Lo electoral como un medio

La búsqueda de nuevas herramientas políticas y electorales por parte de distintas sensibilidades presentes en los movimientos sociales es algo recurrente en la historia contemporánea cuando en sus ciclos de protesta se llega a un umbral difícil de superar y los contrapoderes creados no son suficientes para provocar la quiebra del régimen o del sistema por la vía insurreccional.

, Militantes de Izquierda Anticapitalista
18/09/13 · 7:57
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Isa

La búsqueda de nuevas herramientas políticas y electorales por parte de distintas sensibilidades presentes en los movimientos sociales es algo recurrente en la historia contemporánea cuando en sus ciclos de protesta se llega a un umbral difícil de superar y los contrapoderes creados no son suficientes para provocar la quiebra del régimen o del sistema por la vía insurreccional.

Así parece estar ocurriendo en el Estado español, con la particularidad de un autismo institucional del partido gobernante que, pese a su aparente fortaleza parlamentaria, no es ya capaz de ocultar la crisis de legitimidad que afecta al mismo y al régimen tanto por su abierta subordinación a la “dictadura de los mercados” como por la corrupción sistémica que afecta a la práctica totalidad de sus instituciones.

Esa “galaxia” de iniciativas, proyectos y colectivos que están emergiendo parecen compartir la necesidad de otra política, otra democracia y otra forma de llevarlas a la práctica Esa percepción por parte de una “mayoría consciente respecto al colapso y a la estafa, así como de sus culpables” [Antón Gómez Reino, en el número 204] no se ve acompañada de una sensación de fuerza colectiva suficiente para provocar la caída de este régimen ni, sobre todo, por la convicción de que es posible una alternativa al mismo. Con todo, desde la irrupción del 15M hasta ahora mucho se ha avanzado en la creación de nuevos espacios de confluencia, de una “dinámica de contagio” y de un “clima” en cuyo marco toda una “galaxia” de iniciativas, proyectos y colectivos están emergiendo, ahora también en el plano político-preelectoral. Todas ellas parecen compartir la necesidad de otra política, otra democracia y otra forma de llevarlas a la práctica, prefigurándolas además, en mayor o menor medida, desde sus propias prácticas cotidianas.

Relación de fuerzas

En la fase en la que estamos entrando no se trata de olvidar la centralidad de un “movimiento de movimientos” desobediente que habría que seguir potenciando en torno a demandas comunes, ya que ésa es condición fundamental para ir construyendo un bloque plural de los diferentes pueblos del Es­tado español y un empoderamiento creciente de los mismos, capaz de ir cambiando la relación de fuerzas. Pero precisamente porque un obstáculo en ese camino es el bloqueo institucional actual, necesitamos sumar a lo anterior nuevos instrumentos políticos que ayuden a romperlo.

Parece necesario dar un paso adelante hacia la convergencia desde abajo de distintos colectivos y organizaciones políticas que se reconocen en ese plural espacio alternativo, sin pretender por ello sustituirlo ni ‘representarlo’. Para poder aspirar a derrotar al bipartidismo dominante, con el fin de ir abriendo camino a un proyecto de ruptura con el régimen y la apertura de procesos constituyentes, en alianza estrecha con los pueblos del Sur de Europa para derrotar a la troika.

Mal mayor

No va a ser fácil poner en pie un proceso semejante en una coyuntura en la que el carácter predominantemente defensivo de las luchas y los límites a los que se ha llegado hasta ahora dan un margen de credibilidad a las políticas del “mal menor”, como estamos viendo en Andalucía, y que puede ser el camino más rápido a un mal mayor. De nuevo habría que recordar lo que decía un pensador clásico más reivindicado que leído: con ese tipo de política “no se trata de otra cosa que de la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento regresivo”.

Por eso deberíamos tener claro todas las gentes dispuestas a participar en un bloque convergente tres premisas fundamentales:

  • No se puede pactar con los partidos del régimen;
  • Cualquier proceso que se inicie debe de ser participativo y democrático;
  • Ser leales con las/os de abajo y respetar la independencia de los movimientos sociales, demostrando que la democracia está en las calles y no en los parlamentos.

En definitiva, tenemos que encarar el debate electoral como un medio y no un fin en sí mismo, desde la perspectiva de cómo puede ayudar e impulsar las luchas que vienen y que vendrán.

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comentarios

3

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    Marina Flox Ben
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    Lun, 09/23/2013 - 01:52
    "Parece necesario dar un paso adelante". Ése paso debe tener unas bases distintas a las tradicionales. Una propuesta: http://asociacionpromotoradeagrupacioneselectorales.wordpress.com/  
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    Anton
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    Dom, 09/22/2013 - 13:13
    Eso de 'partidos del régimen' no queda muy claro. ¿Cuáles son y cuáles no? ¿Con qué criterio se definen? ¿Es IU un partido del régimen?
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    Jue, 09/19/2013 - 14:59
    Somos muchas las que no sentimos especial aprecio por la política parlamentaria ni por los procesos electorales. Por lo general nos aburren someramente, de hecho. Pero, nos guste más o menos, en los parlamentos se deciden (cada vez menos, eso es cierto, pero esto también se puede combatir desde allí mismo) cuestiones que nos afectan cotidianamente. Por eso hay que estar <em>también </em>en los parlamentos. No <em>solo </em>ni <em>principalmente</em>, pero sí <em>también</em>. Porque podemos pretender pasar de las instituciones del poder establecido, del Parlamento y de los partidos políticos, pero ninguno de ellos van a pasar de nosotras. Las leyes sobre vivienda, los desahucios o las decisiones de enviar a la policía a reprimir a quienes protestan para evitarlos (por poner solo unos ejemplos), surgen todas de los parlamentos (directa o indirectamente). Yo no quiero ser solo un lobby que presiona desde fuera a quienes deciden sobre todo lo anterior. Quiero aspirar a gobernar, a legislar, a buscarle las cosquillas desde dentro a las contradicciones del sistema, a los poderes soberanos secuestrados. O, al menos, a ser altavoz entre las instituciones y la calle, a manchar la pulcritud parlamentaria, a gritar desde dentro &quot;No en nuestro nombre&quot;. No hacer nada de esto por riesgo a &quot;mancharnos&quot; es, en el fondo, estar en esto (la militancia, el activismo social, llámalo X) más por purezas nihilistas y autorreferenciales que por voluntad de cambio mayor y universalizable. Y sí, ojalá fuesen hoy posibles otras vías de tomar el poder para subvertirlo distintas de las electorales (más allá de planos desiderativos, modelos teóricos y cómodas trincheras digitales, digo). Porque las manchas de aceite que se extienden terminan todas en el mismo dilema: doble poder (antagonismo) o autogestión&nbsp;microscópica (marginalidad). Pero no ser <em>solo </em>lobby&nbsp;no significa dejar de serlo. Sin una movilización social fuerte y central no hay acción política viable, ni electoral ni de ningún otro tipo. Los efectos arrastre desde arriba solo funcionan en campos fértiles, no en desiertos sociales.&nbsp;Repensemos la forma partido sin tirar al niño con el agua sucia. Un partido al servicio y fruto del lobby, del movimiento, de la calle, de la lucha, no al revés. La mejor manera de evitar que el partido instrumentalice al movimiento es haciendo del partido un instrumento del movimiento, su herramienta electoral-parlamentaria, un medio para su fin. Y&nbsp;cambiémosle&nbsp;el nombre &quot;partido&quot; si tanta tirria nos da. No es una cuestión de etimología, sino de ideología, hegemonía y estrategia. Casi ná...
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