Entre la primera mitad de los 80 y ahora hay diferencias muy profundas que se condensan en la ruptura que el 15M ha supuesto para la conciencia y la inteligencia colectivas.
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Por primera vez en varios decenios habitamos una coyuntura política apasionante. Hay que remontarse a las movilizaciones contra la OTAN para encontrar un clima de concienciación e ilusión políticas comparable al de hoy. Pero entre la primera mitad de los 80 y ahora hay diferencias muy profundas que se condensan en la ruptura que el 15M ha supuesto para la conciencia y la inteligencia colectivas.
Si lo de la OTAN fue la fase final de un ciclo de movilización de la izquierda rupturista anclada en los viejos ‘ismos’ que culminó en la inevitable Gran Derrota, lo de ahora es el inicio de un novedoso ciclo de emancipación democrática en el que las pequeñas victorias –las elecciones europeas, la retirada de la ley del aborto...– dependen en buena medida de las capacidades, de las habilidades y la creatividad de la ciudadanía movilizada. Los más de 900 círculos de Podemos –que son lo verdaderamente importante del fenómeno aunque no sea lo más mediático–, la proliferación de los Ganemos, las asambleas del 15M, de la PAH, de los centros sociales y de miles de colectivos sociales, dibujan un país en efervescente deliberación asamblearia en que sectores crecientes de la ciudadanía participan de un ensayo constituyente, diseñando máquinas organizativas novedosas, construyendo las ágoras de una democracia plebeya, más inclusiva al extenderse al gobierno de las cuestiones económicas –el reparto de la riqueza social–, a las cuestiones del género, de lo ambiental.
Se trata de un acontecimiento único y de una oportunidad de cambio histórica. Un milagro que, además de recibir el lógico ataque de las élites, tiene que sortear los intentos de la vieja izquierda sistémica por acercarse y colonizar las coaliciones ciudadanas como tabla de salvación. Y en la otra orilla tiene que escuchar las posiciones más movimentistas y escépticas respecto al salto a las instituciones, recordándonos las decepciones vividas en el pasado –el PSOE de González, el PT brasileiro, Die Grünen, etc.– o las posibles amenazas que la vía del poder político representa para la autonomía de los movimientos sociales críticos –cooptación, instrumentalización, subordinación...– o señalando las inconsistencias y ambigüedades ideológicas.Es necesario utilizar la herramienta que son las instituciones públicas para resistir, para hacernos más habitable la crisis
Este entorno crítico, radical y escéptico tiene una función útil y constructiva en el proceso de cambio social y político que estamos recorriendo, siempre y cuando eviten dar munición a los voceros del sistema, y siempre que consigamos sostener un diálogo en plano de igualdad y respeto entre las nuevas herramientas políticas y el entorno social y militante. Un error que comparte el escepticismo más libertario y quienes piensan en que todo consiste en ganar las elecciones es que proyectan en el poder o en el Estado una cualidad casi mágica, le conceden a la institucionalidad un poder material y simbólico que no tiene, o que sólo tiene si se lo concedemos desde abajo. En el fondo ahí, en el Gobierno, sólo hay personas… y sustituibles. Hoy por hoy, el Estado es la única instancia no privada con cierto poder normativo frente al poder casi absoluto del mercado, del capital financiero y las élites, es un artefacto común con cierto poder material todavía –la primera empresa del país– y un espacio de lucha privilegiado por lo que lo electoral se ha revelado como un momento clave de la movilización y la concienciación social al contrario de lo que ocurría antes del 15M bajo las fauces del bipartidismo. Conviene no olvidar que este apasionante proceso re-evolucionario se da un contexto tremendo de concatenación de crisis que se inscriben en lo que Fernádez Durán explica como el inevitable declive del capitalismo y la civilización industrial. No hay que olvidar tampoco que estamos en una Europa cada vez más débil y acosada por sus contradicciones, que probablemente estamos entrando en un nuevo bucle de recesión-deflacción y asalto a lo que queda del Estado de bienestar como instancia redistributiva por parte de las élites. Estamos ante un capitalismo nihilista por lo que es necesario utilizar la formidable herramienta que son las instituciones públicas para empoderarnos, para resistir, para hacernos más habitable la crisis y hacer pedagogía de las enormes tareas de cambio que tenemos enfrente.
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