La irrupción de Pode­mos es, sin duda, el acontecimiento mediático más destacado de los últimos tiempos. La candidatura puede presumir de haber conseguido más impacto mediático en su primer mes que el Partido X en su primer año o las CUP en su primera década.

La cuestión es si una apuesta de este tipo –que nace dentro de la lógica televisiva en un momento en el que algunos pensábamos que el 15M había inaugurado el tiempo de las redes– va más allá de eso. Es decir, si se trata de una apuesta de movimiento democratizadora, o simplemente de una operación con el objetivo de acumular el capital político necesario para negociar de tú a tú con IU una candidatura para las elecciones de la comunidad de Madrid o las elecciones estatales.
Desde su presentación, me ha parecido un intento de reconducir el clima 15M hacia una situación pre-15M. Un intento de usar parte de la jerga 15M para construir un escenario electoral cuyo centro es IU

Desde su presentación, me ha parecido un intento de reconducir el clima 15M hacia una situación pre-15M. Un intento de usar parte de la jerga 15M para construir un escenario electoral cuyo centro es IU; aunque sea una IU renovada.

Otra de mis pegas respecto a Podemos es que plantea las elecciones europeas en clave electoral nacional, pensando en los comicios  del próximo mayo como una especie de primarias de cara a los siguientes.

En vez de pensar cómo construimos movimiento y cómo trazamos alianzas euro-mediterráneas en torno al impago de la deuda, al euro, a las fronteras europeas –las exteriores y las interiores–, al acceso a la renta... A esta candidatura parece que le importa más qué hacer o dejar de hacer con IU frente al PP que cómo conseguir el impago democrático desde los PIGS.

Ninguno de los puntos del manifiesto con el que se lanzó la propuesta tiene la mínima relación con una perspectiva europeísta de movimiento. Sin embargo, es innegable que Podemos ha generado ilusión en mucha gente. Ha conectado con las ganas de sectores diversos de que “algo así” pasase. Hay incluso quien ve similitudes entre las presentaciones de Pode­mos y las asambleas en las plazas. Algunos compañeros defienden que es una propuesta abierta en la que los círculos tienen todo por decidir, por lo que es prematuro e inútil hacerle una crítica frontal. Es cierto, probablemente. Un crecimiento tan rápido puede desbordar cualquier plan y es probable que el resultado no sea ni lo que imaginan Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, ni lo que quiere Izquierda Anticapi­talista sino una híbrido entre lo anterior y lo que los círculos quieran.

Un crecimiento tan rápido puede desbordar cualquier plan y es probable que el resultado no sea ni lo que imaginan Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero o Izquierda Anticapitalista El caso es que justo en el momento en el que quienes hemos ­sido críticos desde un inicio nos estamos viendo obligados a replantear nuestras objeciones debido a esas razones, la cúpula de Pode­mos –una dirección de partido que no ha sido elegida ni refrendada en ninguna asamblea– se reúne con Izquierda Unida y decide sin consultar a la militancia “remar” junto a IU. Esta nueva forma forma de hacer política es como la vieja. Es responsabilidad de los círculos decidir si la apuesta por una nueva política es real o es sólo la retórica con la que se viste la búsqueda de un nuevo y carismático líder que regenere lo existente. La versión más optimista podría ser que Podemos ha inaugurado un escenario que posibilitará opciones electorales de movimiento aún por inventar. Ya veremos.

Mientras tanto, en Catalunya se sigue hablando de un referéndum que nadie cree que se va a celebrar. Artur Mas, fiel a una tradición muy española en la que los líderes políticos hablan más claro en entrevistas a medios extranjeros que en casa, se ha declarado por primera vez explícitamente independentista en declaraciones a Il Corriere della Sera. Está dispuesto, por lo tanto, a jugarse su futuro político en esta apuesta. Doble o nada. La duda es si esta vez el independentismo se va a conformar con el adelanto de las elecciones cuando el Tribunal Constitucional suspenda o prohíba la consulta.

El problema es que, tanto en Catalunya como en el Estado Estatal, nos encontramos con que las fuerzas electorales plantean escenarios al que los movimientos se deben adaptar. Un escenario menos interesante que cuando gritamos que no nos representan.