Enviamos a un
periodista para resolver
el escándalo de “los
cuervos” que amenazan
al papa. La misión
era descomunal,
la negligencia de nuestro
enviado especial, aún
mayor.
En el Vaticano están teniendo lugar
sucesos de una complejidad tremenda,
que podrían sacudir los cimientos
de un edificio de quince plantas
si en lugar de sucesos fueran varios
kilos de explosivos. Al ser sucesos y
no explosivos, no sacuden los cimientos
de nada. Lo sé porque una
vez me acerqué a un edificio de oficinas
y expliqué varios asesinatos, pero
los cimientos ni se inmutaron. Así
son los cimientos. Fríos, insensibles.
Pero me desvío: están saliendo a
la luz documentos que relatan escándalos
palaciegos, como que... Er...
Hay una corriente en el Vaticano que
quiere un Papa italiano y... otra corriente
que cierra puertas de golpe
y... Ehm... Para acabar de desentrañar
esta compleja trama, viajé a
Roma disfrazado de cura, con el objetivo
de colarme en San Pedro y recoger
información de primera mano
(la izquierda, comenzando a contar
por la izquierda). A pesar de que iba
gritando palabras en latín al azar
(¡confutatis! ¡maledictis!), la guardia
suiza no me dejó ni acercarme a la
puerta. Fue entonces cuando me di
cuenta de que me había equivocado
de disfraz: ¡no había traído el de cura,
sino el de cura del resfriado y venía
por tanto caracterizado como
una enorme jeringuilla!
Decidí quitarme el atuendo, dado
que resultaba inútil. Y me
arrestaron. Por ir desnudo en el
Vaticano. Lo cual, reconozcámoslo,
tiene sentido. Y además fue
una suerte, porque acabé compartiendo
celda con Paolo Gabriele,
mayordomo del papa. Gabriele
había sido recientemente arrestado,
acusado de filtrar esos documentos
que harían temblar
cimientos si los cimientos no fueran
fríos e insensibles y no hicieran
ningún caso a mis declaraciones
de amor eterno.
Sé que puede parecer mucha
casualidad que hubiera acabado
precisamente en la misma celda
que la persona que más me podía
ayudar a informar a los lectores
de DIAGONAL (por cierto, no hace
falta leer el periódico torcido).
Pero a ver, estaba en el Vaticano.
¿Cuántos presos puede haber en
el Vaticano? ¿Acaso los sacerdotes
católicos son famosos por cometer
algún delito? ¿Algún acto
desagradable en particular? ¿Se
os viene a la mente algún hecho
delictivo y desagradable cuando
pensáis en curas? ¿algún crimen?
¿sacerdotes? ¿católicos?
(Silencio incómodo).
Sabía que no podía simplemente
interrogar a Gabriele, ya que no
tendría muchas ganas de hablar
con periodistas, así que me gané su
confianza estrangulándole y golpeándole
la cabeza contra la pared.
–Verás –me dijo una vez nos hicimos
amigos y me pidió que no
le matara mucho– resulta que hay
documentos que...
–No, si eso ya lo sé. Escándalos financieros.
Grupos de interés. Pero
es que la complejidad es tal que no
soy capaz de entender todos esos secretos
que están poniendo en una situación
comprometida al papa.
–Se han publicado artículos en los
periódicos. Sólo tienes que leerlos.
–Es que... Me quedo dormido
después del primer párrafo... ¿No podrías
hacerme un resumen? ¿O un
dibujo? ¿O un resumen con dibujos?
–En fin, yo sólo envié las cartas...
Pero... Cómo explicarlo... No
las he leído. Me quedaba dormido
después del primer párrafo. De
hecho, se las leía al papa en voz
alta y nos quedábamos dormidos
los dos. Abrazaditos.
–¿Crees que podría hablar con
monseñor Gänswein, que custodiaba
esos papeles?
–Lleva dormido desde 1987.
–Pero esto es importante: ¡espías en
el Vaticano! ¡Neocatecumenales!
¿Neo qué?
Desistí. Me senté con el culo
desnudo sobre el suelo de la celda,
sabiendo que había fallado a
los lectores de DIAGONAL, muchos
de los cuales al llegar a esta
línea habrán torcido de nuevo el
periódico, al no confiar más en
mí. Encima, cuando volví a casa,
mi esposa Cimientos se había
marchado. Intenté pedirle que
volviera conmigo, pero no hubo
forma de conmoverla.
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