Podemos, si sabe actuar con audacia e inteligencia política, puede conseguir consolidar definitivamente la paz en Euskal Herria, tras un largo y doloroso conflicto.
Decía Chesterton que lo más increíble de los milagros es que en ocasiones acontecen; y, ciertamente, el cambio en la política española en los últimos tiempos tiene algo de milagroso. En cualquier caso, bienvenido sea: bienvenidos el 15M, las marchas de la dignidad, la PAH… y el resto de expresiones de descontento organizado que han florecido en el Estado español.
Por otro lado, la aparición de una nueva fuerza política como Podemos no puede ser más que positiva vista desde una perspectiva soberanista de izquierdas. Por primera vez en mucho tiempo, un partido con chance de ganar las elecciones en España habla de derecho a decidir, de proceso constituyente, de Estado plurinacional, y hasta del derecho de autodeterminación… términos hasta ahora tabú en el lenguaje político mediático de la villa y corte. Tratándose, además, de un partido favorable al cambio social y la regeneración democrática, las personas soberanistas de izquierdas de Euskal Herria sentimos esta brisa del sur como una caricia agradable; quizá demasiado encallecida tras tantos años de cierzo: de luchas y sufrimientos propios y ajenos.
Podemos trata ahora de conseguir un nuevo milagro: ganar las próximas elecciones generales, y ha entendido que para conseguirlo tiene que llevar a cabo algunas renuncias. Es algo comprensible, casi inobjetable, pues la consecución de consensos siempre implica dejarse pelos en la gatera. Claro está que la dificultad estriba en saber dónde poner las líneas rojas tras las que esas renuncias se convierten en dejación de principios básicos.
Es perfectamente legítimo, por ejemplo, que Podemos apueste por la unidad del Estado español –faltaría más– siempre que no se considere esa unidad como algo sagrado e inamovible, y se entienda que si un pueblo de forma democrática y mayoritaria decide separarse del Estado, tiene el derecho a hacerlo.
Por primera vez en mucho tiempo, un partido con chance de ganar las elecciones habla de derecho a decidir, de proceso constituyente, de Estado plurinacional, y hasta del derecho de autodeterminación…
Es también legítimo que se consideren los derechos sociales como prioritarios sobre los derechos nacionales, aunque muchas personas aquí pensemos que los segundos son garantía de los primeros, algo lógico cuando el Gobierno español ha cercenado unos y otros desde que tenemos memoria. Si esto cambiara, tal vez se abrirían nuevos caminos de entendimiento entre iguales, de solidaridades de clase. Tal vez, la convivencia en paz desarrollaría nuevas fórmulas de cooperación, de trabajo en común entre vecinos bien avenidos; incluso, de nuevas formas de soberanías compartidas. Al fin y al cabo, todo es posible desde el respeto mutuo.
A nadie se le escapa, que para conseguir estos objetivos, en primer término, habremos de consolidar la paz tras largos años de conflicto violento. Y es en ese campo, en el llamado proceso de paz, donde estriba la primera dificultad.
Seguir el camino de la paz y el respeto a los derechos humanos de todas y todos, son algunos de esos principios básicos sin los que la estrategia política –o la táctica electoral– se desliza rápidamente hacia el populismo. Dicho esto, reconozco que no me gustaría estar en la piel de Pablo Iglesias y los suyos cuando tienen que lidiar con el caso vasco. Cada vez que hablan del asunto les cae encima un chaparrón de acusaciones que deben apresurarse a refutar. Ello les obliga a mantenerse en cierto grado de ambigüedad, algo que irrita a muchas personas en el País Vasco, sobre todo cuando hablamos de determinados temas sensibles a este lado del Ebro, como la conculcación sistemática de los derechos humanos de las personas presas. Desde luego, existe el riesgo de que, de no hacerlo, esa misma irritación se multiplique al otro lado del tan citado río, donde la cosecha de votos es sin duda mucho mayor.
Sin embargo, hacer dejación de principios en este tema es caminar por sendas peligrosas, que finalmente pueden perjudicar más que beneficiar al propio Podemos. Implica ceder a un chantaje político/mediático tras el que pueden venir otros, pues –como sabemos bien los aficionados a la novela negra– el chantajista es un ser insaciable. ¿Cómo salir entonces del atolladero sin ceder en principios elementales y avanzar en el camino de la paz?
En mi modesta opinión, existen alternativas a este aparente callejón sin salida. La primera y más importante se puede resumir en una frase: tarde o temprano habrá que coger el toro por los cuernos. Cuanto antes mejor.
Podemos, si sabe actuar con audacia e inteligencia política, puede conseguir consolidar definitivamente la paz en Euskal Herria, tras un largo y doloroso conflicto. La élite política, económica, mediática –o la casta si preferís– trata de conseguir que ese logro se convierta en un debe electoral en vez de en un haber, pero yo estoy seguro de que el pueblo español –y desde luego el pueblo vasco– sabrán entender la importancia histórica de un logro semejante. Cierto que la experiencia de Zapatero, y el error trágico del atentado de ETA en la T4 –y cuando hablo de error lo hago estrictamente en términos políticos– podría disuadir a un político medroso. Pero estoy seguro que éste no es el caso de los dirigentes de Podemos, que, además, saben perfectamente que la repetición de algo parecido es ahora mismo casi un imposible. Es necesario hacer un esfuerzo de pedagogía política, que no puede demorarse más tiempo. Tal vez no sea de recibo lanzarse al ruedo sin capote y muleta, pero no servirá tampoco de nada quedarse indefinidamente tras el burladero.
Es legítimo que Podemos apueste por la unidad del Estado español siempre que no se considere como sagrada e inamovible
Las personas que componen Podemos, tanto en Euskal Herria como en el resto del Estado, podrían impulsar un cambio de percepción en la opinión pública española. Una percepción todavía muy distorsionada por años de desinformación generalizada, y que todavía continúa a pesar del fin de la violencia de ETA.
Sabemos desde hace tiempo –y creo que los dirigentes de Podemos esto lo entienden muy bien– que el propio lenguaje –la manera de nombrar– influye notablemente sobre lo nombrado. En ese sentido, es fundamental cambiar la “neolengua” que distorsiona la realidad de las cosas referidas al tema vasco. Es urgente dejar de utilizar un lenguaje antiterrorista –o ‘securócrata’– para referirse a expresiones políticas legítimas, reclamaciones democráticas o incluso reivindicaciones humanitarias.
Esta neolengua trata de difundir la teoría negacionista sobre el conflicto vasco. Con su corolario de que, al no haber conflicto, sólo puede haber víctimas de una parte. La realidad de la tortura, del terrorismo de Estado, de la violencia policial es así negada de raíz. Superar el lenguaje del pasado supone darse cuenta de que las cosas han cambiado, y empeñarse en mantenerlo coloca a quien lo hace en el campo de los enemigos de la paz. Afortunadamente, se escuchan cada vez más voces en este sentido.
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