A pocos días del comienzo oficial de la campaña para los comicios municipales, un repaso somero al proceso de creación de candidaturas de nuevo cuño al calor de los discursos que las han posibilitado nos arroja un retrato nada ilusionante más cercano al fraude que al fracaso.
A pocos días del comienzo oficial de la campaña para los comicios municipales, un repaso somero al proceso de creación de candidaturas de nuevo cuño al calor de los discursos que las han posibilitado nos arroja un retrato nada ilusionante más cercano al fraude que al fracaso.
El uso y abuso de análisis periodísticos de la situación presente, con la acuñación de expresiones de éxito como 'Régimen del 78', ha inflado ciertas visiones en las que sus protagonistas se pretenden en paralelismo histórico con tiempos clave, imaginándose gobernar el barco de la Historia. La realidad muestra que, al contrario, es la más burda corriente la que les arrastra a la deriva. El autoconsumo universitario de ardides como el de la “estructura de las oportunidades políticas”, que tanto furor ha hecho en las facultades de Políticas, ha colocado a estos aspirantes a élite caracterizados de opositores en un lugar que les entrona como recuperadores conscientes de una ineluctable debacle de los movimientos.
Y en cuanto a los análisis de carácter sociológico, eslóganes del tipo “la ruptura que constituyó el 15M” son, a día de hoy, excusa no más que para marcar un estilo de época en el que la repetición de errores históricos elude la responsabilidad para con la memoria de las luchas. Junto a ello, la inclusión de un nutrido grupito de ‘movimentólogos’ entre los aspirantes ha complicado las retóricas autojustificantes con un cúmulo de palabrería que delata su distancia de las pulsiones populares y de las prácticas transformadoras.
La lectura interesada del “somos el 99%” ha sido el ariete para ir fabricando en los últimos tiempos una ideología ad hoc para quienes se han soñado ‘clase media para sí’, engendro del último estertor del desarrollismo. Pasando del apoliticismo a la apología de la correcta administración, la vuelta a fórmulas keynesianas, posibilitadas por sus redivivos pilares patriotismo y progreso, vende humo a una clientela que tragaría con todo. De esto, que los delirios tecnófilos de programas tipo C’S obtengan similar crédito y compitan en votos por el mismo segmento de crédulos. A ello se suma la versión menor en tono “desarrollo sostenible” desplegada por otras candidaturas municipalistas, que sin llegar a los anteriores extremos, se conforma con aspirar a regular las ruinas. No por casualidad, éstas han nacido en municipios que por sus puras dimensiones materiales escapan a un posible diseño social alternativo.
Y de la vocación de mayoría del espíritu occupy, travestido como 'fin del bipartidismo', resta ahora la realidad de estabilizarse como opción minoritaria en el arco municipal. Quizá, como mucho y en algunos lugares, esto pueda desestabilizar las balanzas locales obligando a mostrar cierto músculo de izquierda a las tradicionales formaciones socialdemócratas. Pero de ahí a la modificación de sus políticas o a la alteración de las reglas del juego sistémico hay un abismo. De esto que estas candidaturas hayan atraído a los restos del izquierdismo extraparlamentario contento con figurar en la foto, o que hayan salvado del naufragio a la más vil izquierda hundida. Y al compás de este proceso, han vuelto a la cotidianidad las zancadillas, atajos, camarillas y pasilleo característicos del cáncer izquierdista.
En no bemol
Poco más de los nuevos estilos de “participación política” que pretendían haber nacido para renovar los repertorios de los movimientos, sin causalidad alguna con la aparición de la nueva cacharrería electrónica como opción de consumo de masas y de relación mediada. Categorizando la improvisación como inmediatez y el no-lugar de la falta de ubicación en virtud, se encuentran al borde del mínimo participativo, más allá del momento inicial de parloteo. Así la toma de decisiones bajo estos aparatos se torna en mero plebiscito y, en la práctica, en herramientas de ratificación de apaños y tejemanejes.
Faltan, entonces, bemoles para llamar a las cosas por su nombre y reconocer que, por encima de los discursos, se encuentran unas pobres prácticas que, si bien pueden enmascararse en la fraseología posmoderna al uso, no pueden ocultar sus marchitos contornos. Faltan bemoles para admitir que la deriva de estos dos últimos años ha supuesto una renuncia, y que la aventura de las candidaturas ha supuesto la puesta en práctica de una derrota, que ya ha mostrado su pútrida cara en el proceso de su constitución, y eso que aún no hemos llegado a la hora de la verdad de su gestión del mundo de lo posible.
comentarios
1