Las elecciones europeas celebradas este 25 de mayo arrojan unos resultados que amenazan con trastocar el panorama político español. Todos los medios coinciden en señalar que estos comicios han supuesto el inicio del fin del bipartidismo, reconociendo implícitamente que PP y PSOE representan la misma apuesta, pero con distintas caras. El resto de formaciones crece en votos pero, salvo la candidatura de Podemos y los casos especiales de EH-Bildu y ERC, ninguna ha visto materializarse las altas expectativas que albergaba en esta cita.
Las elecciones europeas celebradas este 25 de mayo arrojan unos resultados que amenazan con trastocar el panorama político español. Todos los medios coinciden en señalar que estos comicios han supuesto el inicio del fin del bipartidismo, reconociendo implícitamente que PP y PSOE representan la misma apuesta, pero con distintas caras. El resto de formaciones crece en votos pero, salvo la candidatura de Podemos y los casos especiales de EH-Bildu y ERC, ninguna ha visto materializarse las altas expectativas que albergaba en esta cita. Paralelamente, la abstención sigue siendo la gran vencedora.
La campaña de las europeas, con el foco puesto en los partidos mayoritarios, ha transcurrido por la conocida vía de tópicos y banalidades que se esperan en este tipo de convocatorias, tan sólo alterada por la muerte de la política Isabel Carrasco o los desvaríos sexistas del candidato popular. Pero ninguna de estas circunstancias, altamente explotadas por los dos principales partidos, consiguió a su favor la intención de voto, lo que supone una clamorosa denuncia del pacto de silencio que habían fraguado ambas formaciones para no sacar a la palestra pública grandes temas de debate, como los recortes o la corrupción. De cualquier manera, si bien el bipartidismo puede encontrarse tocado, todavía no está acabado. PSOE y PP suman juntos un 49% frente al 19,86% de los votos conseguido por la izquierda estatal –IU, Podemos y Primavera Europea–. Además, en caso de ver inminente su final, todavía pueden poner en marcha una “gran coalición” entre ambas fuerzas que evite cualquier cambio de timón. Alemania, donde el SPD ha arrebatado algunas posiciones a su socia en el Gobierno de concertación, Angela Merkel, es el referente.
Momento agridulce
Para la izquierda es un momento agridulce. El irresistible ascenso de Podemos pone aún más de relieve si cabe la desunión crónica que sufre. Aunque la lógica dicta que ha llegado la etapa de forjar grandes acuerdos en programas y candidaturas, hay varios indicios de que las viejas inercias –listas cerradas, personalismo, opacidad, etc.– todavía no se han disipado por completo. Queda por delante una ardua labor que no sólo habría de traducirse en pactos políticos, sino también en trabajo y movilización a pie de calle. Distinta es la perspectiva para los nacionalismos periféricos, especialmente en sus vertientes izquierdistas. Mientras que EH-Bildu se consolida como la segunda fuerza en la Comunidad Autónoma Vasca –ganando en Gipuzkoa y en Araba– y en Navarra –desplazando a los socialistas–, ERC se impone en Catalunya a CiU. La ruptura democrática en forma de independencia se presenta por tanto como un horizonte mucho más real y palpable tras las elecciones.
Ninguna papeleta
Todo lo anterior no puede ocultar el abultado número de abstencionistas. Algo más de dieciséis millones de personas decidieron el 25 de mayo no introducir ninguna papeleta en las urnas. Quizás sea otro el espacio más idóneo para realizar un ejercicio de reflexión sobre la inhibición electoral, pero los partidos cometerían un error si desdeñaran el potencial de la mayoría de los votantes. Esto implicaría dotar a los programas políticos de una conexión aún mayor con los problemas sociales, lo que coloca en un brete a unas fuerzas que aspiran a gobernar aceptando el marco legal y soportando la presión de los poderes fácticos.
Tras el 25M se abre una incógnita, acrecentada además por los resultados globales europeos, que muestran un avance imparable de la extrema derecha. Los riesgos se ciernen principalmente sobre las minorías étnicas y los inmigrantes, lo que afecta directamente a España, con varias decenas de miles de emigrados o ‘exiliados’ (sic) económicos repartidos por el continente. Estas amenazas pueden modificar la relación española con la Unión Europea, afectando a su vez a la política interna. Por ende, puede decirse que las elecciones nos han situado a la expectativa, con una gran incertidumbre sobre nuestras cabezas.
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