde los actores políticos municipalistas aún nos queda un largo trecho por recorrer. Y éste es un lujo que no nos podemos permitir.
 
De la capacidad que tengamos para contribuir a articular y construir dispositivos de empoderamiento y participación de esos segmentos en la ciudad dependerá en buena medida nuestra fortaleza para transformar las instituciones en auténticas herramientas al servicio de la ciudadanía. Estamos aún lejos de superar estas dos paradojas.
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