La herramienta Podemos ha planteado una opción viable para articular la mayoría social en una mayoría política y abrir un ciclo nuevo de democratización.
Texto de Germán Cano, Jorge Lago, Eduardo Maura, Pablo Bustinduy, Jorge Moruno, participantes o simpatizantes de Podemos
Texto de Germán Cano, Jorge Lago, Eduardo Maura, Pablo Bustinduy, Jorge Moruno, participantes o simpatizantes de Podemos.
Hay un hilo narrativo que comunica dos puntos improbables. En la noche electoral de 2004, miles de jóvenes se reunieron frente a la sede de Ferraz ondeando banderas republicanas y coreando “No nos falles” a Zapatero asomado en el balcón. Siete años después, las plazas de toda España estallaron con un diagnóstico compartido e inapelable: “No nos representan”. Entre uno y otro momento se produjo una clara ruptura de la lógica política de la representación, que ha funcionado sistemáticamente como un mecanismo de enajenación de las capacidades políticas de los ciudadanos.
Mucho se ha discutido desde entonces sobre el carácter irrepresentable del 15M, sobre ese clamor de democracia e igualdad que supuso el principio del fin del régimen del 78, sobre las formas y las prácticas con que transformar ese anhelo poderoso en la afirmación sostenida de una vida diferente. En el marco de esa discusión, creemos que la irrupción espectacular de Podemos plantea una serie de preguntas fundamentales. En la noche electoral del 25M, por ejemplo, las miles de personas congregadas para celebrar ese triunfo en la plaza del Reina Sofía recibieron a los candidatos entre gritos espontáneos de “Que sí nos representan”. ¿Quiere esto decir que esa ruptura del contrato representativo ha sido desmentida por Podemos? ¿Qué estamos ante un retroceso de esa lógica radical de democratización desde abajo que se expresó de forma tan nítida hace poco más de tres años?
Nosotros creemos que no, que el resultado de Podemos no certifica una vuelta de la representación sino más bien su contrario: la escenificación de una nueva relación política entre la ciudadanía y sus portavoces en las instituciones. Podemos ha defendido desde el principio que su propuesta se basa en un método, materializado en una serie de procesos fundamentales: las primarias abiertas y ciudadanas, la constitución y proliferación de los círculos, la redacción y aprobación de un programa participativo, la financiación colectiva, la fiscalización transparente de las cuentas, el acuerdo sobre la revocabilidad de los cargos, la limitación de mandatos y de salarios de los representantes. Y a la vista del resultado electoral, creemos que este método ha permitido al menos tres cosas que neutralizan su lectura en el marco de la vieja lógica representativa.
Primero, ese método ha demostrado que el argumento que tiende a descalificar las capacidades y las posibilidades de los jóvenes y los ciudadanos de a pie para hacer política (“no están preparados”, “no tienen medios”, “no saben lo que hacen”, “no valen para esto”) no solo es antidemocrático, sino que además es radicalmente falso. Lo demostró el 15M y lo ha demostrado la campaña de Podemos: las singularidades asociadas, la democracia de las capacidades, es perfectamente capaz de generar tanta ilusión como eficacia y de superar barreras que se suponía infranqueables. Ha sido necesario estar en todas partes, combinar redes sociales y kilómetros de carretera, boca a boca y trabajo local y sectorial, para que la mezcla fuera contagiosa. Y lo ha sido.
En segundo lugar, el método Podemos ha dado expresión a un sentido común que es hegemónico en este país desde hace tiempo y al que, sin embargo, la representación política y la aritmética electoral impiden sistemáticamente hacerse realidad. Los temas centrales del programa y la campaña de Podemos (la lucha contra la corrupción, la auditoria de la deuda, el reparto del trabajo y la riqueza, la defensa de los derechos sociales y los servicios públicos) expresan de manera clara, precisa y contundente un sentido común mayoritario que no cabía en las instituciones. Y esos temas no se han definido y articulado desde arriba, sino a través del trabajo activo y la participación de la gente.
El tercer punto tiene que ver precisamente con la forma de esa expresión. En Podemos se ha instaurado una comunicación en doble sentido entre las personas más movilizadas (en los círculos y los equipos de campaña) y un gran sector de la ciudadanía que desea desde hace tiempo un cambio político profundo y está, por tanto, en una posición potencial de ruptura democrática. Esa comunicación ha permitido que se desborden los ejes fundamentales de la representación clásica: la forma partido, la cultura del militantismo, el eje izquierda/derecha, la concepción intransitiva de la relación entre representantes y representados, una idea de la identidad política que depende de la definición de un sujeto más o menos dado. Podemos ha sabido jugar más allá de cada uno de esos ejes, abriendo el escenario para una relación triangular entre la participación ciudadana, las luchas sociales y la expresión de las demandas en las instituciones, que vaya más allá de la democracia representativa y permita una transformación profunda de la vida política, económica y social.
Las encuestas de 2011 reflejaron que casi el 80% de la población estaba de acuerdo con lo que sucedía en las plazas durante el 15M. Desde entonces muchos nos hemos preguntado cómo transformar esa indignación en cambio político. Mediante el desborde de la representación tradicional, la herramienta Podemos ha planteado una opción viable para conectar esas dos realidades, articular esa mayoría social en una mayoría política, y abrir un ciclo nuevo que democratice desde sus cimientos la vida colectiva del país.
comentarios
10