La ‘cuestión electoral’ es cada vez más debatida. Pero el debate no es “revolución o reformismo”; el significado de estos términos ha mutado irremediablemente y mientras la revolución es, gracias al 15M, una opción ‘de nuevo posible’, el reformismo keynesiano es una quimera ‘inasumible’.
La ‘cuestión electoral’ es cada vez más debatida. Pero el debate no es “revolución o reformismo”; el significado de estos términos ha mutado irremediablemente y mientras la revolución es, gracias al 15M, una opción ‘de nuevo posible’, el reformismo keynesiano es una quimera ‘inasumible’. Como señala Emmanuel Rodríguez en su fundamental libro Hipótesis Democracia, la crisis europea es revolucionaria y hablar de revolución hoy es hablar de democracia. La vuelta al keynesianismo es inasumible para el actual orden europeo: sería una opción ‘más que reformista’ en la medida en que la expansión del gasto público -y por ende la monetarización de la deuda- supondrían el colapso del sistema financiero europeo.
Salvada esa cuestión ideológica y más allá de purismos, la revolución democrática se hará desde la calle, la red y las instituciones, pero será imposible “sólo en los parlamentos”. Igualmente, toda opción electoral debe renunciar a representar a los movimientos: no nos representan, porque nadie nos representa.
El primer y enorme problema a la hora de plantearse ‘lo electoral’ es entender que parlamentos y ayuntamientos tienen dinámicas propias extremadamente sofisticadas para impedir, de facto y de iure, la acción política radical en su seno. No digo que sea imposible –de hecho, no lo es– sino que la dificultad no es –sólo– ‘llegar’ sino ‘sobre todo’ actuar una vez dentro.
Las CUP, por ejemplo, entraron al Parlament de manera un tanto naif; sin tener del todo presente la enorme dificultad que supone tratar de hacer política en un espacio como ese. Los 3 diputados y las 3 liberadas que trabajan allí apenas pueden seguir el frenético ritmo de la vida parlamentaria. Aunque seguimos queriendo todo queda mucho por aprender. Porque al contrario del tópico, en los parlamentos sí se trabaja: se trabaja noche y día para que nada cambie.
No basta con buenos discursos en el hemiciclo. No sirven de nada si no se hace el enorme esfuerzo de comunicar qué se está haciendo allí. Como dice el diputado David Fernàndez, “anunciamos que seríamos el caballo de Troya pero de momento somos el pony de Esparta”. El asunto se vuelve más complejo aún cuando hablamos de ‘gobernar’. Aún siendo diferentes entre sí, las experiencias de las izquierdas que gobiernan en la actualidad no generan precisamente ilusión: IU en Andalucía y Bildu en Gipuzkoa –un territorio, recordemos, con capacidad recaudatoria en virtud a la autonomía fiscal que brinda el Estatuto– no están consiguiendo siquiera hacer políticas socialdemócratas.
Más allá de las particularidades de cada caso, el problema fundamental y común es el límite de la escala nacional para resolver los problemas que genera la actual crisis sistémica. Hablando claro: la crisis no se puede solucionar desde la junta de Andalucía o desde la diputación de Gipuzkoa; pero tampoco desde el gobierno del ‘Estado Estatal’ ni desde el gobierno dels Països Catalans independientes. La prueba de ello son los modelos latinoamericanos –mucho más valientes, interesantes y complejos que IU o Bildu, obviamente– pero que, como señala Isidro López, encuentran en su dimensión de Estado-nación el problema irresoluble que su modelo de crecimiento plantea.
La cuestión más importante que tenemos los movimientos, por lo tanto, no es cómo hacer para que la izquierda llegue al gobierno sino qué hacer cuando ésta fracase. Conseguir un gobierno de izquierdas no puede ser la única carta que jueguen los movimientos, por 5 motivos: Porque la revolución será a escala europea o no será. Y eso no se va a hacer desde los gobiernos. Porque las políticas re-industrializadoras y keynesianas que propone IU son imposibles; están abocadas al fracaso. Porque si se centran todos los esfuerzos en la vía electoral, el vacío en la calle será ocupado por la extrema derecha.
Porque históricamente la izquierda ha sido incapaz de plantear modelos de emancipación que acepten la complejidad social. Y cuando ganan “los nuestros”, a las desviadas nos ‘eliminan’.
Y sobre todo, porque como hemos repetido ya tantas veces, la democracia hoy no se construye en los parlamentos sino que se practica entre la gente que los rodea.
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