El próximo día 25 nos la jugamos codo con codo con Alexis y las gentes de Syriza en las elecciones griegas.
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Míchel ha regresado de Grecia. Tras dos años entrenando al Olympiacos y después de hacerle campeón de dos ligas y una copa, la directiva del club heleno ha decidido prescindir de sus servicios. El equipo iba bien y la afición mantenía una relación amorosa con el entrenador madrileño. Ha dado igual. Desde que nos convirtieron el fútbol en negocio, los aficionados pintamos muy poco. Ahí, como en tantas cosas, existe una simetría entre el balompié y la pauta socio-política que nos gobierna: cada vez somos menos ciudadanos. Hoy ni el fútbol resulta un juego ni nuestras sociedades son democráticas. Lo decía John Berger hace poco: cada vez usamos más las palabras como meras etiquetas que circulan inertes y vacías. Fútbol y democracia significan ya otra cosa.
Para la mayoría social en el sur de Europa no hay otra alternativa que un cambio político y social profundo
A Míchel le apasiona el fútbol tanto como le gusta conversar. Nada más aterrizar en Madrid ha charlado con todo periodista que le ha preguntado sobre su regreso. La otra noche, en un estudio radiofónico, Míchel fue además interpelado acerca de la situación política en Grecia. Las gentes del fútbol suelen evitar esas cuestiones o, a lo sumo, se mueven en un registro simplón que replica la corriente sistémica de opinión. Míchel, sin embargo, dejó un gesto inesperado. Sondeado sobre las próximas elecciones en Grecia, el entrenador no se refirió al portavoz de Syriza como Tsipras, sino que le llamó Alexis. El uso del nombre de pila y no del apellido connota una emoción positiva hacia la persona a la que se alude. Ante la insistencia del periodista, para el que no pasó desapercibido el gesto de Míchel, el entrenador expresó que en Grecia “el trabajador está muy dañado, todo lo público está bastante deteriorado… (…) Por eso ahora se habla mucho de que va a ganar el partido de Alexis. Es una alternativa para la que no existe ya otra alternativa”.
Sin él saberlo, Míchel nos ha regalado una valiosa pista para pensar el campo político actual, marcado por la emergencia de una coyuntura histórica en la que discursos, análisis, propuestas y formas de subjetivación tradicionalmente marginadas en el espacio público de la política, no sólo cuestionan hoy el statu quo de los poderosos, sino que se presentan como alternativa real y posible a lo existente, circulando entre la gente convertidas en verdadero sentido común. La clave aportada por Míchel tiene que ver con la combinación en su discurso de dos elementos: las emociones y un dispositivo mental al que Freud llamó principio de realidad. Al igual que para el entrenador de fútbol, para cada vez más ciudadanos y ciudadanas Tsipras es Alexis y el peso de una realidad evidentemente insoportable para la mayoría social en el sur de Europa indica que no hay otra alternativa que un cambio político y social profundo. No es sólo que lo deseamos, sino, sobre todo, que lo necesitamos. El principio de realidad transforma la energía libre en energía ligada. Pablo Echenique lo llama la urgencia de los desesperados. No nos queda otra.
No obstante, la profundidad del cambio político y social que requiere el presente nos exige de la movilización de algo más que las emociones. La neurociencia distingue entre la emoción y el afecto. Mientras que la primera es una respuesta individual interna, el segundo implica necesariamente un proceso de interacción con otros. Nos emocionamos cuando, por ejemplo, alguien restituye en televisión el significado de las palabras. Del mismo modo que nos afectamos cuando participamos del esfuerzo colectivo por detener un desahucio o cuando damos vida con otros a una asamblea o a una candidatura ciudadana a unas elecciones locales. Al contrario que las emociones, que ni se dan ni se quitan, puesto que sólo se experimentan en uno mismo, los afectos pueden darse y recibirse, lo que implica la posibilidad de fundar vínculos sociales fuertes. De ahí, precisamente, el carácter vital de lo afectivo para la política que necesitamos.
La convocatoria de Podemos del 31 de enero seguramente persigue la movilización de una energía afectiva multitudinaria
Tras cuatro décadas de catastrófica intervención neoliberal sobre la vida, los tejidos sociales languidecen y nuestra capacidad para afectarnos sobrevive profundamente erosionada por la imposición mediática de una suerte de dictadura de las emociones. La más decisiva de las intervenciones del 15M sobre nuestra vida se dio en ese crucial terreno. Por eso, entre otras cosas, puso sobre la mesa la centralidad política de lo sensible. Es muy posible que las gentes de Podemos lo sepan. No en vano muchos de ellos y ellas fueron parte activa de las plazas y dieron cuerpo al clima de ese mes de mayo. Su propósito de volver a tomar pacíficamente la Puerta del Sol el próximo 31 de enero indica su deseo de dibujar explícitamente su vínculo simbólico con el 15M. Más allá de la importancia mediática de la iniciativa, la convocatoria seguramente persigue la movilización de una energía afectiva multitudinaria. En este sentido, más importante que el evento es el proceso colectivo de construcción del mismo. La organización de los autobuses desde mil y un lugares de la península, la coordinación entre círculos, la experiencia del viaje, los bocadillos de tortilla y los abrazos, los cansancios y las conversaciones interminables, el conocerse con otros. Ojalá que en ese proceso afectivo se aplaque colectivamente el peligro de que lo identitario imponga su ley y su sentido.
Hace unos días Antonio Negri expresaba una idea que puede resultar útil al respecto de la ilusionante coyuntura política que se ha abierto ante nosotros: “Si no queremos tener más miedo y sentimos que nuestra pobreza y nuestra fraternidad vencerán, es urgente que hagamos emerger de la horizontalidad de los movimientos una vertical política que sepa expresar fuerza y programas políticos”. En ese oxímoron se juega una parte importante de nuestro presente. En el partido entre los de abajo y los de arriba, tenemos que robar la pelota en campo contrario y afrontar el reto de una estrategia en lo vertical sin renunciar ni un segundo a la Democracia Corinthiana. Cuando hablamos de nueva política nos referimos muchas veces a esto. Algo que no es ni una cosa ni la otra, ni horizontal ni vertical y, más allá de los significantes y las viejas palabras que necesariamente usemos para hacernos entender, algo que ya no es ni partido ni movimiento, sino otra cosa, una nueva que, además de declinarse en el gerundio del verbo inventar, se construya a base de afectos.
Todo parece indicar que el 31 de enero puede marcar una fecha importante en el calendario del cambio político en curso. Más importante aún será el próximo mes de mayo, cuando los de abajo surquemos las aguas municipales y autonómicas en el barco de Guanyem Barcelona y de las diferentes iniciativas electorales de protagonismo ciudadano que están aflorando por ciudades y pueblos de toda España. Sin embargo, hay una fecha vital más cercana en la que a los ciudadanos y ciudadanas del sur de Europa también nos va la vida. El próximo día 25 nos la jugamos codo con codo con Alexis y las gentes de Syriza en las elecciones griegas. Como cantaba Lou Reed, “este no es tiempo para circunloquios ni para discursos aprendidos, este es un tiempo para la acción porque el futuro está al alcance”. Are you ready for rock and roll?
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