La disputa por el buen vivir

Hay unas cuantas guerras en marcha por palabras. Algunas son transformadas, y hasta en ocasiones son vaciadas. En esas guerras, ¿qué le sucede al ‘buen vivir’? Es un concep­to que ahora es usado de las más diversas maneras, desde organizaciones ciudadanas a despachos ministeriales. Hay palabras por las cuales vale la pena pelear para defender sus significados originales. Y el Buen Vivir es una de ellas.

, Analista en temas de desarrollo sostenible e investigador en el CLAES, Montevideo.
17/10/13 · 9:33
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Hay unas cuantas guerras en marcha por palabras. Algunas son transformadas, y hasta en ocasiones son vaciadas. En esas guerras, ¿qué le sucede al ‘buen vivir’? Es un concep­to que ahora es usado de las más diversas maneras, desde organizaciones ciudadanas a despachos ministeriales. Hay palabras por las cuales vale la pena pelear para defender sus significados originales. Y el Buen Vivir es una de ellas.

No es raro que algunas palabras queden revestidas de ideas y símbolos tan poderosos que se vuelven inspiración para cambios culturales y políticos, y hasta para alguna que otra revolución. Libertad, democracia o participación son apenas palabras, pero también son mucho más que eso. Detrás de cada una de ellas están encerrados conceptos con nutridas historias sobre los debates acerca de sus significados. Han inspirado a muchísima gente.

Hay palabras que por su importancia están sujetas a batallas para determinar cuál es su significado. Democracia es un buen ejemplo de ello. Ha servido para inspirar a la sociedad civil, pero siempre hay algún gobierno que quiere transformar el vocablo, lanzando una nueva versión que oculta sus autoritarismos. Esta y otras palabras claves se vuelven un campo de disputa, donde distintos ejércitos pele­­an por defender sus definiciones, para presentarlas como las más legítimas u objetivamente ciertas.

En estas batallas hay palabras raptadas. Son aquellas originadas en un cierto sentido, pero que luego fueron captu­radas para terminar apuntando en dirección contraria. Éste es posiblemente el caso de “desarrollo sostenible”, que inicialmente implicaba un cambio radical en las estrategias de desarrollo, ajustándolo a las capacidades de la naturaleza y el compromiso con las generaciones futuras. El término ahora aparece en toda clase de emprendimientos, desde planes mineros a los boletines de ministerios de Economía.

Otras palabras han sido aniquiladas. Esto sucedió con la desmilitarización, un concepto asociado al movimiento pacifista, con el que unos cuantos activistas de izquierda de los 60 y 70 reclamaban disolver los ejércitos sudamericanos para aprovechar el dinero que consumen en cosas más útiles. Ya nadie habla de eso.

Hoy somos testigos de una batalla por otra palabra: Vivir Bien. Éste es un concepto que en pocos años pasó de una rareza confinada a algunas comunidades, círculos de militantes o intelectuales, a ganar un reconocimiento formal en las Constituciones de Bolivia y Ecuador. Su importancia es tal que el plan de desarrollo de Ecuador 2013-2017 tiene ese nombre. A nivel global, estas palabras ya están asomando en las Naciones Unidas, donde algunos dicen que la futura agenda que suplantará a los Objetivos de Desarrollo del Milenio se debería llamar del Vivir Bien.

Con semejante éxito no puede sorprender que la idea del Vivir Bien recibiera críticas y contestaciones. Muchas de ellas deben ser entendidas como parte de la natural maduración de un concepto que se expresa en un nivel de cierta abstracción, en un plano análogo a otros como participación o igualdad. Se generaron diversas visiones del Vivir Bien, algunas de ellas más ancladas en ontologías indígenas, como el suma ­qamaña boliviano, y otras más heterodoxas, incorporando posturas occidentales críticas, como el Buen Vivir ecuatoriano. Este tipo de debates no sólo es muy sano, sino que ha enriquecido y fortalecido el campo del Vivir Bien. Lo ha convertido en una expresión que, si bien es plural, agrupa posiciones que coinciden en una crítica radical al discurso, las prácticas y las institucionalidades del desarrollo contemporáneo, y en ofrecer alternativas a éste compartiendo otros tantos elementos, como los derechos de la naturaleza.

Las ideas del Vivir Bien adquirieron una potencia extraordinaria, y eso explica su popularidad. Pero eso mismo la convirtió en un objetivo que varios desean controlar. Los primeros en entrar a esta batalla por la ­palabra fueron los gobiernos, que crearon sus propias definiciones ‘oficiales’. Pero en ese intento no tenían más remedio que rectificar y reformar los conceptos originales, ya que si los mantenían no podrían, por ejemplo, seguir apostando por el extractivismo o invadir áreas naturales. Transformaron el término para que perdiera su capacidad de crítica radical al desarrollo y fuese funcional a las políticas económicas y al papel de proveedores de materias primas. Esta pelea está en marcha, y no es sencilla. Al avanzar en ese sentido, los gobiernos generan versiones del Vivir Bien que en todos los casos se desprenden de sus atributos originales de ser postcapitalistas y postsocialistas. 

Una nueva embestida sobre el Vivir Bien ahora proviene del ámbito académico, aunque se expresa de manera desconcertante. Unos critican el Vivir Bien por ser un invento indígena, otros por no ser lo suficientemente indígena –sosteniendo que no lo encuentran en las comunidades actuales reales–. Algunos se resisten a quienes se inspiran en las piedras de Tiwanaku para reflexionar sobre el Vivir Bien, pero aceptan con naturalidad que se lo cuestione repitiendo textos griegos a la sombra de las piedras del Partenón. Hay denuncias que supuestamente expresarían una alta intelligentsia académica, pero no explican, por ejemplo, cuál es el estatus antropológico de la categoría “babosada”, que usan para desechar el Vivir Bien. En fin, se lo critica por derecha y por izquierda –como hacen Mansilla en Bo­livia y Sánchez Parga desde Ecua­dor–.

¿Qué hacer? Algunos se resignan, y abandonan la batalla por preservar los significados y sensibilidades originales del concepto. Creen que Vivir Bien ya ha sido raptado, y rápidamente será transformado en alguna versión apropiada al progresismo de base capitalista, o bien será aniquilado y caerá en el olvido. No comparto esas posturas. Hay palabras que son nuestras y por las que vale la pena seguir peleando. Siempre. Ése el caso de Vivir Bien. Es un concepto que nació desde la sociedad civil y además, desde el Sur. Es también un campo de reflexión fértil, intercultural como pocos, y que reacciona a los problemas actuales que desencadena el desarrollo contemporáneo. Es una manera distinta de analizar, y sirve para dejar en evidencia contradicciones y saca a la luz lo que se quiere ocultar. Es criticado por derecha y por izquierda, y eso lo hace tan potente. No puede ser abandonado.

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