Ellos y nosotros

Políticamente, el 15M/post 15M es un cacharro extraño.

30/06/14 · 8:00
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Les digo lo que sé. Ahí va. El 15M fue una ruptura cultural. Sí, esto se está repitiendo más que el chorizo. Pero es que una ruptura cultural duele más que una de pelvis. E imprime, también, un estilo diferente de ­caminar. La ruptura, así, ha supuesto la explosión de chorrocientos tipos de conductas personales, que ya están modu­lando otra sociedad. Vete a saber cómo será. Al parecer, tendrá, además de las de siempre, otras conductas ante el trabajo –es decir, también ante el paro–, ante el consumo, ante el crédito, ante la asociación, ante los derechos, ante la vida privada, ese filón en el que, se ponga uno como se ponga, transcurre una porción llamativa de la libertad. Dentro de un tiempo, esas nuevas culturas emergentes estarán tan claras que se podrán parodiar. Por lo que también nacerán miles y miles de chistes nuevos.

Políticamente, el 15M/post 15M es, a su vez, un cacharro extraño. Parece que le ponen palote los ciclos electorales. Al menos, en cada elección, desde 2011, la lía. Últimamente, la lía, incluso, electoralmente. Nació como algo para usuarios del 99%, pero parece que se consolida como una opción de izquierdas, que, como le pasa hasta al jabugo, no convoca al 99% a pesar de que haya días enteros en los que eso resulte incomprensible. Parece agrupar, es más, a una izquierda que utiliza palabros nuevos, como impago, participación, ampliación de derechos, comunes o ampliación de la democracia. Sea como sea, esa izquierda no tiene forma definitiva –sería la pera si, finalmente, no la adquiriera–. La agrupación más trade-mark 15M en unas elecciones desaparece o cambia en otros comicios. Exemplum: la parroquia que, en Barcelona, votó CUP en las autonómicas, en las Europeas parece que se inclinó por Podemos. Es posible que en las elecciones municipales de 2015 se agrupe en torno a Guanyem Barcelona y, en otras ciudades, en torno a cacharros parecidos, agrupaciones de movimientos y partidos, lideradas por movimientos.

En lo que es algo ­realmente nuevo, todo ello crea muy poca sangre en esa izquierda –las izquierdas, en fin, siempre han gastado divorcios repletos de pasión, en los que siempre se ha acabado jurando en arameo–. Hasta hace poco, de hecho, el arameo, y no el esperanto, era la lengua internacional de las izquierdas.

Superproducción

La posibilidad de ruptura es, en todo caso, posible. Es más, es perceptible. Ignoro, por otra parte, en qué consistirá la ruptura. Es posible que integre, como pasa en todas las rupturas, algo de ruptura de pelvis. Bueno. Hasta aquí, lo que sé. No es mucho, pero para formularlo han sido necesarios tres años, varios millones de personas y acopio de vestuario y maquillaje y catering. Lo que confiere a la cosa cierto empaque de alta producción. En todo caso, parece que ellos saben menos. Concepto ‘Ellos’: parece preocuparles más la amenaza de un problemón territorial que nosotros. No saben quiénes somos nosotros. No han podido intelectualizar, por ejemplo, a Podemos. Vete a saber cómo intelectualizan Guanyem Barcelona, o los cientos de listas parecidas que, al parecer, irán apareciendo. A estas alturas del partido, aún sacan artículos defendiendo que Pode­mos es peronismo universal. Por lo demás, ocupan el tiempo en peronizar la figura del rey y de su heredero, en peronizar la Constitución. La Cultura de la Transición, para un marciano, debe de ser un argentinismo. La velocidad mental del régimen y su banco de ideas es más reducido que el nuestro, y posee menos léxico y más gastado. El régimen, en fin, parece una gran serie USA en su última temporada. Navega a la deriva, pero, snif, aún no se puede descartar que sea una obra maestra con un final sorprendente.

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