Desde Euskal Herria se ve con gran ilusión y esperanza el proceso abierto en Catalunya. También las personas y grupos que apostamos por el cambio social vemos –en general– con esperanza este proceso. Dicho esto, al igual que en nuestro propio devenir hacia la soberanía, constatamos que ese proceso no está exento de contradicciones, como no podía ser de otra manera.
Desde Euskal Herria se ve con gran ilusión y esperanza el proceso abierto en Catalunya. También las personas y grupos que apostamos por el cambio social vemos –en general– con esperanza este proceso. Dicho esto, al igual que en nuestro propio devenir hacia la soberanía, constatamos que ese proceso no está exento de contradicciones, como no podía ser de otra manera.
El gran auge del independentismo catalán y la consolidación de un frente político –de centro-izquierda soberanista– en Euskal Herria (EH Bildu) son causa y consecuencia del desmoronamiento del llamado Estado autonómico. La España que nació de la Transición hace aguas. Las vías de agua fundamentales son: la generalización de la corrupción al conjunto del sistema político, la profunda crisis económica, muestra de que el modelo de crecimiento económico español era un fraude; las corrientes secesionistas en aumento. Ni que decir tiene que todas ellas interactúan de distinta forma en Cataluña, en Andalucía, en Euskal Herria…
El modelo de Estado, que se puso como ejemplo de modernidad y sensatez, tenía los pies de barro. La sacrosanta Transición democrática, también puesta como modelo de buen hacer democrático, se muestra ahora en toda su desnudez: llena de carencias, miradas hacia otro lado, problemas de fondo sin resolver. Lo mismo se puede decir de la Constitución o de la monarquía.
Ante esta situación, se abren procesos ilusionantes, no sólo para las naciones que aspiran a la independencia, sino para el conjunto del Estado español. España, si quiere sobrevivir como Estado, necesita una profunda regeneración democrática que incluya –entre otras cosas, como el fin de la monarquía– el respeto al derecho de autodeterminación de las naciones que la componen.
Por otro lado, cuando digo procesos ilusionantes, me refiero –además– a la posibilidad de que los nuevos Estados –o los nuevos entes políticos en la forma en que se constituyan– que surjan sean más democráticos y con mayores cotas de justicia social. La construcción de lo nuevo tiene la virtud de provocar ilusión, energía..., que si somos capaces de encauzar de manera adecuada puede coadyuvar a la consecución de esos objetivos.
Estos últimos meses he tenido la ocasión de viajar por distintos lugares del Estado español y he visto con alegría cómo resurgían fuerzas telúricas, nacidas desde abajo, fuerzas por el cambio. Fuerzas que tratan de usar las potencialidades de la crisis actual: política, económica, ecológica, energética… Movimientos como la PAH, el SAT, 15M, etc., por citar sólo algunos, que propugnan cambios sociales radicales. En cambio, no he visto que la unidad de España esté entre sus prioridades.
Estos movimientos han surgido con especial fuerza en Catalunya y se entrecruzan con el movimiento independentista. Ello es un motivo más para la esperanza. También percibo nuevas complicidades, solidaridades de clase, afinidades… entre personas y movimientos de distintos lugares. En la mayoría de los casos son redes aún en pañales, pero con perspectivas de desarrollarse en el futuro.
Si algo demuestra el desmoronamiento español es que la historia no está hecha de verdades eternas, ni de dogmas incuestionables. Todo depende de nosotras. De la energía, imaginación y acierto político que desarrollemos, de las complicidades que seamos capaces de tejer entre unas y otras…, de todo ello dependerá el escenario futuro tras la previsible implosión española.
comentarios
0