Nuevos medios y formas

Ante la destrucción masiva de empleo en los medios de comunicación tradicionales, algunas periodistas, en vez de creer que no hay vida más allá de Prisa, nos agarramos a eso de que la crisis también es una oportunidad de cambio. Nos adentramos en el camino incierto pero gratificante de poner en marcha nuevos y modestos medios en los que contamos con mayor libertad e independencia para proponer nuevas formas de hacer periodismo.

, Pikara Magazine
29/01/14 · 8:00
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Ante la destrucción masiva de empleo en los medios de comunicación tradicionales, algunas periodistas, en vez de creer que no hay vida más allá de Prisa, nos agarramos a eso de que la crisis también es una oportunidad de cambio. Nos adentramos en el camino incierto pero gratificante de poner en marcha nuevos y modestos medios en los que contamos con mayor libertad e independencia para proponer nuevas formas de hacer periodismo. Pikara Magazine es uno de tantos experimentos nacidos durante el terremoto en los medios hegemónicos, alimentados además por el ejemplo de medios críticos ya consolidados para entonces, como DIAGONAL.

Nuestra aventura no es idílica, pero tampoco suicida. Tenemos muchas limitaciones, económicas sobre todo, pero también muchos motivos de satisfacción. Dicho de otra manera, hemos logrado una difusión y un reconocimiento con el que ni soñábamos, pero mantenemos un presupuesto que no alcanza ni para cubrir una nómina. Yo hoy voy a mirar la botella medio llena: a estas alturas suena a cliché eso de que “son los grandes medios los que están en crisis, no el periodismo”. Pero lo cierto es que –sin entrar a analizar las luces y las sombras de cada nuevo proyecto comunicativo, muy dispares respecto a estructura, financiación, liderazgos o sensibilidades políticas– esta eclosión de medios “a la izquierda de El País” está desarrollando una cultura periodística ilusionante, que cuestiona algunas de las dinámicas de los medios tradicionales. Por ejemplo, el mito de la objetividad –esa falsa neutralidad que se traduce en abordajes acríticos que benefician al poder establecido–, o la lógica de competitividad, muy ligada al modelo de prensa diaria generalista en papel. Es decir, antes, quien compraba Público dejaba de comprar El País. Quien lee eldiario.es probablemente se pase de vez en cuando por las webs de La Marea o Infolibre.  Además, ser medios di­rigidos por periodistas y no por gestores, propicia una cultura más colaborativa, en la que fluyen las fórmulas de apoyo mutuo, tales como compartir contenidos, intercambiar ban­ners, tuitearnos, etc. Sabemos que sumando fuerzas tendremos más opciones de consolidar este nuevo modelo.

Pero uno de los cambios que más disfruto es el menor encorsetamiento que exigen los nuevos medios. Se convierten en laboratorios en los que tenemos más margen para hibridar, experimentar y transitar entre secciones, géneros, estilos y lenguajes. Poder publicar reportajes y artículos de opinión, y no tener que etiquetar si lo que escribo es sociedad, política o economía. La agenda informativa, aquello que consideramos noticiable, también se amplía. Economía no es sinónimo de bolsa, política no es sinónimo de partidos y deporte no es sinónimo de fútbol masculino.

Y este laboratorio desencorsetado favorece nuestro empoderamiento como periodistas, especialmente en el caso de las feministas. Frente al desgaste de enfrentarnos a jefes arrogantes encorbatados, en nuestros modestos medios demostramos que es posible ofrecer contenidos atractivos que empleen un lenguaje inclusivo, que se alejen de la mirada hegemónica del hombre blanco heterosexual con poder y que utilicen la perspectiva de género como herramienta de análisis. A veces, uno de esos contenidos se convierte en viral, gana un premio periodístico o nos proporciona satisfacciones cualitativas como enterarnos de que se utilizan como materiales de sensibilización y debate. O recibir cartas de personas a las que ha aportado algo, y nos sentimos más realizadas que durante toda nuestra carrera en los mass media. Transversalizar esa mirada feminista sigue siendo una asignatura pendiente en los medios críticos mixtos, pero al menos han sido más permeables a incluir nuestras agendas y estilos, y constituyen espacios más amables en los que nos sentimos respetadas y valoradas.  
También nos replanteamos qué es ser ‘experto’ –¿es el catedrático de turno el único con autoridad para interpretar la realidad?– o “ser profesional” –por ejemplo, no nos cortamos a la hora de hacer un vídeo aunque sea rudimentario–. Generamos comunidad, de forma que las lectoras y lectoras nos dicen que no somos sólo un medio para leer, sino un espacio de encuentro, de crecimiento y de disfrute. Por todo ello, pase lo que pase con estos nuevos medios, tanto la comunicación crítica en general y la feminista en particular, como quienes la practicamos, saldremos fortalecidas. 
 
Una de las preocupaciones habituales es si tenemos capacidad de influir. Se nos dice que llegamos sólo a un público ya convencido. Puede que en una primera lectura eso sea verdad, aunque en el caso de los medios feministas, si algo nos dice la gente es que invitamos a reflexionar sobre temas que no se habían cuestionado o a analizar las realidades bajo una mirada que les resulta nueva y diferente. 
 
En todo caso, una buena noticia es que los nuevos medios críticos estamos logrando marcar agenda. Un ejemplo claro en el caso de Pikara fue que los medios de masas se hicieran eco de la polémica sobre el acoso machista en Sanfermines. Incluso se han apuntado a abordar temas ligados a la cotidianidad de las mujeres que no entran en la lógica de la agenda setting. Ver a los medios hegemónicos publicando sobre el mandato de la depilación femenina, el tabú de la menstruación o cuestionando la cultura del mal llamado piropo, no deja de tener su gracia. Habrá quien aplauda que estamos marcando agenda y habrá quien señale que es la típica tendencia de fagocitar los discursos críticos y descafeinarlos en contextos mainstream. Como he dicho, hoy estoy en plan “botella medio llena”.
 
Y el gran desafío es la viabilidad. ¿Cuánto tiempo aguantaremos precarias, “inventando” –como dicen en Cuba– para seguir a flote, a golpe de crowdfunding y demás recursos temporales? La ventaja es que el panorama laboral en el periodismo al uso es tan desolador que la autoprecarización se presenta como preferible a la explotación por cuenta ajena. Cada quien resiste como buenamente puede: alternamos contratos temporales que no nos emocionan pero nos dan de comer con periodos dedicados a la comunicación, emigramos buscando entornos más sostenibles o estimulantes para hacer periodismo, apuramos ahorros y colchones familiares... A quienes no nos creímos que el éxito es tener una nómina, una hipoteca y formar una familia nuclear, pues no nos va mal. 
 
No sé cuánto duraremos, no sé cuántos de los diarios surgidos del ERE de Público se mantendrán, no sé cuántas de la nueva generación de revistas feministas seguiremos celebrando aniversarios, pero creo sinceramente que estamos transformando la forma de hacer periodismo, y que este proceso también nos está transformando y fortaleciendo como periodistas. A mí no me parece poca cosa.
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comentarios

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    Mié, 01/29/2014 - 22:37
    A mí no me parece poca cosa, me parece mucha cosa. Y felicidades por el análisis y el recuento. Estamos frente a unas prácticas periodísticas y empresariales que inflaron cifras y construyeron creencias, como la de hacer creer que número de ejemplares vendidos era igual a número de lectores. Y ahora con los nuevos medios que emergen empezamos a conocer que llegamos a lectoras y lectores verdaderos. Falta sí que las agencias de publicidad lo comprendan y que no sigan engañando a sus clientes, aunque algunos ya se han empezado a dar cuenta. 
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