El 15M inauguró en España un nuevo eje ordenador del espectro político, llamémoslo eje ‘abajo el régimen’. La ruptura del sistema de partidos, que no es, al menos por sí misma, una crisis de régimen, tiene que ver con un buen número de expresiones políticas navegando a merced de la nueva brújula ‘abajo el régimen’.
El 15M inauguró en España un nuevo eje ordenador del espectro político, llamémoslo eje ‘abajo el régimen’. La ruptura del sistema de partidos, que no es, al menos por sí misma, una crisis de régimen, tiene que ver con un buen número de expresiones políticas navegando a merced de la nueva brújula ‘abajo el régimen’. El auge de Ciudadanos, el rotundo hundimiento del bipartidismo catalán CiU-PSC o la incapacidad del PSOE para alzarse como alternativa creíble, son todas expresiones que adelantan el definitivo cambio de prisma en el panorama electoral español que ha introducido el eje ‘abajo el régimen’.
Podemos, en ese refrito pragmático para ganar, está borrando la línea entre estrategias y objetivos
Podemos es la última y probablemente la más exitosa de estas expresiones. El ya insuperable fenómeno político de 2014 se ha sabido colocar con maestría a la vanguardia del nuevo espacio abierto desde 2011. Podemos ha atesorado todo el capital simbólico de las luchas para convertirlo en un objeto capaz de alcanzar apabullantes resultados electorales al grito de ‘abajo el régimen’. La cuestión ahora es hasta qué punto los de Iglesias tienen incentivos para convertir esa ruptura del sistema de partidos en una ruptura de régimen efectiva.
El institucionalismo de Podemos nos habla de máquinas electorales capaces de acaparar poder representativo mimetizándose con un nuevo sentido común preexistente. El primer síntoma de que algo falla aparece cuando, sólo unos meses después de la primera cita electoral, se produce un descarado viaje de Podemos hacia territorios que hasta ahora nunca habían sido parte del imaginario ‘abajo el régimen’. Se diría que, en sus cálculos, el sentido común emergente no es suficiente para ganar.
Aceptemos como posible que la combinación de elementos ‘de orden’ y del ‘abajo el régimen’ se acerque bastante al votante mediano y aceptemos el gran potencial de ese producto mixto. Pero Podemos, en ese refrito pragmático para ganar, está borrando la línea entre estrategias y objetivos. Ya no está claro si hay que asaltar las instituciones para cumplir un programa o elaborar un programa para ganar elecciones. Es imposible decir si una campaña está destinada a entrar en el Parlamento Europeo o si entrar en el Parlamento Europeo es necesario para poder usarlo como plataforma. No podemos asegurar si, tal como afirmó Pablo Iglesias, tener un solo secretario general es necesario para ganar a Rajoy o la urgencia de derrotar a “la casta” se ha convertido en una excusa perfecta para tener un solo secretario general. En definitiva, no hay forma de definir la victoria a la que apela Podemos.
El desbordamiento interno
El objetivo ‘ganar’ pierde el sentido si es sólo un arma que permite a la cúpula de Podemos contener el desbordamiento democrático interno, algo que ha sido la característica fundamental de la cultura manifestada en el ‘abajo el régimen’ desde su comienzo. Liderar el eje ‘abajo el régimen’ sin permitir que sus métodos inunden la organización adelanta una apuesta política.
Hay quien dice que todo forma parte de la misma estrategia. Que después de ganar, Podemos volverá al objetivo inicial. Bien. Dejando de lado la honestidad de presentarse con una agenda diferente a la que se piensa aplicar, esto nos mostraría una concepción de política vertical en la que se cree que el cambio es posible desde arriba, algo que vuelve a estar en las antípodas de la aspiración a la que Podemos apela. La contención del desbordamiento democrático interno en una organización es la mejor prueba de que el del desbordamiento no es su modelo político. Y una prueba de por qué una crisis del sistema de partidos puede ser exactamente lo contrario a una crisis de régimen.
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