No sería justo decir que las nuevas candidaturas surgidas en el último año han adoptado los usos y costumbres de gobernantes y gobernados durante aquellos viejos buenos tiempos del proyecto de la Unión: utilizarlas para dirimir disputas nacionales. No sería el caso, que me conste, del Partido X, que sin duda tiene el mejor programa disponible, por método y contenido adecuado al objeto-problema europeo.
No sería justo decir que las nuevas candidaturas surgidas en el último año han adoptado los usos y costumbres de gobernantes y gobernados durante aquellos viejos buenos tiempos del proyecto de la Unión: utilizarlas para dirimir disputas nacionales. No sería el caso, que me conste, del Partido X, que sin duda tiene el mejor programa disponible, por método y contenido adecuado al objeto-problema europeo. No lo es, tampoco, el de Equo, que en tanto que forma-partido de nuevo tiene más bien poco, pero que no puede dejar de reflejar sus profundos vínculos con verdes franceses y alemanes y con los lobbies ecologistas europeos. He podido leer planteamientos serios y trabajados no tanto en el programa de Podemos, un corta y pega demasiado patente, como en las aportaciones de algunas de sus candidatas, que refleja el europeísmo sincero tanto de la componente vinculada a Izquierda Anticapitalista como de las numerosas individualidades que, de momento, se lo creen y suman sus esfuerzos al proyecto hegemonizado por la promotora de ciencias políticas de la Complutense.
Pero nos engañaríamos si nos diéramos por satisfechos. Esta campaña ha estado dominada por la crisis del régimen español y la disputa del espacio político que se abre ante el hundimiento progresivo de los partidos del austericidio –subconjunto soberanista excluido: la patria salva–. Consideremos un ejemplo relevante: cuando escribimos esto ya sabemos del éxito de Syriza en las municipales griegas, preludio de un magnífico resultado el próximo 25 de mayo. La “Lista Tsipras”, coalición europea de partidos de izquierda y extrema izquierda, es la única que se propone, con cierto realismo, una estrategia a corto plazo concretada en la candidatura de Alexis Tsipras a la presidencia de la Comisión.
Sin embargo, el principal socio de esa coalición, el PCE, tiene en su programa europeo “la salida de la OTAN, del euro y de la UE”, considerada esta última como “subconjunto del imperialismo yanqui”. Reconozcamos la economía del análisis, pero constatemos también la contradicción flagrante entre la estrategia realista de Tsipras y el ‘relato de Yalta’ aún en vigor en las filas del comunismo patrio.
Fragilidad
Un relato falso, para ser comedidos, y que además luego no se corresponde con el posibilismo de la práctica de la “responsabilidad” y la “gobernabilidad” a la que se dedica la dirección de la coalición. Aparte de sostener en sus aventuras al camarada Vladimir Putin. En resumen: la coalición Tsipras es de una fragilidad apabullante. Pero su éxito es tan importante, al menos, como la mayoría de Syriza en las próximas generales griegas.
Pero tampoco el post-15M ha conseguido ir más allá de la indiferencia o la ofuscación ante la coyuntura electoral y el –deleznable– estado de la Unión. Digámoslo: no hay un post-15M, sino una coexistencia de fragmentos que giran sobre sí mismos como peonzas hasta donde aguante la inercia de 3 años sin parar. Sería injusto no mencionar las excepciones, como el Movimiento por la Democracia y su hipótesis de democracia en Europa o, cómo no, la PAH, que ha propuesto y desarrollado la campaña de escraches europeos. Ejemplos, testimonios, pero no nos hagamos ilusiones: el horizonte europeo es bastante sombrío y, sobre todo, la presión de movimientos y partidos oscila entre el desconcierto y la pura ceguera. Una ceguera en la que se advierten peligrosos tonos catastrofistas, interiorizaciones del desastre geopolítico que nos viene por Ucraina, por Lampedusa, por Melilla. Pero es preciso resistir en la zozobra: no podemos, ni debemos renunciar a nuestro optimismo de la razón –revolucionaria– europea.
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