Un berrinche en el transporte público puso de
manifiesto que a las personas que votan al PP les
entra la risa floja cuando alguien dice lo que piensa.
La línea 32 de autobús va desde la
plaza de Tirso de Molina hasta
Moratalaz, en Madrid. Se sabe desde
hace tiempo que ese distrito está poblado
por gente de buenas costumbres
electorales, ya que lo puebla una
amplia mayoría de familias españolas
de clase media que votan mayoritariamente
lo que cada vez sale elegido
para gobernarlos a todos. Son
votantes del PP y votantes del PSOE
aunque últimamente estos últimos
escasean. Inmigrantes, abstencionistas,
y el resto del arco que ustedes ya
conocen, viajan en el 32, pero, por
más que se junten en los asientos o
en los pasillos, son clara minoría con
respecto al pensamiento único 32.
Una forma de estar en el mundo que,
con oscilaciones, se sitúa ahora en
un marco de conflicto creciente con
el viejo clima de consenso tolerante,
porque ¿quién no ha criado un parado
de larga duración, o es capaz de
sentir simpatía por la hija indignada
de una familia con referencias?
Cuando termina el horario comercial,
los autobuses bajan llenos hasta
Moratalaz, y eso fue lo que pasó la
tarde del 29 de noviembre de 2011.
El 26 no admitió viajeros en la calle
de Atocha y una señora mayor tuvo
que coger el 32, el autobús de la Paz
Social. El clima ya estaba caldeado
porque una chica de unos 14 años no
quería ceder el asiento y, con los cascos
puestos, desafiaba a la conocida
como buena ciudadanía. La señora
del 26 estaba enfadada y eso terminó
con un conflicto de baja intensidad,
el mismo día en que en Londres tenía
lugar un episodio semejante.
La señora del 26 se unió al coro
general en contra de la juventud
mal educada con el recuerdo de algún
hito de la ultraderecha católica
que tuvo lugar en 1910 [el becario
que escribe esta historia no sabe
por qué eligió ese año], y no paró
hasta que dos votantes del miedo le
desearon la muerte delante del resto
de viajeros del 32.
La del 26 llamó Hitler a uno de los
votantes del miedo valientes y con
eso pareció ganar la simpatía de
otros votantes del PP, que hasta ese
momento sólo mantenían una risa
floja de incredulidad ante el discurso
sin complejos de la señora. Como la
cosa estaba empatada entre la corrección
política de indignarse ante
sus excesos y defender su derecho a
expresar su odio a ateos, sindicalistas
y leninistas, el liberalismo vivió
con alivio que el conflicto se librase
en la calle. El becario que escribe este
entremés se quedó en el autobús y
no vio si la señora y los votantes del
PSOE cruzaron algo más que palabras
en la rotonda de Atocha.
Una vez esa abnegada mayoría se
zafó de la incómoda presencia de esa
pobre mujer, la palabra ‘loca’ sonó
como invocada por un inconsciente
colectivo perfectamente sensato para
entender que los tiempos de esa
señora habían pasado. Alguien, por
adornar eso de ‘loca’ dijo que era
como ‘Losantos’, en tono de chufla.
El hecho de que una amplia mayoría
del pasaje considerara demente y
digna de risa una actitud de desprecio
hacia la masa que es la que gobierna
pudo deberse a que el 32 no
es el lugar para esas pérdidas de papeles,
aunque puede que se tratara
de un caso de simple inconsciencia.
comentarios
6