Las consecuencias del 15-M son tan inciertas como
diversas. Una de ellas, quizá la menos comentada, es
que tanta ola de cambio ha acercado a generaciones.
En el caso personal de este humilde
observador, el 15M le ha aproximado
a su madre. Tenía una madre,
ahora tengo una indignada. Una indignada
de las de “en casa somos
más de La Señora que de leer periódicos”.
Una indignada como Dios
manda, por mucho oxímoron que
vea el lector en esta afirmación.
Porque la vida es pura contradicción:
Aguirre acaba de guiñar pestañón a
la Puerta del Sol proponiendo listas
abiertas –pero como ella diga– en su
discurso de investidura como presidenta
madrileña o hasta los Mossos
participan (presunta y animadamente)
en las protestas de Barcelona.
¿Quieren más? Un grupo de guardias
civiles acaba de fundar la ONG
Tricornios Sin Fronteras. Desde la
lista de integrantes, la organización
parece un campo abonado de contradicciones
y es que cuesta creer
que existan amigos y simpatizantes
del Cuerpo. Ellos, los familiares y,
por supuesto, los guardias civiles de
la ONG tienen el firme propósito de
trabajar en la prevención de “toda
materia relacionada con la seguridad
en el ámbito socio-político”. Sin
desmerecer lo más mínimo la labor
de la nueva organización –lo cortés
no quita lo benemérito–, a nadie se
le escapa que la simpar boina acharolada
de tres picos no invita precisamente
a abrazar la causa de un
mundo “socio-policialmente” más
seguro. Y es que, a veces, la culpa
de tanta contradicción la tienen los
símbolos que se emplean. Miren, si
no, a la plaza de Chueca. Estos días
está en boca de los cronistas madrileños
porque peligra uno de los puntos
neurálgicos de las fiestas del
Orgullo LGTB de Madrid o, citando
su marca comercial, el MADO. Con
creciente indignación, un grupo de
personas se convocaron a sí mismas
a golpe de Facebook para protestar
cuando el alcalde paseaba a su perro
(lo de ser vecino de Chueca explica
muchas cosas). La coincidencia derivó
en una cacerolada en directo con
un Gallardón abucheado y pidiendo
vida privada. Casi en segundos, la
consiguiente polémica se convirtió
en carnaza de tertulia intereconómica,
ese medio capaz de meter en el
saco del 15M cuarto de kilo de cebollas
en mal estado que estaban apostadas
en el lugar del crimen.
Pero la cosa llegó más lejos. Contradicciones
de la vida, los mismos
periódicos que sacaban a los indignados
a todo color en sus dominicales
publicaron un artículo del hijo de
Gallardón criticando la deriva violenta
del 15M, cuando el movimiento
nada tenía que ver con el asunto.
Extrañado y preocupado con los
acontecimientos, me apresuré a llamar
a mi madre por si había sido detenida
y de indignada había pasado a
eso que Pedro J. llama antisistema.
Para mi tranquilidad, se quedó en casa
presa del desconcierto: “Hijo, ya
no entiendo nada. Así no se puede”.
Acababa de enterarse de que la organización
del Orgullo –con una profunda
base empresarial– cobra a razón
de 7.000 eurazos la participación
de carrozas en la manifiesta LGTB,
lo que la convierte en un escaparate
fetén para empresas multinacionales
ávidas de dinero rosa. Traté de consolarla
hablando de las contradicciones
que tiene la vida, pero ella ya
estaba en otra cosa: el Pacto del
Euro la ha hecho recuperar la indignación:
“Hay tantos motivos”, me
dijo. El 15M ha hecho que yo quiera
mucho más a mi madre.
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