Los oficialismos triunfarán –según las últimas encuestas– en las elecciones presidenciales de Bolivia, Brasil y Uruguay. La continuidad de Evo Morales, Dilma Rousseff y del Frente Amplio, ahora en la figura de Tabaré Vázquez, parecen estar aseguradas.
Los oficialismos triunfarán –según las últimas encuestas– en las elecciones presidenciales de Bolivia, Brasil y Uruguay. La continuidad de Evo Morales, Dilma Rousseff y del Frente Amplio, ahora en la figura de Tabaré Vázquez, parecen estar aseguradas. Pero debemos destacar un dato interesante en la región: la percepción general de que los gobiernos progresistas y de izquierdas de América del Sur no tenían rivales políticos de peso se ha terminado. Salvo en Bolivia –donde Evo Morales tiene una adhesión significativa–, en otros países se han instalado representaciones políticas de derechas con aspiraciones reales de transformarse en mayorías electorales.
Se ha terminado la percepción general de que los gobiernos de izquierdas de América del Sur no tenían rivales políticos
Pese al avance de nuevas y viejas derechas, la victoria electoral de estos espacios progresistas señala dos cuestiones importantes. Por un lado, que las dirigencias de derechas no lograrán forzar un cambio de época en América del Sur. Por otro, que las ciudadanas y los ciudadanos de estos países se adhieren a proyectos que han apostado por la inclusión social, la reducción de la pobreza, la presencia del Estado en la regulación económica y el intento de acortar la brecha entre ricos y pobres. Parece ser el tiempo de los oficialismos de izquierdas y progresistas que sienten el ‘aliento’ de unas derechas que empiezan a disputar sus bases sociales.
Ahora bien, estos escenarios relativamente previsibles se diferencian del dilema en que se encuentra el oficialismo en Argentina. Su dilema se funda en la imposibilidad del kirchnerismo de establecer e ‘inventar’ un sucesor o sucesora presidencial. Pero, como todos sabemos, nadie se suicida –políticamente– en las vísperas y el kirchnerismo hoy sin candidato propio competitivo intentará condicionar los ‘armados’ electorales en 2015. Para ello, debe conservar su fuerza y legitimidad hasta el último día de mandato y la clave de esto, en principio, es reducir cualquier daño que pueda causar la inflación, la fuga de capitales, la presión de las corporaciones para lograr una devaluación y los efectos del litigio con los holdouts (fondos buitres). Si logra administrar esta coyuntura y mantener la adhesión política, hay posibles escenarios de acción para el kirchnerismo. Escenarios que le permitirían o bien triunfar en la elecciones con un candidato ‘acordado’ o, en el caso de perder, consolidarse como una fuerza hacia el futuro reteniendo entre sus filas una cantidad importante de diputados y alianzas territoriales.
Uno de los cursos de acción posible sin un candidato propio es ‘negociar’ con el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, el candidato a la presidencia que tiene mayor intención de voto hasta hoy. Aunque pertenece al espacio político de la presidenta –Frente para la Victoria–, el “kirchnerismo duro” –entre el que se encuentran La Campora, el grupo de intelectuales Carta Abierta, Nuevo Encuentro– se opone a su proyecto político moderado ya que entienden que ‘pactará’ con algunas de las corporaciones políticas y económicas que ha limitado el proyecto de Cristina Fernández de Kirchner. La opción de negociar con este candidato pivota sobre la posibilidad de condicionarlo en el armado de las listas –imponerle el candidato a vicepresidente y el diseño de las listas de diputados– para cogobernar en el futuro. Esta estrategia, podríamos denominarla “negociar para co-gobernar”.
El otro curso de acción posible es no negociar con Daniel Scioli e instalar un candidato propio que, si bien no triunfe en las elecciones, cristalice un apoyo que hoy oscila entre el 20% y 30% del electorado. Lo que convertiría al kirchnerismo en la fuerza opositora más relevante del país. Ésta tendría espacios en el parlamento, más los que ha logrado en la burocracia estatal, que no serán pocos. Es decir, puede ‘plantarse’ como una fuerza que podría imaginar su retorno al poder dentro de cuatros años. Si bien esta apuesta dificultaría la llegada de Scioli al poder presidencial –ya que el oficialismo iría con otro candidato–, se abriría la posibilidad de que una centroderecha atravesada por frágiles pactos arribe a la dirección del Estado.
De alguna manera, esta última estrategia podría ser el inicio de la consolidación y ampliación de una fuerza política de carácter nacional que sustituya al partido peronista, gracias a las alianzas territoriales, los espacios legislativos obtenidos y las funciones en la burocracia estatal. Podríamos denominar a esta estrategia “perder con lo propio para persistir e inaugurar una fuerza política con fronteras ideológicas ‘claras’ y no depender de nadie”. El kirchnerismo ‘mostraría’ lo que tiene como caudal propio y retomaría esa ambición de la cultura argentina de trascender el partido peronista –hoy más una maquina electoral y de control social en los territorios que una fuerza partidaria– y crear un movimiento alternativo.
El kirchnerismo es la fuerza y la identidad política más relevante de la política argentina que está intentando reubicarse en el mapa político. Posee capacidad de movilización y de establecer una gobernabilidad estable.
Si bien nuevas y viejas derechas pueden obtener el voto de vastos sectores de la población e inclusive legitimarse como una ‘derecha con sensibilidad social’ no poseen ninguna fuerza movilizada, ni el atisbo de establecerse como una identidad sustantiva. Ni siquiera Daniel Scioli, el gobernador de la provincia que concentra el 38% del padrón electoral nacional e importantes recursos, ha logrado recrear una fuerza y una identidad. La ausencia de estas dimensiones torna a estas derechas con sensibilidad social en agentes muy débiles frente a lobbies nacionales y transnacionales. Paradójicamente, el límite a éstas lo sigue estableciendo –con variaciones– el kirchnerismo, que incluso ‘protege’ a las derechas políticas de ser empujadas a una restauración neoconservadora y, por ende, limita sus efectos devastadores sobre la población.
comentarios
0