Rigurosamente incierto
Vuelve el hombre

El mundo no está preparado para el regreso de Silvio Berlusconi. Nuestro enviado especial a la isla, sí. Acompañenle en una singular visita al lugar donde reside la bestia: Alcatraz.

, Barcelona
28/12/12 · 16:33
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EPP

El ferry a Alcatraz cruza parsimoniosamente las gélidas aguas de la costa de San Francisco mientras yo comienzo un texto usando una prosa tópica y con un falso lirismo. Me doy un par de bofetadas cuando llego a la costa, para que se me pase, y me doy cuenta de que realmente necesito un segundo café.

Me recibe un guardia, el último guardia que queda de la época en que la prisión estaba totalmente operativa. Víctima de una broma de una despedida de soltero, sus amigos le dejaron tirado en la isla, sin dinero para pagar el ferry de vuelta. Extremadamente tímido, ha sido incapaz de pedir prestado a los turistas.

Me acompaña hasta la única celda ocupada de Alcatraz, donde me espera uno de los delincuentes italianos más conocidos y temidos. En su ficha hay acusaciones como evasión de impuestos, soborno, abuso de poder, prostitución de menores y haber fundado Tele5. Está sentado en su catre, escuchando un disco de Adriano Celentano mientras hojea una revista pornográfica de los ‘80. Me siento en un taburete que el guardia ha dejado en el pasillo y saco un bloc de notas.

–Buenos días, señor Berlusconi.
–¡Giacomo! ¡Risotto! ¡Pizza! –contesta poniendo las manos así como los italianos de las películas–. Er... En fin, como eso es todo lo que sabes de italiano, será mejor que me pase al español.

Tampoco es que entienda mucho el castellano (soy medio almeriense y eso deja secuelas), pero le pregunto si cree que podrá presentarse a las elecciones y dirigir Italia desde la cárcel. Berlusconi explica que su situación es difícil e injusta. “Vivo recluido en apenas setecientos cincuenta metros cuadrados y el campo de golf de mi jardín sólo tiene nueve hoyos. Cuando quiero jugar los dieciocho, tengo que volver a hacer los mismos nueve, como si fuera, no sé, pobre. Esta cárcel es un infierno”.

Cuando le hablo de economía, Silvio se inflama. En serio, se pone rojo y se hincha. Al parecer, le ha picado una abeja y es alérgico.

Después de medicarle convenientemente y de que se le rebaje la hinchazón, Berlusconi explica que “la prima de riesgo es una estafa que no le importa a nadie”, a lo que siguen diecisiete chistes sobre señoritas con las tetas grandes y enfermedades venéreas, a las que insiste en llamar “mis primas de riesgo, ¿eh? ¿Lo pillas? ¿Eh?”.

A propósito de los bunga bunga, Silvio comenta que en Alcatraz no son tan divertidos. Lo único que puede hacer es tirar la pastilla de jabón en las duchas, pero como no hay nadie más, se agacha él mismo a recogerla, se intenta violar, le da un ataque de lumbago y, eso sí, acaba en la cama.

Le pregunto si le ha hecho la cama a Monti, creyendo enlazar hábilmente ambos temas, pero Berlusconi enfurece y me arroja a través de los barrotes una botella de Chianti y al camarero que se la estaba sirviendo. Cuando consigo explicarle que lo de hacer la cama no tiene connotaciones sexuales, se calma y se seca el sudor que le baja por la frente en gotas embetunadas. Su cuero cabelludo maúlla con tono de dolor. “El agua le escuece”, explica, antes de añadir que ha trabajado en equipo con Monti: “Él ha hecho toda esa parte sucia de recortar cosas y ahora llego yo para lo bueno. ¿Eh? ¿Lo pillas? ¿La prima? ¿De riesgo? ¿Lo pillas?”

Cree que su edad no le impedirá desempeñar su labor de forma adecuada y de hecho explica que a los 76 años se conserva mejor que cuando tenía 26. Para demostrármelo, llama a su mayordomo y le obliga a hacer flexiones. “El mayordomo que tenía a los 26 era absolutamente incapaz de pasar de diez flexiones. Éste llega a treinta sin inmutarse”.

Vuelvo en el ferry, dejando atrás al guardia, que me estaba explicando no sé qué de un par de dólares para volver a no sé dónde, y pienso en las palabras de Berlusconi, cuya sabiduría se me ha quedado grabada: “¡Giacomo! ¡Risotto! ¡Pizza!”

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