De la victoria de Podemos a la abdicación del rey.
Las últimas semanas están siendo de infarto. Tras la noche loca del 25 de mayo con los llantos de los bipartidos y los abrazos de Podemos, vino el aldabonazo del lunes 2 de junio: el rey abdica, nos concentramos, nos manifestamos y cada vez estamos más convencidas de que queremos decidir. Decidir no sólo Monarquía o República, queremos poder decidir quién, cómo y dónde toma decisiones que nos afectan y especialmente queremos tomarlas por nosotras mismas. Y eso se hace con nuevos derechos, nuevas Instituciones, nueva Constitución.
Ahí es nada. No nos basta un mero relevo generacional. Es cierto que para muchas personas unos líderes jóvenes parecen transmitir la sensación de que se recompone el tejido de pertenencia. Para muchos la figura, el aspecto de los eurodiputados de Podemos es tan cercana a la suya que casi no parecen diputados. Su presencia en el europarlamento será una nota discordante y espero que provocadora. Y esta cercanía que la imaginación aumenta y reproduce nos reasegura: es imposible que gente tan parecida a nosotros, con la que hemos compartido tantas cosas hasta hace tan poco, nos vaya a defraudar. Hemos puesto una pica en Flandes, y esta vez sin tercios ni lanzas, en el más limpio ejercicio de la democracia.
La institución monárquica rápidamente ha replicado la jugada y ha sacado sus cartas: la efigie arrugada de un rey decrépito y abotargado ha sido sustituida por la figura “formada” de un príncipe cadete. Supongo que los monárquicos estarán contentos con la sustitución, pero parece demasiado precipitada, como si con las prisas quisieran que se nos olvidara que la monarquía fue impuesta en unas negociaciones nada transparentes allá por el 76, cuando los dirigentes de las fuerzas antifranquistas firmaron su aceptación de la Monarquía sin que las bases de dichas fuerzas ni siquiera nos enterásemos. Afortunadamente ahora no es así: las que peinamos canas no queremos dejar pasar la oportunidad de pronunciarnos por un régimen que no sea el monárquico. No nos vale un cambio de cara, queremos un cambio de régimen en la propia forma del Estado.
Se me dirá que un régimen republicano no es ninguna panacea: ahí tenemos el ejemplo de Francia, de Alemania, de Italia, de Grecia, de Portugal,…Es cierto, pero en nuestro caso es algo que se nos debe. En su momento el miedo, la traición, el ansia de medrar, la ambición y la despolitización se conjuraron para otorgarnos un monarca que ningún antifranquista había sospechado jamás que fuera a tener la más mínima oportunidad. Llega una especie de revancha de la historia, dicho sin acritud. Y está bien que la monarquía desaparezca de nuestras vidas. Se lo debemos también a nuestros abuelos y abuelas que bridaban a escondidas por la República en las grandes ocasiones. Está bien que sus bisnietos, ya que a nosotros no nos dejaron, les reconcilien con la historia de nuestro país.
Sin duda esa República vehicula deseos y esperanzas muy distintos de la de 1931. La de ahora tiene que ser la de una democracia directa y participativa que vamos a ganar en las municipales, la de la renta básica y la distribución de la riqueza, la del fin de los desahucios, la del derecho a decidir en todas la cuestiones centrales de nuestra vida, la política y la privada pues no cejaremos hasta conseguir el derecho al aborto y a vivir con dignidad sean cuáles sean nuestras opciones de vida. La república que se avecina no será la de las dos Españas, tendrá que ser la República democrática del 99%.
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