La autoinculpación de Jordi Pujol por delito fiscal y los hechos posteriores en el caso que engloba a su clan familiar han copado telediarios y portadas de medios.

Durante la época estival los medios se las ven y desean para rellenar sus contenidos informativos. Este año, sin embargo, tenemos un auténtico culebrón político que ha mantenido ocupada a la prensa. Con permiso de Willy Toledo y de otros conocidos jinetes que pretenden emular la caída de Saulo de Tarso camino de Damasco, el culebrón de este verano ha sido la autoinculpación por delito fiscal de Jordi Pujol, caracterizado por lo inesperado del gesto y las dosis de humillación pública que contiene. “Expongo todo con mucho dolor”, decía en la que seguramente fuese su confesión más sincera.
Pero pronto acabó la sorpresa. Los vástagos del ex molt honorable Pujol estaban siendo investigados por los fondos que tienen depositados en el extranjero. Además, la sociedad catalana, como recuerda Josep Fontana, ya tenía nociones a través del caso del Palau de la Música, de la trama de mentiras y complicidades que envuelve a su oligarquía –por no hablar de la corrupción generalizada en España–. En este caso, la reacción de políticos y periodistas ha sido la propia de la hipocresía de quienes conocieron y callaron de manera cómplice los hechos: hacer leña del árbol caído o denunciar una persecución política contra la familia Pujol. Porque que se apropiara de dinero y que finalmente lo devuelva es un asunto menor para estos analistas; lo importante es calibrar cómo afectará el escándalo al proceso soberanista.
Nada es fruto del azar. Teniendo claro que el ministerio de Hacienda es un instrumento de presión política, se debe concluir que el Gobierno ha estado entre bambalinas manejando los hilos de esta historia como un deus ex machina para reforzar sus posiciones en el marco de las negociaciones con CiU, partido que, a su pesar, encabeza la apuesta por la consulta soberanista. Esta última formación debe afrontar la impopularidad de sus medidas, unas encuestas negativas y los apremios cada vez más acuciantes. Y viendo cómo queda comprometida la típica estrategia pendular del posibilismo periférico, mostrando un día los dientes y al otro presentando la mano tendida, que le ha permitido erigirse en fuerza hegemónica en Cataluña por mucho tiempo.
Estado catalán
Estos días, mientras un vodevilesco Pujol sigue siendo objetivo de todas las miradas, PP y CiU acercan posturas en temas especialmente sensibles, como el de la reforma electoral, algo incomprensible en una fuerza que pretende liderar el proceso para que Cataluña decida su futuro y que lanza una sombra sobre la próxima convocatoria de la Diada.
Se colige que las élites catalanas prefieren una España donde se sientan seguras a un Estado catalán donde se les pidan responsabilidades por sus desmanes. Tal convergencia debería mover a reflexión a quienes pugnan por un cambio político desde las instituciones. A pesar del entusiasmo de Monedero con respecto a los círculos de Podemos en el Ejército, vemos que los organismos públicos están lo suficientemente patrimonializados por el bipartidismo como para constituir una amenaza frente a cualquier posibilidad de ruptura, de una manera sutil y sin necesidad de recurrir a las armas.
Tal vez, repitiendo los tonos melodramáticos de Pujol, llegue el momento en que haya que preguntarse qué coño es eso de la UDEF u otra entidad pública de siglas desconocidas.
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