Crear oportunidades, facilitar el movimiento

Pasado el ecuador de la legislatura y en vistas al primer gran test de Rajoy, empiezan a notarse algunos síntomas de posibles cambios de escenario. Y es que no por casualidad asistimos a un importante debate capaz de modificar los equilibrios políticos de la primera mitad de la legislatura.

06/02/14 · 8:00
Edición impresa

Pasado el ecuador de la legislatura y en vistas al primer gran test de Rajoy, empiezan a notarse algunos síntomas de posibles cambios de escenario. Y es que no por casualidad asistimos a un importante debate capaz de modificar los equilibrios políticos de la primera mitad de la legislatura.

Este debate no es otro que el debate sobre la configuración de la agencia política, esto es, sobre el “quién o qué hace qué, cómo, cuándo, dónde, etc.” de la política. Según este debate se resuelva en uno u otro sentido, el futuro se decantará a favor o en contra de la democratización del régimen.

A fin de comprender eventuales imprevistos en el guion es preciso destacar el agotamiento institucional con el que se acercan los comicios europeos. Vaya por adelantado que no queremos con esto decir que sea en el horizonte de la política electoral donde se encuentra hoy la variable decisiva del porvenir democratizador. Al contrario, lo electoral sólo contribuye a definir, a lo sumo, las condiciones de posibilidad de la democratización. Ésta, por definición, depende del antagonismo contra las derivas desdemocratizadoras.

En este orden de cosas, todas las encuestas apuntan en la dirección que acertadamente ha identificado Alba Rico como pugna entre dos bipartidismos: el de los ganadores (PP y PSOE) y el de los perdedores (IU, UPyD). Así fue pensado el diseño institucional del régimen de 1978: ante la crisis, reajuste institucional por medio de transferencias de voto entre aquellos partidos que operan como vasos comunicantes –volatilidad en la izquierda o en la derecha, pero no entre ambas– y cambio de lo social y lo nacional para las naciones sin Estado. El escenario previsible vendría a definirse así en cinco grandes trazos:

1. La derrota o merma importante de votos del PP.

2. La estabilización e incluso victoria por pasiva del PSOE.

3. El crecimiento de las terceras opciones, IU y UPyD, siempre menor de lo que creen sus votantes por culpa del voto oculto.

4. El aumento de las formaciones nacionalistas y el trasvase ­interno en cada nacionalismo hacia la izquierda provocado por la crisis.

5. Y todo lo anterior acompañado por un incremento notable de la abstención y los votos ultraminoritario, blanco y nulo, reflejo de la lógica de expulsión de la representación de todo aquello que no sea traducible a la política de partidos.

Exasperación

De confirmarse este estado de opinión, el régimen podría seguir llevando a cabo el proyecto neoliberal y al tiempo desgastar, de pura exasperación, toda resistencia social que se le oponga. Hasta hace bien poco nada en el paisaje político hacía presentir una alteración así: las tentativas insurrec­cionalistas y el carácter ­mera­mente expresivo del descontento chocaban con el inmovilismo institucional tan marcado por la mayoría absoluta del PP.

En estos últimos días, sin embargo, dos síntomas procedentes de las dos modalidades de agencia opuestas al partido –el notable y el movimiento– parecen haberse confabulado para alterar el guion. Por una parte, el movimiento ha reaparecido con un gesto de poder efectivo capaz de alterar las relaciones de poder –Gamonal–. Por otra, Pablo Igle­sias ha lanzado Po­demos, trastocando el veto por la izquierda de que disponía IU. Si movimiento y notable se conjugan acertadamente, todo anuncia que se puede abrir una ventana de oportunidad para el cambio antes, ­durante y después de las elecciones.

No es tarea fácil, sobre todo cuando la política de partido impone su terreno. Pero sólo lo contrario es una derrota segura.

Tags relacionados: bipartidismo Número 215
+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

Tienda El Salto