Análisis del 25M desde el movimiento libertario.
En las elecciones europeas del 25 de marzo la abstención fue una vez más la gran vencedora, con un porcentaje del 53,37%, es decir, unos 16,4 millones de electores. Aunque estas cifras podrían venir a confirmar las posturas de quienes postulamos la no participación en las instituciones, no encuentro motivos para la alegría. Cuando no consigues que toda esta mayoría se plasme en algo sientes que algo falla, pero cuando a esa situación se le unen el que personas a quienes les han salido las canas difundiendo la doctrina anarquista aparezcan ahora integradas en listas electorales, o llamando públicamente a votar una determinada candidatura, se cae todo un mundo. En el contexto en el que estamos viviendo, con una brecha social en ascenso, con todos nuestros peores temores confirmados, el hecho de verte con escasas bazas políticas te hace sentir al borde de la catástrofe.
No digo nada nuevo al afirmar que el movimiento libertario ha vivido durante varios años en el ensimismamiento y la autocomplacencia, prefiriendo pensar que la pelota estaba en el tejado de unas masas que, llegado un momento de crisis aguda, se arrancarían la venda que les tapaba los ojos y pasarían a engrosar organizaciones de orientación anarquista. Leíamos a Errico Malatesta, quien como alternativa a las elecciones proponía un completo programa de participación social, que iba desde militar en sindicatos y colaborar en huelgas, a organizarse en torno a ideas y proyectos comunes, pasando por engrosar las protestas contra los alquileres --cómo no recordar aquí al movimiento antidesahucios-- y apoyar todo tipo de demandas populares, y pensábamos que sería coser y cantar. Pero llegó el 15 de mayo de 2011 y, por más que en acampadas y asambleas se percibiese cierta inspiración ácrata, el movimiento no adoptó ninguna identidad ideológica definida.
Fue el primer indicio de que las cosas no iban serle fáciles al anarquismo. Tres años después, gran parte del aliento que animó a salir a la calle con el 15-M estimularía a muchas personas el pasado 25 de mayo para ir a votar a las urnas. Si antes el cambio parecía venir de las asambleas, ahora lo encarnan las fuerzas electorales opuestas al bipartidismo. Sus líderes disponen a partir de ahora con la ventaja de poder afirmar que tienen el arma para acabar con los gobiernos --de PP y PSOE-- que tanto daño nos han hecho con los recortes. El movimiento libertario, en cambio, sólo cuenta con su coherencia ideológica.
Y sin embargo queda una gran mayoría que con su falta de asistencia a las urnas ha demostrado que no cree en los políticos. Se trata de un conjunto heterogéneo en el que es difícil separar el grano de la paja, es decir, discriminar quién actúa de acuerdo con unos principios --más allá de su elaboración discursiva-- y quién por simple pasividad y desinterés. En cualquier caso, este conjunto se ha revelado invulnerable a una campaña electoral entretenida, con una mezcla explosiva de eslóganes apocalípticos, mensajes optimistas, tertulias televisadas o instrumentalizaciones partidistas. Puede decirse, por tanto, que hay una margen considerable para la dinamización y la organización, también desde el movimiento libertario.
No obstante, sus posibilidades implican un trabajo completo durante los 365 días al año, empezando por el ámbito local. Malatesta daba gran importancia a la presencia anarquista en las luchas populares para la difusión de los ideales, pero conviene resaltar que es aún más importante que estas se ganen. Una victoria implica que las demandas no han podido ser asumidas por una organización que se adjudique su representación y proponga una serie de concesiones a cambio del fin de las protestas. Por el contrario, consiste en que las reivindicaciones se obtienen sin necesidad de alteraciones sustanciales en su contenido. Un triunfo popular puede ser un gran escaparate de las ideas libertarias porque, más allá de las etiquetas ideológicas, demuestra a la sociedad que los puntos de autoorganización y autogestión son efectivos. Asimismo, las acciones directas adquieren un papel estelar, convirtiéndose en el mejor medio de comunicación con la vecindad. Por más que televisiones, periódicos y radios puedan adulterar su significado, quienes mejor conocen la problemática relacionada con estas acciones las apoyarán sin reservas, siempre y cuando estén supeditadas al marco de protestas y no sean un vehículo para el lucimiento personal y/u organizativo. La acción directa refuerza también la unión y la cohesión de quienes participan en ellas.
El movimiento libertario tiene mucho que aportar en este tipo de luchas, pues se le presupone la entrega y la experiencia necesarias para impulsarlas. Es, además, a quien le corresponde recordar que el conflicto no se reduce a un asunto local, que todo brota de un sistema que fomenta la desigualdad y que es necesario proseguir en el empeño hasta derribarlo. Nada, en definitiva, que no se les hubiera ocurrido con anterioridad a Malatesta y a tantos otros. El método es el mismo, pero el planteamiento sobre las elecciones es diferente.
El anarquismo no debe vivir dando la espalda a la época en la que vive. Los más de treinta años de elecciones han servido para alimentar el desencanto, pero también para generalizar la idea de que estas abren una posibilidad de cambio. Tampoco está en disposición de mostrarse soberbio, pues en todo este tiempo ha sido incapaz de levantar nada contra el sistema, salvo episódicos estallidos de rabia. Ante un panorama poco nada halagüeño, donde las alternativas a las instituciones apenas encuentran cabida, el anarquismo sólo puede presentar trabajo, trabajo y más trabajo de calle. No puede permitirse olvidar que para destruir primero tiene que construir, empezando por unos cimientos. Tiene que demostrar una opción sólida, fundamentada en ideas y en hechos.
Tras el 25-M se abre también una nueva perspectiva para el movimiento libertario, pero queda un gran trecho por recorrer.
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