Zapatistas: empeñados en el ‘bien vivir’

Resistencias y rebeldías globales.

, sociólogo y profesor de Estudios Culturales en la Universidad Pública de Nueva York
18/01/15 · 8:00
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Isa

Cada vez con más nos unen el dolor, pero también la rabia. Porque ahora, y desde hace ya un tiempo, vemos que en muchos rincones se encienden luces”. A 21 años de su levantamiento armado, la palabra zapatista sigue hablando la misma lengua, pero ha cambiado de voz. En la portavocía del movimiento, Moisés ha sustituido a Marcos y, más allá del imaginario evangélico con el que juegan ambos seudónimos, el éxodo zapatista sigue su curso en espiral. Cientos de miles de hombres, mujeres, ancianos y niños gobernándose a partir de sus necesidades, capacidades, posibilidades y deseos colectivos. Un roto en la Historia Universal por el que emerge una historia multiversal y contingente hecha de procesos más que de eventos, de enunciaciones comunes más que de nombres propios. Desde hace más de 20 años, los pueblos zapatistas del sudeste de México protagonizan una profunda experiencia de democracia real y de emancipación. Tal vez la más integral y duradera de la historia moderna.

“Sólo con movimiento y organización los de abajo podremos defendernos y liberarnos”. El mensaje del Ejército Zapatista de Liberación Na­cional rebota en el alba del nuevo año. Cada 1 de enero desde hace más de dos décadas, los pueblos zapatistas reciben el año festejando el aniversario de su levantamiento en 1994. Sin embargo, las palabras del subcomandante Moisés no tienen nada de ritual ni de celebración de un acontecimiento pasado. Más bien son una señal que se conecta decididamente con el presente. Los zapatistas han recibido el año 2015 acompañados de los familiares de los 43 estudiantes secuestrados hace más de tres meses en Ayotzinapa, en el Estado de Guerre­ro. “Hoy lo más doloroso e indignante es que no están con nosotros los 43. (…) La pena por las muertes y ­de­sapariciones. El coraje por los malos gobiernos que esconden la verdad y niegan la justicia”, ha expresado la comandancia zapatista por boca de su portavoz.

Ayotzinapa es un condensador de la barbarie que atraviesa el México actual. Desde 2006, 85.000 personas han sido asesinadas. Durante los mandatos de Felipe Calderón y de Peña Nieto, actual presidente mexicano, han desaparecido en el país 22.000 ciudadanos. Amnistía Inter­nacional señala que en la última década el número de denuncias por tortura a manos de las fuerzas armadas o de la policía aumentó un 600%, mientras que entre 2005 y 2013 solamente siete torturadores fueron condenados por la justicia local. Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, 70.000 migrantes desaparecieron en el país entre 2007 y 2012. México no es un Estado fallido, como han señalado algunos, sino una forma de Estado que ha impuesto la ‘tanatopolítica’ como condición de un régimen de acumulación económica basado en la destrucción de la vida y de toda forma de sociabilidad que resista el mando de los políticos, el narco y las élites económicas. La alianza entre esos tres agentes implica la combinación de una ‘economía criminal’ de proporciones gigantescas, con una ‘criminalidad económica’ profunda que multiplica e intensifica los estragos provocados por las políticas neoliberales en el país.

Corazón colectivo

El pistoletazo de salida hacia la configuración del terrible presente de México se corresponde con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con EE UU el 1 de enero de 1994. Tan claro veían el futuro los pueblos zapatistas, que eligieron esa misma fecha para gritar su “¡Ya basta!”. “De por sí lo sabíamos. De por sí lo sabemos. Para esto nos preparamos años, décadas, siglos”, dice el subcomandante Moisés 21 años después. También dice que el estudio y el análisis son armas, “pero ni sola la práctica, ni sola la teoría. Pen­samos y luchamos las zapatistas, los zapatistas. Luchamos y pensamos en el corazón colectivo que ­somos”. De ese corazón colectivo hecho de praxis emergen dos conceptos que no sólo sintetizan la eficacia del proyecto zapatista a día de hoy, sino que ayudan a entender por qué en el México de Ayotzi­napa, los territorios en los que los zapatistas son gobierno son los únicos libres de narco, desapariciones y barbarie. Michel Foucault llamaba al primero de esos conceptos heterotopía para designar, al contrario que las utopías, un lugar real­mente existente que, aunque dentro de una sociedad, desobedece a sus reglas para fundar formas de vida, así como órdenes normativos y de sentido evidentemente otros y diferentes. El segundo concepto remite a una forma particular de heterotopía a la que algunos pueblos indígenas de América Latina llaman ‘bien vivir’ desde hace cuatro siglos.

En el México de Ayotzinapa, los territorios en los que los zapatistas son gobierno son los únicos libres de narco

El sociólogo Aníbal Quijano asocia el ‘bien vivir’ a un complejo de prácticas sociales empeñadas en la producción y reproducción de una vida colectiva realmente democrática, a partir de un nuevo modo de existencia social radicalmente alternativo a la hegemonía mundial del patrón de poder ligado al desarrollo del capitalismo y del proyecto colonial europeo desde finales del siglo XV. En esta óptica histórica de largo alcance, lo impactante de los logros del proyecto zapatista se mide en el contraste entre sus escasos 21 años de existencia y los largos 523 años que llevan en resistencia los pueblos indígenas de América Latina. Allí donde antes había abandono, explotación, malnutrición y muerte por enfermedades curables, el autogobierno zapatista ha fundado escuelas, hospitales, leyes, administraciones locales, sistemas productivos, economías, sexualidades, instituciones de nuevo tipo... Y, sobre todo, ha fundado modos de vida autónomos, igualdad desde las diferencias y relaciones sociales ajenas a la forma mercancía.

“El zapatismo es una revoltura de todo hacia cosas nuevas y lo nuevo no es fácil, pues, porque no se conoce cómo es. Ahí es donde hay que inventar, entre todos y con la participación de todos”, me decía hace unos años Abel, un campesino tojolabal base de apoyo zapatista. El subcomandante Moisés ha apuntado este mes de enero que “no hay un manual. No hay un dogma. No hay un credo”. Para añadir que “no hay un solo camino, no hay un paso único. (…) Son diversos los tiempos y los lugares y muchos los colores que brillan abajo y a la izquierda en la tierra que duele. Pero el destino es el mismo: la libertad”. O como una vez me dijo Abel, “hace tiempo que los zapatistas y las zapatistas aprendimos que resistir no es sólo aguantar, sino que sobre todo es construir lo otro”.

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