Hace décadas que se discute en América Latina, EE UU y Europa sobre los liderazgos y, principalmente, sobre los “líderes presidenciales fuertes”. Tanto la teoría como el análisis político han construido diversas interpretaciones sobre éstos –con especial relevancia los de América del Sur–, las cuales suponen diferentes motivaciones y concepciones políticas.
Hace décadas que se discute en América Latina, EE UU y Europa sobre los liderazgos y, principalmente, sobre los “líderes presidenciales fuertes”. Tanto la teoría como el análisis político han construido diversas interpretaciones sobre éstos –con especial relevancia los de América del Sur–, las cuales suponen diferentes motivaciones y concepciones políticas. Ahora bien, aunque existe multiplicidad interpretativa, en los últimos tiempos ha cobrado cierta preponderancia –principalmente en EE UU y en Europa– una perspectiva que asocia liderazgos presidenciales con una anomalía institucional. O con un producto del vacío político o con un “residuo colonial”, “dictatorial” o, finalmente, con un déficit democrático. Ésta, utilizada por la derecha política e intelectual, tiene como propósito erosionar y poner en duda liderazgos que han llevado adelante políticas progresistas y de izquierdas –Cristina Fernández, Evo Morales, Hugo Chávez, Rafael Correa–. Es decir, ha establecido el “temor a los líderes” –al liderazgo como entidad sin historia– lo mismo que ha avalado las políticas de liderazgos fuertes que han llevado adelante políticas neoconservadoras –Salinas de Gortari, Menem, Fujimori, entre otros– o inclusive dictatoriales –la Escuela de Chicago apoyó el gobierno de Pinochet–.
Entonces, el problema no es el liderazgo, sino la construcción política y los actores a los que interpela para la misma. Los líderes –tanto progresistas como neoliberales– se instituyen en un contexto particular que debe ser analizado y comprendido, como el tenor de sus acciones. Sólo vale el análisis contextual y no esquemas predeterminados –muchas veces ofrecidos por analistas, consultores o encuestadoras– que sólo parten de perspectivas con diversas intencionalidades y efectos políticos. En este sentido, algunas Constituciones en América Latina se han forjado bajo “el temor al líder”, ensayando sistemas parlamentaristas o elitistas, pero ello no ha implicado órdenes políticos democráticos y orientados a la ampliación de derechos. Tan sólo con tener en cuenta las Constituciones de Paraguay y Honduras, podemos observar que sus parlamentos han desconocido la voluntad democrática y han avalado golpes de Estado.
Entonces, veamos algunas cuestiones a a contemplar para pensar los liderazgos en América Latina a modo de pequeño aporte a las polémicas actuales:
1. Los liderazgos en Iberoamérica surgen con las guerras de independencia y, en su mayoría, se convirtieron en actores promotores de estatutos e instituciones en sus territorios, por tanto, fueron institucionalizadores. Entonces no provienen de un “residuo colonial ni anárquico”, sino todo lo contrario. Estos liderazgos, como la apelación a la soberanía del pueblo o de los pueblos, son parte inescindible de la modernidad política de América. “Autoridades fuertes” y “soberanía popular” aparecen como figuras en tensión, unas a otras buscan fijarse límites. Pero para ello, recuperarán figuras republicanas, tanto para la concentración del poder, como para la fijación de límites por parte de la ‘sociedad’. Por tanto, hay republicanismos en cuestión y no “autoritarios” frente a “liberales o republicanos”. Interpretación que se ha realizado cientos de veces.
2. En términos estrictamente políticos, los líderes son una manera de representar y expresar poderes y expectativas, como lo es un órgano colegiado. Es decir, nadie puede asegurar que un líder o un órgano colegiado sean por sí mismos democráticos o antidemocráticos. Existieron liderazgos neoliberales que disolvieron derechos y capacidades democráticas, como parlamentos –con diversos partidos– que propiciaron golpes de Estado o políticas excluyentes.
Representar intereses
3. En diversos momentos históricos, los líderes resumen diversos intereses, lo que los hace poderosos por lo que expresan, pero dicho poder puede volverse inestable cuando una parte de esos intereses no se percibe representada. Es decir, un líder puede constituirse a sí mismo en “pequeño parlamento” ya que mantenerse incluye negociar y limitar a los sectores. Por tanto, ningún líder –del carácter que sea– está por encima de todos sin representar intereses, como tampoco lo está un parlamento.
4. La pluralidad de partidos representada en un parlamento no garantiza en si mismo un avance democrático: sólo garantiza el debate y la preservación de algunas instituciones. Basta con observar la homogeneización que impuso el neoliberalismo a diversos partidos tradicionales en América Latina para darnos cuenta –por ejemplo, durante los 90, tanto el PJ y la UCR en Argentina, como el AD y la COPEI en Venezuela, como el MIR y el MNR en Bolivia; o el PRI y el PAN en México entre otros–. Por ello, es importante considerar los contextos para pensar las crisis que sobrevinieron después en países como Argentina, Bolivia o Venezuela y el surgimiento de los Kirchner, Evo Morales o Hugo Chávez.
Reencantar las sociedades
5. Con respecto al denominado “déficit democrático” causado por los liderazgos fuertes, debemos considerar que más allá de las tensiones y contradicciones, existen gobiernos postneoliberales en América del Sur que han avanzado en la ampliación de derechos y han integrado a sectores antes excluidos. Gobiernos que han reinstitucionalizado sus sociedades –reformas constitucionales o nuevas instituciones– y han establecido nuevas sociabilidades políticas –con sus problemas–.
6. Los liderazgos progresistas sudamericanos –muy cuestionados por las “perspectivas institucionalistas”– han reencantado las sociedades, las han politizado y han ampliado la escena política, tanto para leales como para opositores. Es decir, todos se llaman a participar porque estos líderes han introducido cambios y nuevas disputas. Tan interesante son éstas que estos líderes se han transformado en equilibrios y limites frente a otros “liderazgos imperceptibles” como los que asumen los capitales concentrados. En muchos casos un presidente o una presidenta con gran aval político y liderazgo se convirtió en una amenaza o por lo menos en un actor con el que negociar para estos grupos empresariales, los cuales estuvieron por décadas acostumbrados a disciplinar mandatarios.
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