Un largo invierno de cleptocracia

Apenas se han acabado las vacaciones y ya se intuye un largo y crudo invierno político. El 20N la legislatura alcanzará su ecuador y la deriva cleptocrática del régimen prosigue imparable ante la falta de una oposición original en lo táctico, acertada en lo estratégico y efectiva en lo político. Si nada altera el curso previsto, el mando neoliberal cuenta todavía con dos años para seguir liquidando los avances democratizadores de décadas.

, Miembro de Artefakte y profesor de la Universidad de Girona
04/09/13 · 18:14
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Apenas se han acabado las vacaciones y ya se intuye un largo y crudo invierno político. El 20N la legislatura alcanzará su ecuador y la deriva cleptocrática del régimen prosigue imparable ante la falta de una oposición original en lo táctico, acertada en lo estratégico y efectiva en lo político. Si nada altera el curso previsto, el mando neoliberal cuenta todavía con dos años para seguir liquidando los avances democratizadores de décadas. Mientras, una parte decisiva del activismo, arrastrada por su propia inercia ideológica y la derrota de la Transición, se obceca en construir castillos de arena electorales. El tirón centrípeto del régimen se va imponiendo paso a paso, menguando la autonomía del movimiento, y no parece que la deliberación progrese.

A estas alturas de la ‘crisis’ resulta claro que el equilibrio fundacional del régimen se ha roto. Se hace difícil dudar que esta ruptura no apunte –al menos de momento– hacia un reajuste involucionista, autoritario y marcado, ante todo, por la exa­cerbación de la injusticia social –de género, clase, origen, etc.–. En apenas cuatro años, la implosión económica largamente gestada en la inviabilidad del modelo productivo de la privatización, el guiri y el ladrillo, está causando daños irreparables. De seguir así, las elecciones de 2015 tendrán lugar en un desolador paisaje de iniquidad, corrupción e impunidad.

Y es que todavía a día de hoy cuesta ponderar el alcance de la deriva cleptocrática. La punta del iceberg Bárcenas ha sacado a la luz lo que hasta ahora se presentaba como limitado al ámbito local o autonómico a lo sumo. Tras el tirón de manta, ha quedado claro que el ejecutivo no es más que una élite sobornada. En vano se intentan camuflar mediáticamente sobornos y fraudes con eufemismos como “sobresueldo”. Esta élite subalterna de las mafias neoliberales todavía dispone de dos años de mayoría absoluta, de una jefatura del Estado no menos afectada por la corrupción y de una oposición parlamentaria, sindical... ninguneada y/o inoperante. Para el precariado, el tiempo electoral, a sabiendas de que no se vencerá, es más de lo soportable: su horizonte es el de la hegemonía del trabajo privilegiado por el régimen.

No parece, pues, que buena parte del activismo esté sabiendo conjugar las condiciones de posibilidad que relancen la democratización. Lejos de comprender que 1) el mando dispone de un sobrado margen antes de su eventual colapso; 2) que la vía electoral, con ser importante, no debe ser el eje estratégico central; y que 3) sin la aceptación de otras reglas de agregación que no sean las hegemónicas, no hay propuesta electoral que valga.

Y así, como si por sólo pronunciar los significantes de moda –“proceso constituyente”, “independencia”, etc.– se fuesen a materializar sus ambiciones, se observa un zumbido creciente en el enjambre que invisibiliza y veta, sin por ello ir más allá, un relato otro que dote de sentido a la silenciosa pero imparable experimentación molecular que está teniendo lugar ante los desahucios, los despidos, etc.

Por todo ello, sería deseable que quienes buscan articular un discurso público, empezasen por rebajar sus expectativas, relativizar el electoralismo y reconocer, al fin, el calado de la derrota histórica y la potencia de las mutaciones en curso. No es un acierto en la continuidad, sino la lectura contextualizada de lo nuevo lo que hará avanzar el movimiento.

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