No estoy diciendo que quien ha impulsado este proyecto deba retirarlo; me parece bien que siga adelante y tal vez incluso les votaría. Pero no creo que deba galvanizar todas las energías existentes, ni que deba cerrar los espacios de gestación de alternativas que están surgiendo, más o menos lentamente.
Me alegro de que se haya presentado Podemos como opción electoral, aunque no sea mi opción política. ¿Es un juego de palabras? No, mucho más sencillo: el espacio electoral no es ni siquiera una copia quebrada del espacio de la acción política. Es otra cosa, tiene sus propias reglas y sus propios límites. En las elecciones de 2009 un diputado español para ser elegido al Parlamento europeo tuvo que obtener entre 300.000 y 400.000 votos. Es decir 300.000 o 400.000 personas que tuvieron que votarle y que en esa misma operación se excluían a sí mismas de la intervención política, ni más ni menos. Éste es el misterio de la representación, que bloquea la acción política de los representados y restringe hasta límites “manejables” los espacios de toma de decisiones.
¿Significa esto que para evitar tal situación debemos estar constantemente reunidos en Asamblea tomando decisiones sobre todo y sobre cualquier cosa, como aducen las interpretaciones demagógicas? En ningún modo. Las Instituciones sirven para dar garantías y perdurabilidad a la acción política, pero las Instituciones se inventan y estamos en un momento en que tenemos y podemos inventar nuevas instituciones. Si, como dice Carlos Fernández Liria, y estoy de acuerdo con él en eso, estamos en un “momento constituyente”, ¿por qué hay que admitir, sin más discusión, que sólo caben Instituciones como las que tenemos, o formas de elección como las vigentes? Si la Constitución de 1978 se cambió para que los acreedores estuvieran seguros de que cobrarían los capitales y sus correspondientes intereses, ¿por qué no podemos cambiarla para asegurar una renta digna para cada persona y unas formas de intervención política radicalmente democráticas, en vez de limitarnos a la esperanza de que, esta vez, los nuevos elegidos “sí nos representan”?
Creo que el mejor momento para tantear la fuerza electoral de un movimiento extraño como el 15M, que aspira a cambiar los modos de hacer política y no solamente a un recambio de las élites, son las elecciones municipales
Se me contestará: porque los/las que estamos interesados/as en este cambio no tenemos suficiente fuerza para impulsarlo. Yo digo: probemos. “Sí, podemos” no se reduce a “podemos elegir más y mejores candidatos al Parlamento europeo” sino “podemos organizar de modo radicalmente democrático la convivencia social”, a partir de ciertos mínimos; estos son los puntos elaborados en las múltiples asambleas del 15 M y recogidos en muchas de las plataformas que siguen existiendo, entre otras y en primer lugar, las PAH, las asambleas de zonas y barrios, las mareas y muchas más. Los puntos, los temas, están ahí. Sabemos lo que queremos, ¿qué es lo que nos falta?, organización y fuerza.
¿Cómo se construye organización y fuerza?, ¿es el catapultar uno, o dos, o tres candidatos al Parlamento europeo la mejor forma de hacerlo?, es evidente que no, por más que no rehuyamos las citas electorales, pero conviene elegir bien el momento y la forma. El momento: creo que el mejor momento para tantear la fuerza electoral de un movimiento extraño como el 15M, que aspira a cambiar los modos de hacer política y no solamente a un recambio de las élites, son las elecciones municipales. Y esto, por varias razones: porque el poder municipal es el más cercano a los/as ciudadanos/as y donde se puede iniciar una gestión de ruptura que muestre justamente esa otra forma de hacer política, atenta y respetuosa con las personas. Y porque de triunfar, puede acoger e impulsar proyectos de autogestión que están iniciándose y que podrían garantizarnos formas más justas de atender a las necesidades de todos/as. Además el tiempo hasta las elecciones permite cuajar alianzas y elaborar candidaturas unitarias.
La forma: ésta no puede ser cualquiera. Si estamos hablando de formas directas, participadas, horizontales y respetuosas de hacer política –que es, insisto, la gestión de los asuntos que nos afectan a todos/as y no el arte de gobernar a los/as demás– la selección de los candidatos, el timing y la forma de la campaña, los compromisos de los/as electos/as en el caso de que realmente se tenga éxito y las formas en que éste redundará en un mayor control por parte de los electores deben ser explicitados de antemano. De lo contrario, en el caso de que los compromisos no se cumplan, no podremos más que lamentarnos y volver a lamernos las heridas mientras cunde el desencanto. Pero si todas estas cosas están claras, un triunfo, por pequeño que sea, supondrá un paso adelante en la organización, porque revertirá sobre todos aquellos que sientan la victoria como suya y que podrán controlar a los recién elegidos. Sin duda la política es compleja, pero no puede resultar un arcano para poblaciones inteligentes y educadas como las actuales a no ser que se nos quiera obligar a un infantilismo suicida. El “método” Podemos hasta el momento no se ha atenido a estos mínimos y en un salto impetuoso ha pasado por encima de todos los procesos de auto-organización que están sobre la mesa. Más que a las Instituciones su método ha sido el “asalto a los medios” lo cual, justo es reconocerlo, tiene su mérito.
El reto no es sacar un escaño más en las elecciones europeas ni mucho menos que sea IU quien saque ese escaño de más. El reto es democratizar radicalmente las Instituciones políticas y eso no puede hacerlo una minoría, por más bienintencionada que esté, en un pantano como el Parlamento Europeo. Eso sólo podremos conseguirlo, y con mucho esfuerzo, los movimientos sociales europeos si nos enlazamos unos con otros de tal modo que podamos crear un espacio común. Las luchas de los últimos años nos están acercando en las formas de lucha, las sinergias, los discursos, las iniciativas. Pero el Parlamento Europeo, dada su composición y su estructura, no es el lugar idóneo para impulsar la convergencia en Europa en contra de una élite burocratizada que ha sabido construir una Europa neoliberal a su imagen y semejanza.
¿Y qué pasa con la ilusión que despierta el proyecto?, ¿no es una baza a su favor? Sin duda, y me alegro de ello. No estoy diciendo que quien ha impulsado este proyecto deba retirarlo; me parece bien que siga adelante y tal vez incluso les votaría. Pero no creo que deba galvanizar todas las energías existentes, ni que deba cerrar los espacios de gestación de alternativas que están surgiendo, más o menos lentamente. Si eso ocurriera nos haría un flaco favor, porque sin haber ganado la partida nos quitaría el tablero. El tablero prioritario, hoy por hoy, no es el Parlamento europeo: es la posibilidad de construir una alternativa política creíble en los espacios que habitamos, llámense barrios, pueblos, empresas o comunidades. Incluidas, y no en último término, las redes virtuales. Y resonando en Europa, en los movimientos europeos. Si Podemos es una pequeña rueda en este largo camino, bienvenido sea; si no lo es, que se lo trague la historia.
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