Estamos perdiendo la guerra. En una situación así hasta el enemigo lo tiene claro: “No hay atractivo en lo seguro. En el riesgo hay esperanza”. Lo dijo Tácito, historiador y político del anterior Imperio, el romano, que también sucumbió.
Una generación política crecida entre el rechazo del poder y la autonomía como forma de organización, que se levantó definitivamente al grito de ‘no nos representan’ vuelve a tropezarse con la disyuntiva de la representación y en un escenario tan urgente como desesperado.

Estamos perdiendo la guerra. En una situación así hasta el enemigo lo tiene claro: “No hay atractivo en lo seguro. En el riesgo hay esperanza”. Lo dijo Tácito, historiador y político del anterior Imperio, el romano, que también sucumbió.
Una generación política crecida entre el rechazo del poder y la autonomía como forma de organización, que se levantó definitivamente al grito de ‘no nos representan’ vuelve a tropezarse con la disyuntiva de la representación y en un escenario tan urgente como desesperado.
Ni indolentes ni haraganes. Apenas conscientes de las perspicacias, cooptaciones y malas artes de la maquinaria representativa, de los vicios inherentes a lo institucional. Pero debemos ser conscientes también del mundo que habitamos y de que desde los mecanismos de representación política es tan difícil como posible agrietar el poder, acompañar las demandas sociales y ayudar a modificar el desierto de lo real.
El diagnóstico puede ser unánime: negras tormentas agitan los aires. El ciclo de movilizaciones está estancado y la sangría del exilio económico amenaza. El Régimen y las instituciones nacionales, estatales y europeas son espectros, mortecinos si, pero que aún laminada su legitimidad siguen acumulando casi intacta su capacidad política, afanándose en aplicar la agenda neoliberal. Y así seguirán mientras la confrontación no ocupe espacios abandonados hoy parcialmente por el Estado. Consolidando y multiplicando alternativas, también en el simulacro democrático electoral.
En el campo social los movimientos han ganado presencia y discurso y, pese al repliegue actual, hemos sido capaces de asomarnos más allá de lo auto-referencial. Se consolidan proyectos y tejidos sociales alternativos. Además la percepción ciudadana es de mayoría consciente respecto al colapso y a la estafa, así como de sus culpables.
Con todo, una cosa debe quedar clara: no se dan hoy los elementos, ni en los aparatos ni en los movimientos, para que la relación sea recíprocamente virtuosa y al margen de capturas. Los aparatos de la izquierda se empeñan en no soltar lastre de vieja política e incluso en los movimientos no hemos abandonado suficientemente personalismos, dirigismos y verticalidades.
Para tener siempre presente a la hora de construir política más allá de la rabia necesaria y los sueños posibles: estar en las instituciones es ser altavoz atronador si se está en minoría; aprender a mandar obedeciendo si lo que toca es gobernar. Y tres reflexiones al hilo de la experimentación, si lo que se quiere es combatir la partidocracia desde la esfera representativa.
Primero es preciso recordar que los movimientos autónomos son el único motor social capaz de operar como dispositivo social de cambio, así como de crear flujos ideológicos y de opinión que desemboquen en una democratización radical. Y, de haber cambio de poder político institucional, hacer reales políticas públicas transformadoras.
En segundo lugar, en el tiempo en el que las fuerzas políticas de izquierda se pregonan y pelean por ser voz de movimientos, se hace imprescindible marcar tiempos y formas, alejando las lógicas de competición y disputa. Y blindándonos ante las presiones que demandan a los movimientos alineamientos partidarios que se han demostrado nocivos para los recorridos de las luchas sociales.
En tercer lugar, es imprescindible reivindicar y mantener la autonomía de los movimientos. La voluntad de arrancar toda persona significadamente activa de las dinámicas sociales para las lógicas partidarias puede descabezar los tejidos de movilización, alternativa y conflicto.
Europa. Elecciones en el 2014. No se dan las circunstancias, tiempos o procedimientos para una candidatura ensamblada desde abajo. Pero, ¿por qué no el espacio de oportunidad para una alianza que sí sea verdaderamente capaz de trasladar la voz de las de abajo? Con tres patas de consenso. La alianza política con vértice en la Europa sur, la auditoría e impago de las deudas de los países periféricos, además de la transformación y control radical del sistema financiero y de gobernanza económica. En el estado, con un horizonte respetuoso con el derecho a decidir y la heterogeneidad nacional. Y por que no, con alguna cara nueva y combativa. Alguien de quien nos podamos fiar.
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