Control social// Diálogo con Renato Curcio y Nicola Valentino, de la Cooperativa Sensibili alle foglie
“La deriva europea actual es dispensar miedo produciendo y difundiendo estereotipos mediáticos para justificar más control”

Renato Curcio (1941), después de trabajar como perito químico y tras una época de vagabundeo existencialista, se licenció de Sociología en Trento cuando se convertía en el primer foco de contestación universitaria tras el “milagro económico italiano”. Renunciando a una vida docente, se une a las luchas y termina integrando el primer núcleo de las Brigate Rosse en 1969, “por casualidades y circunstancias de la vida” (Mario Scialoja: Renato Curcio. A cara descubierta, Ed. Txalaparta). Cae en 1976 y en 1978 es condenado a prisión por “insurrección al Estado”.

18/01/10 · 0:06
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Renato Curcio (1941), después de trabajar como perito químico y tras una época de vagabundeo existencialista, se licenció de Sociología en Trento cuando se convertía en el primer foco de contestación universitaria tras el “milagro económico italiano”. Renunciando a una vida docente, se une a las luchas y termina integrando el primer núcleo de las Brigate Rosse en 1969, “por casualidades y circunstancias de la vida” (Mario Scialoja: Renato Curcio. A cara descubierta, Ed. Txalaparta). Cae en 1976 y en 1978 es condenado a prisión por “insurrección al Estado”. Desde 1993 disfruta de libertad, con condiciones como la de no intervenir en política. Durante su estancia en la cárcel, puso en práctica junto a Valentino Nicola su metodología del “astillero”. En italiano cantiere, del latín cantellius, el “astillero” es, en palabras de Renato, “el lugar desde donde se comienza a construir algo. Durante las dos horas de patio diarias se recogían los testimonios que documentaban el malestar de los internos, trazando recorridos comunes a partir de lo que la institución produce: silencio, invisibilidad, alienación, soledad”. Si la cárcel es una anti-narración, explica, el astillero relata; si esta roba la historia del sujeto, el astillero afirma la autoridad del sujeto mortificado como fuente histórica; si la prisión individualiza, el relato del astillero ilustra experiencias comunes.



Diagonal: Los dispositivos de la cárcel, que parece lejana, comienzan a reconocerse en los espacios de encuentro, en la calle, la escuela, el trabajo... quizás los muros penitenciarios caigan algún día, pero maliciamos que será cuando se hallan convertido en nuestro horizonte cotidiano.

Renato Curcio: Esa es la deriva europea actual, dispensar miedo produciendo y difundiendo estereotipos mediáticos para justificar más control. El receptor y el sujeto de los medios es la institución; al “público” no se le informa, se le asusta, y para que el miedo circule es necesario producir también, 24 horas sobre 24, ignorancia. La herramienta es la emisión a bajo costo y la venta con grandes beneficios de modelos de conducta standard. Su fuerza proviene de ese hecho: como consumidores creemos que lo que compramos no puede ser malo, de lo contrario no lo hubiésemos adquirido. Con ello nos hacemos cómplices y contribuimos a generar una ilusión de consenso sin la cual las instituciones no podrían funcionar

D.: Los mecanismos totalizadores afectan incluso al núcleo de la persona, sin resistencia colectiva aparente. Lo que resta son egos solitarios y aislados cuya única salida es una retracción de supervivencia.

R. C.: La resistencia es posible porque, aun con sus medios, la institución total de la cárcel no llega a destruir la autonomía de la experiencia. De lo que se trata en el astillero es de construir “lo que sea” contra la soledad de la uniformización, entre sujetos desconocidos que se reúnen para establecer un juego narrativo. El astillero no informa, no empaqueta, es una plataforma desde donde comenzar a caminar hacia algún lado multiplicando las ocasiones de encuentro. (...) El astillero no es académico, ni universitario. La Universidad no sabe hablar de ella misma, porque pierde el sentido de la experiencia en favor de los roles y las titulaciones...

Nicola Valentino: Pero aun así también hay elementos de contestación. Por ejemplo, el caso de unos profesores de secundaria que se quejaban de que sus alumnos “contaminasen” sus cartillas de escolaridad con graffittis o epigramas contra ellos... esa es una forma de experiencia que ataca algo tan sagrado como la documentación oficial.

R.C.: Universidad, escuela, familia... no son instituciones totales en tanto que no son obligatorias. Pero los dispositivos totalizantes se hallan diseminados dentro de ellas. Y no por imposición, sino por consenso. Se reproducen en la medida en que se toman como naturales, como si siempre hubiese sido así (“si quieres comer, tienes que trabajar”, etc.) En el astillero se puede contar que se ha dicho “sí” cuando se quería decir “no”, y hacerlo públicamente, de modo que una historia es reflejo de la otra y se genera un relato colectivo que es una bomba liberadora, incluso para los que no pueden hablar de su situación o no saben en qué situación se hallan.

N. V.: Tiene virtudes revolucionarias (dice de la institución lo que ella no dice de sí: no rehabilita, no enseña, no cura, no da de comer) e iconoclastas (el relato colectivo desmiente los mitos donde la institución se reproduce: la cárcel o el manicomio no dan seguridad). Las narraciones son diversas pero para que la experiencia de un sujeto en una institución pueda ser reconocida por cualquiera en cualquier institución, el relato colectivo no debe ser genérico ni biográfico, sino metafórico.

R.C.: Se puede resistir a través de la creatividad. Entendida, dentro de los confines de la institución, como la valoración de cada cual como fuente histórica, una recuperación de la autoridad de cada voz social.

Curcio busca trasladarnos la práctica social del astillero. Su aplicación en entornos laborales singularmente hostiles quedó reflejada en La empresa total (Ed. Traficantes de sueños). Es inminente su próximo libro. Se diría que cerrado el círculo vuelve a sus comienzos, y estamos ante un maestro que dirige nuestra atención para que escuchemos las historias no contadas, de cajeras de supermercado o menores deambulando por las calles. Llegamos atraídos por el mito, y encontramos una persona que ayuda a otras, que muestra caminos. Debería ser suficiente. Pero durante las jornadas, tras su conferencia, el público le interpelaba una vez y otra por destruir las instituciones, dar el salto político, etc. Respondía con paciencia, hasta que nos da los postres: “La izquierda revolucionaria europea no existe. Se vale de las teorías pero no conoce las realidades que nos rodean (...) Cuestiones como la del salto político conciernen a todos, a cada cual. Yo no le digo a nadie qué tiene que hacer, ni acepto que me lo digan. Cuento lo que hago. Luego en una comida o tal podemos hablar de eso y de más”. La primera norma de los astilleros en la cárcel era no hablar de política, también fue condición impuesta para su libertad alejarse de ella. Y el requisito que puso para nuestro encuentro fue atenernos a lo que ahora se traía entre manos.

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