Ahora podemos ver dentro del panorama de los medios críticos en el Estado dos tipos claramente definidos: los reactivos y los prospectivos.
La cosa es así: la comunicación crítica necesita fabricar compost con el detritus de los medios de comunicación convencionales. Sin ese humus, la semilla del periodismo y la comunicación crítica no podrá germinar.
Puede parecer una sentencia demasiado categórica, pero de nada sirve crear medios de comunicación críticos si no hay un público que los use, los digiera y multiplique su efecto. De publicaciones onanísticas está plagado el universo alternativo, aunque ‘alternativo’ sea un cajón tan difuso como el de ‘crítico’.
En un encuentro con comunicadores populares en Costa Rica, hace un par de años, se llegaba al consenso de que para denominar como “alternativo” o “crítico” a un medio de comunicación, éste debía estar respaldado por un proyecto político contrahegemónico. No es poco, pero ése debería ser el punto de partida para la disección de este sector renqueante. El otro punto de arranque es el de la información pública configurada como bien común: algo imprescindible para la construcción social y que debe ser cogestionado por comunicadores, lectores, distribuidores y algún que otro anunciante despistado.
Las urgencias, las efervescencias del 15M e, incluso, el desempleo, han provocado la proliferación de proyectos ‘de garaje’ que se autoproclaman críticos pero, a veces, se desinflan en el camino Ahora podemos ver dentro del panorama de los medios críticos en el Estado dos tipos claramente definidos: los reactivos y los prospectivos –aunque estos últimos son pocos–. Las urgencias, las efervescencias del 15M e, incluso, el desempleo, han provocado la proliferación de proyectos ‘de garaje’ que se autoproclaman críticos pero, a veces, se desinflan en el camino o se quedan en la transmisión online de la batalla cotidiana. Nada más. Cuentan el suceso desde la impronta de la rabia pero sin un claro proyecto contrahegemónico y sin desentrañar lo que, desde mi punto de vista, es más importante: el proceso. Los otros medios, los prospectivos –con un porcentaje de ‘reacción’ necesario– multiplican sus pocas energías en ver cómo sobrevivir y en cómo mantener a un equipo de colaboradores que permita construir, no sólo llenar páginas o multiplicar bits.
Hay poco humus y por eso cuesta tanto que la semilla prospere. De algún modo, para generar ese compost haría falta ‘competir’ con los medios de comunicación comerciales en la trinchera ética –la de la verdad– y en el del territorio –el de lo local–. Si algo saben los expertos en empresas periodísticas es que un medio que funciona es aquel que hace sentir a quien se acerca a él que accede a información única –original, develada, sorprendente–, que su vida mejora con la lectura o visualización –es útil, es divertida, es reveladora– y que lo hace más inteligente –mejora sus conocimientos, eleva su nivel cultural, le abre perspectivas de pensamiento inéditas–. Si consigue esto y, además, le habla de lo más cercano, la fórmula del futuro está servida.
Si los medios críticos abonaran más ese terreno podrían conseguir más público –más base social–. Insisto en ello porque es el único camino de sostenibilidad de los proyectos críticos que veo viable: el de la microfinanciación colectiva. Con más público que entienda que los medios alternos son procesos –no proyectos puntuales– que hay que sostener por el bien común, hay posibilidades de procesos críticos de largo recorrido. Lo otro… es espuma. No digo que el espacio de lo digital, los blogs, las redes sociales y las piruetas en 140 caracteres no sean un territorio habitable, pero no es el del periodismo crítico.
Si es difícil ser un comunicador crítico, lo es también ser un ‘consumidor’ crítico que reserva el tiempo y hace el esfuerzo de leer, pensar, compartir y actuar El periodismo crítico necesita tiempo y sacrificio, dos de las cosas que el capitalismo contemporáneo occidental nos ha usurpado. Si es difícil ser un comunicador crítico, lo es también ser un ‘consumidor’ crítico que reserva el tiempo y hace el esfuerzo de leer, pensar, compartir y actuar. En tiempos en los que se elogia la ‘facilidad’ –“mueve el mundo con un dedo en tu tableta”– y la velocidad, la tarea del periodismo crítico o se aborda desde una ética política contundente y desde una habilidad práctica inusual o se corre el peligro de que cada medio sea no más que la aventura juvenil de los que aún no han conseguido insertarse en el sistema.
En esta fórmula falta la memoria: aprender de las buenas experiencias anteriores y no volver a pisar los mismos charcos en la historia. Por ejemplo, La Revista Blanca en su segunda etapa, con su inteligente estrategia de productos editoriales asociados y su audaz forma de distribución directa. Sin internet se construyó un camino que quizá hoy nos toca volver a transitar con el mismo espíritu.
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