Si muchas eran las alarmas que hace unos meses apuntaban al riesgo de vernos estancados en el hacer contra el Régimen en el que estamos inmersos, el desenlace del proceso electoral del 25M ha ayudado a cambiar las alarmas de bando. Ha hecho aterrizar en el escenario algunas hipótesis que se venían debatiendo en los intersticios entre movimientos y representación.
Si muchas eran las alarmas que hace unos meses apuntaban al riesgo de vernos estancados en el hacer contra el Régimen en el que estamos inmersos, el desenlace del proceso electoral del 25M ha ayudado a cambiar las alarmas de bando. Ha hecho aterrizar en el escenario algunas hipótesis que se venían debatiendo en los intersticios entre movimientos y representación. Así vemos replicarse tres elementos fuerza nodales para el futuro: por un lado, la utilidad de revulsivos electorales que alteren los marcos de las izquierdas y los guiones de cada comicio. Por otro lado, la pertinencia de profundizar el eje discursivo abajo-arriba. Y por último, la constatación de que existe una parte lentamente creciente del cuerpo social que ha emprendido el ejercicio del voto como mecanismo destituyente.
Es obvio que en estas elecciones se ha empezado a saber traducir –especialmente Podemos– propuestas electorales en interés y movilización de una parte del espectro social que sufre la crisis y que ha apostado primero en la calle y ahora, poco a poco, en las urnas por alterar el guión marcado. En la difícil labor de recomponer mayorías sociales, los movimientos y, tras ellos, los nuevos experimentos de izquierda están arañando de forma importante elementos centrales en la construcción del imaginario que ordena el sentido común general. Todo indica que el voto a Podemos es un voto que se vincula al sentido común, el voto de quien paga la crisis.
Es un voto que cae a la izquierda, pero que ha llegado desde diferentes posiciones. Desde abajo, con la movilización electoral de sectores abstencionistas y de gentes de movimientos. Pero también ha llegado desde la izquierda sociológica –bendita debacle del PSOE– y, aún en mucha menor medida, desde la parte más golpeada de esa realidad ambigua que hasta ahora se movía en los valores discursivos de la derecha social.
Desborde
El nuevo escenario, con las iniciáticas señales de desborde del bipartidismo y la potencia que lentamente van aglutinando las alternativas, refuerza al fin el desafío. Pero cabe recordar que será un desafío, una ventana de oportunidad, que va a tener mucho de todo o nada. La entrada del régimen en el marco discursivo que llevamos construyendo para él desde hace años, admitiendo la necesidad de una “gran coalición” que es, a efectos comunicativos, sinónimo de PPSOE, de Régimen, es sin duda una buena noticia: comenzamos a jugar en un marco en el que también diseñamos parte del terreno de juego. Esto abre oportunidades para desnivelar la batalla discursiva.
Pero debemos ser conscientes de que la puesta en marcha de dispositivos comunicativos y políticos que acompañarán la estrategia de “gran coalición” –si es que el PSOE se deja envolver definitivamente– hará de la guerra un reto mucho más serio y complejo, a la altura de un cambio de régimen. Si bien hasta ahora habíamos marcado el tiempo en guerra de guerrillas, ahora deberemos enfrentar el reto de derrocar una Große Koalition ampliando la fuerza de las instituciones de movimiento, potenciando en forma de municipalismo ciudadano y democrático el gesto ampliado el 25M y comenzando a pensar la forma de desplegar una auténtica revolución de políticas públicas en la ocupación de lo institucional. Jugando en la coyuntura presente es ya posible construir espacios municipales que desborden a un PSOE que es, en lo local, dinástico y caciquil. La clave: espacios democráticos de agregación desde abajo que superen los límites y formas de la izquierda clásica.
El declive del Régimen es irreversible. Pero declive es sinónimo de deterioro, no de derrota. Para ayudar desde lo electoral a que se convierta en ruptura es preciso combinar las dos tensiones que atraviesan el Estado, la social y la nacional. A nadie se le escapa que el 25M propone el dibujo de muchos encajes y alianzas futuras en los tres niveles de gobernanza. Los resultados de las izquierdas periféricas sumados a lo sucedido con Podemos proponen un escenario de auténtico desborde. La parada municipal previa debería ayudar a desdibujar los pactos entre élites y el buen hacer podría residir en reforzar los tejidos que se fusionan en la acción –como el 22M– y en lo político en un crear desde abajo que puede neutralizar las lógicas de los aparatos y grupos de poder.
comentarios
3