Biografías del exilio: migraciones y derechos

Ante la crisis, ¿cómo defender los derechos?

, Observatorio metropolitano, Madrid
15/12/14 · 8:30
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Isa

Fátima tenía 36 años cuando decidió irse de Marruecos. Diplomada por la Universi­dad de Rabat, trabajó sin contrato durante ocho años en el servicio doméstico en Madrid. Al llegar la crisis, fue despedida. Cheick, senegalés de 31 años, fue detenido en la calle y expulsado del país en un vuelo de deportación. Marcos, licenciado en Periodismo de 28 años, tras dos largas temporadas en paro decidió marcharse a buscar suerte a Edim­burgo. Julieta, española de 31 años, decidió volverse a Ecuador, su país natal, tras cinco años trabajando de administrativa.

Estas cuatro biografías, como muchas otras, representan a algunas de las más de dos millones y medio de personas que han tenido que emigrar o salir de España desde el inicio de la crisis en 2008 y hasta 2013. De ellas, según los datos del Instituto Nacio­nal de Estadística, algo más de 300.000 tenían nacionalidad española y de estas últimas unas 210.000 habían nacido aquí.

Sobre la idea de exilio

La cuestión migratoria, que durante los años previos a la crisis sólo se trató en relación a los derechos de las personas migrantes venidas de fuera de nuestras fronteras, ha vuelto a tener protagonistas nativos. En concreto, a jóvenes nacidos en España que, además, en el 60% de los casos cuentan con estudios superiores. 

Este sujeto dañado por la crisis, el del joven precario nacido en España, aquel que estaba llamado a dar el relevo del sistema de clases medias del Régimen de 1978, se ha convertido en una de las figuras centrales de las reivindicaciones del nuevo ciclo político. La denuncia sobre la emigración de este sector de la juventud nativa amaneció con el 15M y ahora se refleja en los programas de muchas organizaciones políticas. La recuperación del concepto de exiliado parte sin duda de una apuesta clara por aprovechar una oportunidad política

Su emergencia se ha nucleado en torno a la reconstrucción de la idea de exilio, en torno al exiliado. Con este señalamiento se ha querido apuntar hacia un sujeto concreto, una biografía determinada y una demanda muy precisa, la del regreso de estos jóvenes exiliados a España. Desde esa perspectiva, el problema que podríamos apuntar no es tanto que esta reivindicación concreta exista como tal, sino que al poner el foco en la vuelta de ese 8% de personas emigradas, nacidas en España y mayoritariamente hijos e hijas de las clases medias, se ha producido un efecto colateral. El discurso sobre las migraciones ha quedado cubierto por esta realidad, esquivándose el debate sobre la cuestión de las fronteras y los flujos migratorios desde una óptica más amplia y fiel a su diversidad y complejidad.

La recuperación del concepto de exiliado parte sin duda de una apuesta clara por aprovechar una oportunidad política, la que tiene que ver con el derrumbe de las ­clases medias. De una parte se rememora el imaginario del emigrante español de las peores décadas del franquismo y, por otra, se apela a un no­sotros fuerte y con pocos matices, aquel que incluye por defecto la nacionalidad española. No se puede negar que esta campaña discursiva tiene sus bondades, sobre todo porque sostiene cierto consenso social y porque ha logrado construirse al margen de los discursos de la derecha nacionalista.

Sin embargo, deberíamos reflexionar sobre dos cuestiones de cierta importancia. La primera es que la aparición del concepto de exiliado inaugura un modelo de reivindicación de derechos que, por defecto, se asocia sólo a personas con nacionalidad española. Y la segunda reflexión es que cuanto más se siente en carne propia el dolor, la potencia y la contradicción de la migración, más se debería pensar en reivindicaciones más transversales en torno a las migraciones. La lucha por permanecer o moverse con plenos derechos donde uno quiera debería expresarse independientemente del lugar de nacimiento o de la situación administrativa.

Parece lógico señalar que en nada se distinguen dos jóvenes, uno nacido en España y otro que no, cuando ambos desean quedarse a vivir y trabajar aquí. Y por esta razón resulta curioso que, a pesar de que el primero de los dos representa una pequeña parte de las personas que han emigrado durante la crisis, su biografía haya sido situada con tanta centralidad y diferenciación, la de “los nuestros que han tenido que emigrar”.

Las reivindicaciones en torno a los exiliados se cruzan, a su vez, con un momento político, de construcción de mayorías, donde el discurso sobre fronteras y migraciones resulta cuanto menos incómodo. En cierto sentido, la centralidad que está tomando la figura del exiliado es directamente proporcional al miedo o la timidez que se tiene desde muchos polos políticos a afrontar públicamente y con seriedad la cuestión de los derechos de ciudadanía, incluidos los derechos de movilidad transfronteriza.

¿Dónde están mis amigos?

A día de hoy se nos presenta una contradicción preocupante entre diversas líneas programáticas. Por esa razón se debe afrontar el reto de construir una idea de democracia de mayorías que respete y cuente con las minorías y las realidades sociales invisibilizadas. Se debe afrontar el reto de construir una idea de democracia de mayorías que respete y cuente con las minorías y las realidades sociales 
invisibilizadas

El caso más reciente es el del programa político y económico del partido Podemos, donde por un lado la cuestión de los derechos de ciudadanía según la situación administrativa de las personas migrantes queda relegada y, por el otro, la economía socialmente no reconocida e invisibilizada, como es la de los cuidados, queda fuera de su foco.

La razón de esta contradicción es evidente. Al proponerse un cambio basado en el voto de mayorías, las cuestiones minoritarias y espinosas, como las relacionadas con los flujos migratorios y las fronteras, se convierten en un problema a esquivar. Acto de omisión que conlleva una necesaria simplificación.

Sin embargo, también sabemos que los derechos de ciudadanía no pueden abordarse si no es desde su universalidad. Esto significa que, tal y como hacen Vicenç Navarro y Juan Torres en su documento económico, no se pueden afrontar cuestiones como la economía sumergida, los derechos laborales o el reparto de la renta si previamente no analizamos elementos básicos de la composición diferenciada de las jerarquías sociales. Cuestiones como la situación administrativa de las personas migrantes y el trabajo invisibilizado de las mujeres determinan las posibilidades de que los derechos sociales se hagan efectivos.

Al final del camino, la democracia se define como tal por su capacidad de respetar lo minoritario y por valorar lo invisibilizado, pues sin este ejercicio político no se puede entender la verdadera relación entre derechos sociales y precariedades.

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