Hacia las 11h, un hombre extremadamente inquieto se va encontrando con sus amigos. Hace dos días que es regidor electo del Ayuntamiento de Barcelona. Han sido unas elecciones extrañas. España se encuentra todavía bajo los influjos de la dictadura de Primo de Rivera, pero el 12 de abril unas elecciones municipales han llevado a la victoria republicana. Ha sido un resultado sorprendente, pero de eso ya hace dos días y parece que todo el país está instalado en un impasse. En ese momento ese hombre se decide a hacer un gesto.
Hacia las 11h, un hombre extremadamente inquieto se va encontrando con sus amigos. Hace dos días que es regidor electo del Ayuntamiento de Barcelona. Han sido unas elecciones extrañas. España se encuentra todavía bajo los influjos de la dictadura de Primo de Rivera, pero el 12 de abril unas elecciones municipales han llevado a la victoria republicana. Ha sido un resultado sorprendente, pero de eso ya hace dos días y parece que todo el país está instalado en un impasse. En ese momento ese hombre se decide a hacer un gesto. Se dirige hacia el Ayuntamiento, toma posesión sin más de la vara de alcalde y se asoma hacia el balcón que da a la Plaça Sant Jaume. Son las 12h pasadas y Lluís Companys proclama el nacimiento de la República. Una vez la noticia es sabida en la ciudad, otro líder de ese partido, cabreado ante la decisión unilateral de su compañero, se dirige al balcón del edificio que hay enfrente del Ayuntamiento de Barcelona y proclama el Estado catalán integrante de la futura Federación de Repúblicas Ibéricas. Se llama Francesc Macià y falta un cuarto de hora para las 15h. Finalmente, ya al atardecer, en una reacción en cadena, la República española es proclamada en Madrid.
En ese momento ese hombre se decide a hacer un gesto. Se dirige hacia el Ayuntamiento, toma posesión sin más de la vara de alcalde y se asoma hacia el balcón que da a la Plaça Sant JaumeDesde ese día, ese balcón ha marcado los grandes puntos de inflexión de la historia de Catalunya. Cuando la CEDA llegó al Gobierno, Companys volvió a aparecer en él para proclamar el 6 de octubre de 1934 el Estado catalán de la República Federal Española. Una historia que en este caso acabó con los huesos de Companys en la prisión y con la suspensión de la autonomía catalana. Más de 40 años después sería otro president de la Generalitat, Josep Tarradellas, el que saldría a ese mismo balcón el 23 de octubre de 1978 con su “Ja sóc aquí”, que significaba la reinstauración legal de la Generalitat republicana, previamente a la propia aprobación de la Constitución española. Gesto nada menor fue la única ruptura simbólica que conllevaba la reinstauración de una institución republicana durante el proceso de transición. Todo ello después de la manifestación que agrupó a un millón de catalanes el 11 de septiembre de 1977. Todo ello en un balcón ahora vacío que, tras la manifestación del 11 de septiembre de 2012, vuelve a ejercer una poderosa atracción.
Es improbable que el Estado permita un referéndum en Catalunya sobre la posibilidad de su independencia. Tampoco Artur Mas, y una parte importante de la dirigencia de CIU, pueden dar marcha atrás sin desaparecer para siempre de la ecología política catalana. Todo parece indicar un camino que lleva a la convocatoria de unas elecciones plebiscitarias y a una declaración unilateral de independencia. La locomotora marcha sin freno en este sentido hacia la estación balcón, pero en el camino puede perder muchas piezas. En el marco de unas elecciones plebiscitarias, el sistema político catalán amenaza con implosionar. Es muy probable que la coalición gobernante formada por CDC y UDC se deshaga antes de llegar a la contienda electoral. En unas elecciones en las que Convergencia quedaría en segundo lugar o equiparada por poco con ERC, el PSC profundizaría su harakiri electoral, mientras que ICV, que se puede agrupar en el entorno de la defensa de la consulta, probablemente quedaría dividida ante el dilema de votar directamente en un Parlament el ‘sí’ o el ‘no’ a la independencia. Es posible, en este contexto, que no haya una mayoría parlamentaria para la declaración de independencia. El resultado de ello no haría sino llevar al sistema político catalán a una situación de bloqueo y a la propia redefinición del proceso sobre nuevas bases.
Todo parece indicar un camino que lleva a la convocatoria de unas
elecciones plebiscitarias y a una declaración unilateral de
independencia
Más allá del día D
Pero supongamos que sí, que se ha llegado a un escenario donde la declaración unilateral es posible. Alguien, aún no sabemos quién, sale de nuevo al balcón y declara la independencia de Catalunya. ¿Qué pasa después? Lo más probable es la suspensión de la autonomía catalana. Suspensión que se podría realizar de iure, por decreto, o de facto vía inhabilitación de sus principales dirigentes. Con esto no terminaría ninguna historia, probablemente no haría sino empezar de una forma mucho más cruenta.
No hay precedentes para lo que pueda suceder aquí. Pero si finalmente el bloqueo al proceso es externo y coercitivo, será difícil que el sistema político español no quede también profundamente afectado y dislocado. Las veces que alguien ha salido a ese balcón no ha definido tan sólo la historia de Catalunya, también hicieron lo mismo, como reestructuración del Estado o como proceso reaccionario, con la de España.
Estamos ante un momento de incertidumbre absoluta, que se cruza e interrelaciona de formas diversas con la crisis de legitimidad del sistema actual. Pero en este marco las izquierdas catalanas deberían poder trabajar con hipótesis y escenarios que fueran más allá de la lógica y la agenda gestadas por CIU y ERC, y no sólo intentar profundizar en ellas en un sentido radical. Lo que estamos viviendo es un terremoto político en el panorama institucional catalán. Por debajo, si algún actor ha visualizado activamente más que nadie la profundidad de este seísmo, ha sido el movimiento político Procés Constituent. En sus multitudinarias presentaciones y asambleas por todo el territorio catalán, ha mostrado hasta qué punto la pasión política está prendiendo en la calle, atravesando los espacios más activistas. Y hasta qué punto hay una crisis de representación transversal.
En este marco las izquierdas catalanas deberían poder trabajar con
hipótesis y escenarios que fueran más allá de la lógica y la agenda gestadas por CIU y ERC
Unas izquierdas que quieran sobrevivir al proceso y hacerlo suyo para devenir en una alternativa de mayorías deben no quedar atrapadas en su lógica más institucional, y prepararse para la más que posible saturación e implosión del sistema político. Camino en el que difícilmente encontrarán las izquierdas catalanas con las españolas procesos de convergencia fuertes, más allá de pequeñas y significativas minorías. Actúan en dos espacios políticos con profundas contradicciones y con lógicas diferenciadas que lo hacen difícil cuando se refieren a las realidades nacionales.
Pero eso no significa que no haya un espacio práctico claro de encuentro. La primera vez que alguien salió en ese balcón histórico de la singladura catalana, lo hizo tras unas elecciones municipales realizadas en toda España, donde se habían concentrado diversas candidaturas con un mismo objetivo: acabar con el Estado de la restauración.
comentarios
0