- NO CONOCEMOS LA HISTORIA
que se esconde detrás de cada
uno de los comercios ya cerrados,
pero sí sabemos que más
pequeños comercios van a seguir
desapareciendo y que se disipa
el espacio que ocupan en el sustento
- NO CONOCEMOS LA HISTORIA
que se esconde detrás de cada
uno de los comercios ya cerrados,
pero sí sabemos que más
pequeños comercios van a seguir
desapareciendo y que se disipa
el espacio que ocupan en el sustento
de las redes sociales / N.F. y L.I.
Desde los movimientos
sociales,
quizás por aquello
de definir las
fronteras, tenemos la tendencia
de contraponer un
modelo a otro. Durante años
hemos confrontado la agricultura
ecológica a la industrial,
el tren a la carretera,
las energías alternativas a
las fósiles, la tienda de barrio
al centro comercial.
Pensábamos que había zonas
alternativas salvables.
Con críticas y reparos defendemos
las alternativas.
Sin embargo, la lógica del
beneficio, lo sabemos ya, penetra
en los centros y las periferias,
en los grandes negocios
y las pequeñas cooperativas,
en lo gigante y lo
minúsculo, en lo sucio y lo
‘limpio’, el sistema y sus alternativas.
De ahí esa sensación
de agobio, sensación
de no encontrar espacios
propios en donde darnos
otras lógicas. De ahí el miedo
y la paranoia a la recuperación.
De aquí también
la sensación de impotencia.
La idea de estas reflexiones
nació al ver el gran número
de tiendas que estaban
cerrando en el Casco Antiguo
de Pamplona. Acababan
de abrir un Corte Inglés en el
centro de la ciudad y nosotras
sacamos las consecuencias
que ya habíamos anunciado:
el pequeño comercio
recibe con este macro centro
de compras la puntilla que ya
los hipermercados y grandes
superficies de las afueras habían
ido preparando.
Sin embargo, vemos como
estas tiendas cerradas van
siendo sustituidas por otras
pequeñas tiendas. Y es que
el mercado actual no vive de
la homogeneidad, respira
por los mercados diversificados.
La pequeña tienda de
hoy no se opone al gran centro,
lo complementa. Una
vez que las multinacionales
han implantado el modelo de
gran superficie para las compras
‘básicas’, no tienen reparo
en penetrar en los centros
de las ciudades con una
oferta adicional de mercancías
diversas: de la tiendita
de jabones a los condones de
sabores o la ropa de diseño.
Las pequeñas tiendas tradicionales
de las fotos son
sustituidas por estantes más
brillantes y mercancías más
novedosas. Todo un programa
de renovación.
Bajo las lógicas del poder
institucional y sus melifluos
advenedizos, siguiendo las
necesidades de la Economía
no hay alternativas. No hay
pequeñas tiendas ni energía
limpia ni desarrollo sostenible.
Quizás solo espacios y
tiempos de preparación y
aprendizaje para nuevos
asaltos a sus mil palacios de
invierno.
Pero igual que los herbicidas
y los pesticidas crean sus
propios animales y plantas
resistentes, los escaparates
también crean sus propios
escépticos, y quizás su furia.
Romper sus escaparates es
una metáfora que va más allá
de quebrar las lunas blindadas
de sus establecimientos.
Es no dejarnos fascinar ni
impresionar por las luces
parpadeantes de sus anuncios,
nos temen.
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