Sosegarse con la renta básica

Vivimos entre sobresaltos, que se filtran a las alteradas condiciones mentales con las que se aborda el debate público. ¿Nos ha pillado el toro de la aceleración de la historia? ¿o se trata tan sólo de una aceleración de la histeria?

, antropólogo
10/12/14 · 15:00

Vivimos entre sobresaltos, que se filtran a las alteradas condiciones mentales con las que se aborda el debate público. ¿Nos ha pillado el toro de la aceleración de la historia? ¿o se trata tan sólo de una aceleración de la histeria?

Lo cierto es que en unas pocas décadas hemos transitado de los debates de 'La Clave', a las tertulias de Hermida, y de éstas a 'La Sexta Noche', mucho más pegada a la inmediatez. Se puede afirmar que hemos pasado de elegir el tema de debate, a meter con calzador los temas de la semana, de pensar el futuro apoyados en las imágenes de un filme a no dar abasto con un presente atiborrado de imágenes. Sin duda, esto da para reflexiones sobre asuntos como la doctrina del shock o sobre el riesgo de falta de perspectiva que implica legislar en caliente.

Pero pretendo centrarme en cómo el debate sobre la renta básica, acicateado por la propuesta de Podemos, adolece del sosiego de imaginar qué futuro deseamos y no logra salir del estrecho dilema de si será o no posible disponer de suficientes recursos para implementarlo.

En los debates sobre el divorcio y el aborto de los años 70 se aclararon las cosas (creíamos que definitivamente) cuando se pudo visualizar el peso del drama de no dar cobertura legal a una realidad social. Aquellos debates dotaron de comprensión a la población para generar cambios que liberaron de rigideces la vida familiar y social.

El desafío ahora es liberar de rigidez la vida laboral. Pero no en el sentido de flexibilización que tanto le gusta a los poderes económicos, ni en el sentido del emprendimiento que, como dice Anguita, logra reunir en un solo individuo la figura del explotador y del explotado. La rigidez, como lo fue con el divorcio y el aborto, es mental. Es una rigidez de costumbres que desprecia al fracasado y al parado, y sí, más en el núcleo de su desprecio, detesta al vago y al holgazán, hasta hace bien poco equiparado por ley al maleante.
Tal vez sean residuos de la ética calvinista teorizada por Weber, pero lo sustancial es que no podemos tolerar por más tiempo el desamparo vital y de recursos mínimos de tanta gente a la que las estructuras de producción no le ofrecen huecos de inserción.

Ahí se encuentra el peso del drama de este debate. Un drama cuya solución no pasa por la voluntad de quien la sufre, ni tampoco por una mejor preparación formativa, ni mucho menos por el cuento de la lechera del cambio del modelo productivo y el crecimiento del PIB. Estamos asistiendo a un profundo cambio de paradigmas, donde se modifican las coordenadas que estructuran las premisas. Ha ocurrido con la emergencia de conceptos como 'mafia capitalism', del antropólogo David Graeber, o el de élites extractivas de César Molinas, que han permeado hasta la base social en la exitosa trascripción de casta. Y las coordenadas de acumulación de riqueza, laboriosidad y mérito acaban de ser dinamitadas por Piketty, que ha sido capaz de situar la desigualdad en un plano de importancia inédito que modifica el debate izquierda-derecha y de paso, junto con el concepto casta, descabalga el bipartidismo, ridiculizando los cantos de sirena de que el crecimiento extenderá la riqueza a todas las capas sociales, como mancha de aceite

Cierto es que en los debates teóricos de los años 60 y 70, plenos de artículos sesudos, revistas alternativas, contracultura e intelectuales, brillantes no se alcanzó la solución de muchos asuntos que ahora se nos apelotonan como apremiantes puntos de inflexión.
El desafío es, pues, recuperar aquel antiguo sosiego reflexivo, esquivando con un paréntesis temporal, el vértigo de las decisiones inaplazables.

El debate sobre la renta básica, necesita encuadrarse en una discusión sobre la actividad humana, sobre los conceptos de ocio y trabajo, rehaciendo a la luz del avance tecnológico desde las ideas sobre división del trabajo (Durkheim) hasta las de jornada laboral, pasando nuevamente por David Graeber y su concepción de los “trabajos de mierda”.

En aquellos debates dejamos sin cerrar el asunto de si la tecnología genera más nuevos puestos de trabajo de los que destruye y a la luz de los últimos avances en robótica y del informe de Roland Berger para Francia que habla de la supresión de 3 millones de empleos de hoy a 2025, del de Deloitte para Gran Bretaña (10 millones se destruirán en 20 años) y de las realidades que ya palpamos con Uber, el 3D, Amazon y Alibaba, tenemos por contra esa pléyade de jóvenes creando start up, en Berlin y en Silicon Valley, que obliga a preguntar si habrá mercado para tanta start up y a la vez como hacemos una transición ocupacional humanamente soportable.

Está claro que hay temperamentos que aman los retos, pero habrá que articular una red de protección para los que fracasen y para quienes con todo derecho estando provistos de un temperamento más sensible opten por no entrar en actividades selváticas y prefieran una vida igual de creativa pero más cooperativa. Si algo nos demuestra la Historia del Arte es que casi siempre las rentabilidades económicas fueron póstumas.

Desempolvemos a Richard Sennet, a Jeremy Rifkin y hasta a Racionero y aquel 'Del Paro al Ocio' y discutamos con sosiego, para que los que se creen más listos tengan el derecho de demostrarlo, pero eso no equivalga a que el único “tablero” (Podemos dixit) sea el de un marco competitivo. Otro marco vital es posible. El de una vida sosegada que merezca la pena ser vivida. ¿Pueden ser ambos marcos las nuevas coordenadas vitales?.

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