El ‘efecto Podemos’ –que desde luego desborda su forma organizativa– recoge en gran medida la energía producida por el 15M, pero entre otras mutaciones ha conseguido desplazar el imaginario desde Mayo del 68 hacia las experiencias ‘posneoliberales’ latinoamericanas y algunos de sus rasgos sobresalientes: la audacia, la gestión pragmática de los liderazgos, la construcción de marcos discursivos que operan en el sentido común mayoritario y una reinvención monstruosa de las formas de organización política.
El ‘efecto Podemos’ –que desde luego desborda su forma organizativa– recoge en gran medida la energía producida por el 15M, pero entre otras mutaciones ha conseguido desplazar el imaginario desde Mayo del 68 hacia las experiencias ‘posneoliberales’ latinoamericanas y algunos de sus rasgos sobresalientes: la audacia, la gestión pragmática de los liderazgos, la construcción de marcos discursivos que operan en el sentido común mayoritario y una reinvención monstruosa de las formas de organización política.
Los modelos organizativos deben medirse en función de su adecuación a los objetivos marcados y a la coyuntura política en la cual se insertan. Los tiempos de la política, en momentos de crisis sistémicas y rupturas constituyentes, se articulan por ciclos cortos donde la agenda, la situación de los adversarios y las condiciones de posibilidad son cambiantes. Las buenas organizaciones, como procesos vivos, deben actualizarse siguiendo diseños que lejos de ser perfectos tienen un carácter monstruoso, híbrido y contradictorio. La clave no es tanto encontrar el modelo ideal y eterno sino garantizar los mecanismos democráticos que permitan adaptar la organización de forma flexible y democrática a nuevos objetivos y coyunturas.
Hoy la coyuntura está marcada por una disputa de poder político que en este ciclo corto tiene a las elecciones como escenario privilegiado. El objetivo parece claro: impulsar la revolución democrática. Lo que llamamos ganar se traduce en dos orientaciones con distintos tiempos y escalas: hacerse con el poder político por arriba para materializar un proceso constituyente desde la forma-Estado. Y fundar por abajo una nueva institucionalidad sostenida en la democracia real y el poder popular. El método es una política que se aleje del decadente régimen de partidos y se base en la participación democrática del nuevo protagonismo social surgido a partir del 15M.
Las organizaciones que necesitamos por tanto deben adaptarse a este ciclo, estos objetivos y este método, combinando con virtuosismo procesos de apertura y cierre, de desborde y disciplina, de democracia radical y cierto centralismo, de anonimato y claros liderazgos. Se trata de una operación repleta de riesgos y peligros. Bienvenidos sean.
Si nos alejamos del patriotismo de siglas y nuestra fidelidad es ante todo con la revolución democrática en sus distintos tiempos y escalas, debemos atravesar la coyuntura sin las neurosis izquierdistas y minoritarias y con una mirada pragmática donde las organizaciones no son tanto fuente de filiaciones e identidades como instrumentos al servicio del poder constituyente.
La forma-Podemos –según el modelo propuesto por el equipo Claro que Podemos– se presenta como la más idónea para liderar la disputa y conquista del poder político a escala estatal y autonómico. Se trata de una máquina política concebida para una fase que tiene como objetivo prioritario no tanto el desborde por abajo como el enfrentamiento directo por arriba con las élites políticas y económicas.
La forma Guanyem/Ganemos –según el modelo propuesto por Barcelona, Madrid o Málaga– es la que mejor se adapta a una disputa del poder municipal que necesita, como condición básica, la creación de una nueva institucionalidad democrática que sólo es posible a través de amplios procesos de confluencia y participación ciudadana más propios de un movimiento-red complejo y plural que de una forma-partido.
Para las intensas y estratégicas batallas que tenemos que librar en este ciclo corto, necesitamos las mejores armas.
Y salir a ganar.
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