Estado estacionario

Hoy, cuando desde el Gobierno se vuelve a hablar de brotes verdes y de señales de salida de la crisis económica, puede ser oportuno analizar las tendencias que dibujan los comportamientos y actividades de los capitales financieros.

, miembro del Obersvatorio Metropolitano
02/04/14 · 9:00
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Isa

La economía política de los dos últimos años ha estado totalmente subordinada a las colosales intervenciones monetarias de la Reserva Fede­ral de Estados Unidos (FED) y del Banco de Japón. Unas intervenciones que no hicieron sino refrendar, en la práctica, que la virulencia de la crisis del euro era sobre todo el resultado de una fuerte caída de los beneficios financieros.

Estos beneficios financieros se recuperaron, con la ayuda inestimable de una Alemania que se veía beneficiada por este esquema, mediante aquel sistema de rescate permanente que estuvo en funcionamiento durante el periodo 2010-2012, y que fundamentalmente consistía en abrir nichos de beneficio para los agentes financieros en los mercados secundarios de deuda pública en los que se apostaba permanentemente contra la asfixia financiera de los Estados del sur de Euro­pa. Apuestas que, como buen fenómeno financiero con soporte político, se convertían en profecías autocumplidas que terminaban, efectivamente, por as­fixiar a los Esta­dos del sur.

Los programas de recortes y privatizaciones que impulsaban los rescates y que, en rigor, junto a las bajadas salariales, conforman la médula del programa político neoliberal que lleva más de tres décadas desplegándose a escala global, abrían nichos adicionales de beneficios financieros y no financieros. Las intervenciones de EE UU y Japón, en la medida en la que fundamentalmente abrían un nuevo ciclo bursátil de beneficios, hicieron que los agentes financieros que estaban explotando los intereses sobre la deuda pública española e italiana, siempre jugando con el riesgo de un impago o una quita, se trasladaran a los ciclos bursátiles más convencionales de compras de acciones, bonos y derivados financieros.

Este traslado de una fuente principal de beneficios financieros a otra se ha producido dejando tras de sí una auténtica montaña de títulos de deuda pública en posesión de los agentes financieros que, desde su punto de vista y el del poder político que opera por ellos, garantiza que el programa neoliberal de recortes y privatizaciones siga adelante, quizá de una manera menos agónica, pero no por ello menos determinante políticamente.

¿Hasta qué punto estos programas pueden generar un nuevo ciclo de crecimiento a escala mundial? Dicho de otra manera: ¿estamos ante la tan cacareada recuperación? Lo cierto es que en los primeros momentos del estímulo económico había buenos motivos para dudar de que su resultado fuera algo más que la redirección de las masas de capital financiero hacia la bolsa desde donde, a falta de ciclos rentables de beneficios no financieros, volverían a salir espantados del mercado de valores en busca de los nichos de deuda pública. Y, en buena medida, prosiguen esas dudas, aunque la increíble duración de los estímulos monetarios, que va ya para tres años, haya generado algunos efectos dignos de tener en consideración. Por ejemplo, la economía de Estados Unidos –obviamente la preocupación central de la FED– ha venido creciendo en unos números medios cercanos al 3%. Sin embargo, las cifras mantienen un marcado perfil de “dientes de sierra”: en el tercer trimestre de 2013 la economía de EE UU creció un 4% para volver a caer hasta el 2% en el siguiente.

Los estirones alcistas que da la economía estadounidense parecen estar plenamente relacionados con picos de crecimiento de su capacidad de consumo que, como se sabe, afectan a toda la economía mundial, con una incipiente burbuja inmobiliaria que tampoco termina de despegar y cuya existencia no se ha convertido en el debate económico preferido de Estados Unidos.

Y es que parece que los problemas de exceso de capacidad, competencia feroz y caída de la rentabilidad en los sectores industriales que Robert Brenner identificó como centrales en la onda larga de la hegemonía del capital financiero desde principios de los años 80 siguen estando muy vivos. De hecho, la producción manufacturera mundial de los últimos dos años opera como un juego perfecto de suma cero en el que las ganancias de los países maduros son pérdidas por idéntica cantidad en los países emergentes. Es decir, sigue habiendo muchos motivos para dudar que las intervenciones expansionistas vayan a ser suficientes para generar la recuperación económica.

¿Dónde irán todos esos capitales financieros que han encontrado acomodo en los ciclos bursátiles de estos últimos años cuando se retiren los estímulos y la economía no financiera privada no sea capaz de arrojar las tasas de beneficio que demandan las finanzas? Precisamente, apoyándose en un crecimiento cada vez menor de la producción industrial y del consumo en China, todo apunta a que los agentes financieros van a ir a buscar posiciones frente a los países emergentes, últimos puntos geográficos de la cadena de valor china. En concreto, apostando a la devaluación de sus monedas, que en muchos casos, tras una década de crecimiento, están, según los criterios que usan los mercados financieros, sobrevaloradas o erosionadas por procesos inflacionistas. El primero fue el caso del ataque a Turquía en enero; y, el segundo, el de Argentina en ese mismo mes.

Y es que, a fin de cuentas, los países emergentes, tras un largo ciclo alcista son, hoy por hoy, una víctima mucho más jugosa, en términos de flujos monetarios a corto plazo, que los desfondados países de la Euro­zona, en los que las finanzas ya consideran que tienen ganado el poder político y con él una constante transferencia de recursos, muchos de ellos antigua propiedad pública.

Esta pausa está permitiendo que lo que era la caída abierta de los países del sur de Europa, entre ellos España, se esté convirtiendo en una situación de estancamiento. Que no de recuperación. Y aquí conviene siempre recordar que, para el capitalismo en general y el capitalismo financiero en particular, el estancamiento no es sinónimo de equilibrio, sino que se tiene que mantener a costa de la desposesión de las mayorías sociales, el beneficio no puede ser cero. Eso sí, en este proceso de paso de la recesión al estancamiento se perciben ciertos efectos novedosos: en España, las nuevas condiciones laborales posteriores a la reforma laboral están generando una mayor aceleración de la rotación de la fuerza de trabajo que puede ser interpretada propagandísticamente como una tendencia a la reducción del paro. Y en Alemania, el otro polo económico europeo, se acumula un superávit comercial récord que, a falta de burbuja española y con una crisis bancaria todavía no resuelta, corre el riesgo de financiarizarse para contribuir al próximo estallido de la economía mundial.

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