El sábado 17 de enero, el caso que ocurrió el 4 de febrero de 2006, juzgado en 2010, protagonizó algo que nunca había sucedido antes.
Lo de Ciutat Morta es ya una historia dentro de la historia. Es decir, algo que ya explica más cosas de las que explica. Las cosas empezaron a explicarse en un cine que se ocupó en 2013 para proyectar la peli, y del que salió todo el mundo con el alma de pasta de boniato. Desde entonces, la peli se ha ido proyectando en diversos sitios, en ateneos, locales... Lo llamativo –yo, al menos, jamás había visto esto antes– es que todo el mundo salía de esos actos con una cara rara. Cara de Ciutat Morta, un tipo de expresión que se repetía en los rostros cuando alguien preguntaba a alguien ¿has visto Ciutat Morta? Sea como sea, esa cara podía haberse arrastrado por Barcelona durante décadas. Pero el sábado 17 de enero todo cambió.
Ese sábado, el documental fue retransmitido por Canal 33. Se trata del segundo canal de TV3. No lo ve ni el gato. Un sábado a la noche, Canal 33 es un páramo. El consumo televisivo ilustra reglas no escritas de la vida. El lunes es el día en el que más personas miran la tele. Tal vez huyendo de algo que ha pasado el fin de semana. Es decir, que no ha pasado. Posteriormente, se inicia un descenso de audiencia que culmina el domingo. Anyway. Retransmitir Ciutat Morta en sábado noche daba, por tanto, igual. No obstante, empezaron a pasar cosas raras. Desde las redes, se empezó a animar a ver la peli. Es más, a verla en comunidad, en grupo, en los bares –esa noche, pasé frente a un bar en Barcelona, en el que todo el mundo estaba mirando la peli; gastaba, en efecto cara de Ciutat Morta–. El mismo día de la proyección, un juzgado censuró cinco minutos de la producción, a petición de un poli. El interés por la peli se multiplicó. Y el canal obtuvo al final una audiencia superior al medio millón de personas. Algo espectacular. Pero el fenómeno no acabó aquí. Tras la proyección, se convocó una concentración espontánea. Acudieron cientos de personas. Con la cara de Ciutat etc.
Al día siguiente, la ciudad entró en contradicción. La poli emitió tuits-yuyus, y la institución municipal, solita, proclamó la crisis. Emitió declaraciones contradictorias y poco certeras. CiU defendió gestiones socialistas, ICV se desmarcó de aquella época en la que gobernaba y emitió autocríticas, y –lo que queda de– el PSC navegó.
El caso que ocurrió el 4 de febrero de 2006, juzgado en 2010, protagonizó algo que nunca había tenido antes. Portadas, información, presencia en la tele. Copó, en fin –tarde, pero por derecho propio–, los medios, como antes había copado las caras de la ciudadanía. La proyección de la peli en un canal mangui consiguió, incluso, que la ciudadanía y los políticos, un tanto corridos y desencajados, pidieran esa cosa tan improbable por aquí abajo como es la reapertura de un caso judicial.
El caso 4F, del que Patricia Heras ha sido el emblema, el sparring más dramático, no desapareció de la memoria y la realidad gracias a un puñado de periodistas y a un periódico, La Directa, que trabajó la investigación que Ciutat Morta ordena. Con el 4F ha pasado, en fin, como con el Watergate. Ya saben, un caso que destaparon e investigaron un par de periodistas frikis, sin repercusión alguna. Hasta que sus investigaciones llegaron a la tele, momento en el que se convirtieron en paisaje, y un presidente que no encajaba con el paisaje se tuvo que ir por piernas/legs. La tele, esa cosa antigua, ha confirmado que sigue siendo importante. Mucho. Es un medio popular. Quizás por ello, en ese medio se están colando varias generaciones, que no han podido entrar en otros medios, que no pueden ejercer la opinión ni la información, y que si quieren informar sobre el 4F deben construir un periódico. Los malos están intentado regular las redes. Pero todo se les está yendo al garete varias casillas antes, en la tele, ese cacharro.
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