Si hay un concepto que ha pulsado el nervio de nuestro presente, éste es el de la Cultura de la Transición (CT). El ocaso de este paradigma hoy arroja sombra sobre el escenario político español bajo abundantes síntomas: declive del bipartidismo, deslegitimación de instituciones claves de gobierno y organizaciones sindicales, desorientación ideológica... Lento ocaso del que tampoco escapa el marco cultural hegemónico forjado por las élites económicas y culturales desde finales de la década de los 70.
Si hay un concepto que ha pulsado el nervio de nuestro presente, éste es el de la Cultura de la Transición (CT). El ocaso de este paradigma hoy arroja sombra sobre el escenario político español bajo abundantes síntomas: declive del bipartidismo, deslegitimación de instituciones claves de gobierno y organizaciones sindicales, desorientación ideológica... Lento ocaso del que tampoco escapa el marco cultural hegemónico forjado por las élites económicas y culturales desde finales de la década de los 70. Con la instauración de la Transición se configuró en España un potente entramado mediático cuya creciente influencia eclipsó otras fuerzas de formación política y crítica. Este paulatino desplazamiento de las luchas sociales al foco culturalista del debate mediático tuvo lugar porque sus grandes referentes hicieron suyo el discurso de ‘consenso’ que presidió la etapa central de la Transición.
Paralelamente a la aparición cinematográfica del llamado “destape”, el nuevo horizonte de presuntas libertades generó la construcción de un nuevo espacio público definido por la contracción de los espacios de socialización que la oposición al Franquismo había habitado con tenacidad durante la clandestinidad, el desarrollo de formas efectistas de hacer política, una tendencia al personalismo carismático y una apuesta acrítica por las ilusiones de la modernidad.
A la luz de estos rasgos, el paso, en la CT, del leninismo al “landismo” mediático generó un espacio público donde los medios constituyeron para muchos ciudadanos la única fuente de información política. El País ejerció un papel fundamental en la articulación del espacio hegemónico de la CT
Pero la aparente pluralidad en realidad escondía una profunda homogeneidad de contenidos. No parece discutible que, en este contexto, la maquinaria PRISA organizada en torno al diario El País, inicialmente concebido como un periódico liberal conservador elitista y más tarde social-liberal al estilo socialdemócrata europeo, ejerció un papel fundamental en la articulación del nuevo espacio hegemónico de la CT . Aunque uno pueda sentirse alérgico al resentimiento que desprende, es muy suculenta en este sentido la lectura del último volumen de las memorias de Alfonso Guerra, Una página difícil de arrancar, para analizar cómo de todos aquellos polvos nos anegan hoy, en el plano mediático, estos lodos.
No hace falta ser muy perspicaz para comprender que hoy toda esta maquinaria se está descomponiendo. Una agonía acelerada por diferentes causas. La aparición de las redes sociales como nuevo espacio público no jerarquizado; la fusión de grupos de comunicación en monopolios; la profunda crisis del periodismo clásico, desnortado por un mundo cuyos nuevos ritmos y paisajes sigue sin comprender, son puntos de inflexión decisivos. Sin embargo, lo que llama la atención de la actual incapacidad del entramado hegemónico de la CT para conseguir asentimiento social es su sintomática obstinación a interpretar el nuevo campo de fuerzas sociológico a la luz de sus propias categorías hermenéuticas, ya no solo anacrónicas sino autocomplacientes. Este dato pone de manifiesto hasta qué punto su imaginario ideológico depende para existir de la CT. Fuera de esa atmósfera, se desintegra.
Marginalidad orgullosa
Pero, como es sabido, la muerte de lo viejo no engendra necesariamente el nacimiento de lo nuevo. Una posible hegemonía superadora de las inercias de la CT se vislumbra ya en el horizonte, pero los medios alternativos, por mucho protagonismo que hayan alcanzado al calor del ciclo de movilizaciones inaugurado por el 15M, aún no disponen de acceso a mayorías sociales, aunque estas simpaticen con estos discursos. Evidentemente, esta penetración no es nada fácil y requiere tiempo, pero tampoco aquí ayuda cierta ‘mediofobia’, extendida en algunos sectores críticos. A pesar del riesgo que supone siempre entrar en el juego ‘espectacular’ de los medios de comunicación de masas, en la actual coyuntura, ¿podemos permitirnos el lujo de entregarnos al éxodo de una marginalidad orgullosa, pero también, en el fondo, algo elitista?
Se hace preciso, pues, pensar en las posibles interferencias y contaminaciones que los medios alternativos pueden desarrollar en el campo de fuerzas comunicativo.
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