De líderes, facilitadores y movimientos

Oía el otro día a la dirigente del PSOE en Anda­lucía quejarse de la falta de liderazgo en el PP de su región. Según ella, era absolutamente necesario que dicha formación tuviera un líder claro que eliminara la confusión. La política convencional reclama líderes, que son los únicos  capaces de ordenar el caos de la multitud. “Hacer política” implica establecer un mapa geométrico cuyas líneas dibujen los frentes, las estrategias, los puntos de cruce y las superposiciones de unas líneas con otras.

, Militante social, ensayista y profesora de Filosofía
20/02/14 · 8:00
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Isa

Oía el otro día a la dirigente del PSOE en Anda­lucía quejarse de la falta de liderazgo en el PP de su región. Según ella, era absolutamente necesario que dicha formación tuviera un líder claro que eliminara la confusión. La política convencional reclama líderes, que son los únicos  capaces de ordenar el caos de la multitud. “Hacer política” implica establecer un mapa geométrico cuyas líneas dibujen los frentes, las estrategias, los puntos de cruce y las superposiciones de unas líneas con otras. Sobre este mapa, cual general en su cuartel de mando, el dirigente político va clavando banderitas rojas y azules en un combate simulado que es la ‘política’.

 “Hacer política” implica establecer un mapa geométrico cuyas líneas dibujen los frentes, las estrategias, los puntos de cruce y las superposiciones de unas líneas con otrasSe suele decir que todo proyecto político necesita un líder, un rostro, un personaje que lo encarne y que lo exprese. Todavía más en una “sociedad del espectáculo”. Los medios necesitan líderes, personas que hablen públicamente y que hagan como que ‘representan’ eso que expresan. Per­sonajes-icono que puedan rellenar en la imaginación el hueco que crean las palabras. ¿Un rostro, un gesto, una retórica?, o tal vez una careta que expresa algo inaprensible que hay detrás de él: un talante, una forma de hacer, un espíritu de partido. Formas espiritualistas y mistificadas de abordar la acción política.

“El poder político pasa por el rostro del jefe, banderolas, iconos y fotos, incluso en las acciones de masa; […] el rostro no actúa como individual, la individuación es el resultado de la necesidad de que haya rostro. Lo que cuenta no es la individualidad del rostro, sino la eficacia del cifrado que permite realizar y en qué casos. No es una cuestión de ideología, sino de economía y de organización del poder. Por supuesto, no­sotros –dicen De­leuze y Guattari en Mil Mesetas– no decimos que el rostro, la potencia del rostro, engendre el poder y lo explique. Por el contrario, ciertos agenciamientos de poder tienen necesidad de producir rostro, otros no. La política dominante tiene necesidad de líderes con rostro pero, al menos para Deleuze y Guat­tari, no toda política los necesita.

Ahora bien, un momento esencial en las luchas colectivas es la construcción de un nuevo ‘nosotros’. ¿Ne­cesitarán también un líder?, ¿qué aportará el líder a esta construcción?, ¿para qué debe servir esa figura: para el gran público, para los medios, para ‘nosotros’?
En los movimientos sociales y en los procesos de auto-organización colectiva, el líder puede tener otro papel: ser un elemento de paso en un proceso de subjetivación que construye ‘sujeto político’; es decir, que coadyuva a que un magma de iniciativas, malestares, preocupaciones y acciones parciales cuaje en un proyecto político claro, definido en cuánto a sus líneas de acción y sus ritmos, etapas o fases. Transformar  lo que podría ser una línea de pensamiento o una serie de acciones parciales en un proyecto que persigue alterar las relaciones de poder.

En ningún momento el líder debe independizarse, transformarse en el hacedor del movimiento, debe “mandar obedeciendo”, como señalaran los zapatistas
La persona ‘líder’ es como si fijara el proceso de constitución de ese sujeto colectivo y le diera un rostro. Tal vez podríamos tratarlo como un estrato en un terreno, como si fuera una capa más dura donde rebota la mirada, inmerso en un territorio más amplio y profundo. En nuestro caso, el territorio es el campo socio-político abierto por el acontecimiento 15M; el ‘líder’, esa capa dura que refleja la luz componiendo una imagen captable por los medios. 

Pero, si fuera así, los lazos que mantienen atado el líder con aquello que expresa deben ser pulidos, hechos del más duro acero. En ningún momento el líder debe independizarse, transformarse en el hacedor del movimiento, debe “mandar obedeciendo”, como señalaran los zapatistas. Y no por un precepto moral, sino porque el secreto de la acción política hecha desde abajo reside fundamentalmente en no perder jamás el control sobre los dirigentes. Entiéndase que no es un problema de ‘buenos’ o ‘malos’ líderes, aunque obviamente los hay mejores que otros, sino de que quien expresa sustituya a lo expresado, de que el mecanismo que exige rostros, caras, gestos, personajes, imágenes, sustituya la fuerza colectiva y acabe silenciándola.

¿Podrían prescindir un movimiento y un proyecto político de personajes enunciadores del mismo?, ¿qué habría sido del movimiento por los derechos civiles sin Martin Luther King?, ¿o de las luchas en Sudáfrica sin Mandela?, ¿o del zapatismo sin el subcomandante Marcos? Parece como si la acción colectiva no pudiera pasar de estos personajes singulares. Y, sin embargo, la innovación que han introducido los nuevos movimientos en un sentido cada vez más radical ha sido la de descabe­zarlos. Mientras que la política convencional dominante se concentra, cada vez más, en la figura de los líderes como cúspide de los sistemas de mando, la política nueva, la política hecha desde los/as afectados/as y para nosotros/as hace surgir de sí figuras que, en un momento determinado, puedan exponer nuestras demandas ante la opinión pública, que empujen el proceso de subjetivación, de creación de ese sujeto político de nuevo tipo que no actúa sobre criterios de ‘representación’ sino de expresión y reapropiación de la política y del poder. 

El 15M y las acampadas intentaron barrer con las formas clásicas, incluida la personalización de la política, inaugurando una forma nueva en la que no hubiera ‘líderes’ sino portavoces, voces que hablan y transmiten aquello que se debate en común para hacerlo accesible a quien no participa o no ha participado de ello. En los debates, a los dirigentes se les sustituye por los dinamizadores, introductores, ponentes, facilitadores, relatores... porque no se trata de que ‘alguien’ dé forma y expresión a una corriente subterránea o a un caos multiforme sino de que éste se organice, encuentre sus vectores de sentido, genere sus delegados o portavoces, establezca las normas y los protocolos de la acción común y en común a través de metodologías abiertas y compartidas.

No es un problema de purismo ­democrático ni de que suframos un ataque de democratitis, es que las cuestiones de organización son eminentemente políticas. Si necesitamos líderes es para controlarlos y rebasarlos, no para que concentren la capacidad de decisión. No queremos líderes carismáticos con fuerte poder de decisión dado que tienen en sus manos todos los hilos de la acción política o su rostro, o su modo de hablar ofrecen un elemento de identificación fácil. Más bien tendríamos que tratarlos como personajillos en un escenario, el de la opinión pública, el de los medios, el de la política espectáculo, que deben estar siempre inmersos y sometidos a la acción política constituyente.

Tags relacionados: democracia Número 216 15M
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