Suena a política ficción, a esos pasatiempos
de historia hipotética con
ciertos académicos que pasan las horas
muertas preguntándose qué habría
pasado si los rusos hubieran ganado
la Guerra Fría, si Kennedy no
hubiera sido asesinado o si Gorbachov
no hubiese dirigido la URSS.
Suena a política ficción, a esos pasatiempos
de historia hipotética con
ciertos académicos que pasan las horas
muertas preguntándose qué habría
pasado si los rusos hubieran ganado
la Guerra Fría, si Kennedy no
hubiera sido asesinado o si Gorbachov
no hubiese dirigido la URSS.
Para muchos golpistas, en cambio,
lo inconcebible se vuelve real. Un
año después del 23-F, en 1982, el coronel
golpista Antonio Tejero concurrió
en una lista a las elecciones generales.
Se presentaba con un lema,
cuanto menos, original: “¡Entra con
Tejero en el Congreso!”. Una vez fallado
el primer intento, la cosa era
conseguirlo con el voto.
Se trataba del tercer intento. Años
antes del 23-F, Tejero ya había probado
suerte en 1978. Fue en la
Operación Galaxia, plan golpista
bautizado en honor del lugar donde
se reunían varios conspiradores (la
cafetería Galaxia, hoy el impresionista
Van Gogh Café de Moncloa).
Tejero fue condenado a siete meses
y un día. Como en un “rasca y gana”,
la sentencia pudo resumirse en un
“lo sentimos, siga probando”.
En 1982, su experimento electoral
tampoco funcionó. Su partido, una
surrealista formación de extrema derecha
llamada Solidaridad Española,
obtuvo un raquítico 0,14% de los votos
(unos 28.451 admiradores del “se
sienten, coño”) y Tejero no logró el
acta de diputado con la que hubiera
obtenido inmunidad parlamentaria.
En los últimos años, el apellido
Tejero ha reaparecido espectralmente
varias veces en la sección de cartas
al director. Una vez pasada la sorpresa
inicial (“Ah, pero si sigue vivo”)
la impresión es tranquilizadora.
A sus años, el viejo ex teniente coronel
no se diferencia mucho de otros
lectores ultramontanos que entre
achaque y achaque ven a España al
borde del Apocalipsis. En 2006 lamentaba
la posible aplicación del
Estatuto. En un ejercicio de esquizofrenia
histórica, pedía a Gobierno y
partidos catalanes que “terminen esta
farsa y pidan perdón al pueblo por
el desprecio” a la Constitución.
Más indulgente fue el final de su
vida para Milans del Bosch. Además
de sacar a los tanques a la calle en
Valencia el 23-F, entre sus méritos figura
haber combatido en la División
Azul junto a las tropas alemanas y
obtener la Cruz del Hierro nazi. Fue
enterrado con honores en el Alcázar
de Toledo por defender la posición
contra las tropas republicanas. No se
trató de otro olvido de la Transición:
el entierro se celebró en 1997.
Otras veces, el golpismo puede hacer
que te ahorres unas oposiciones.
El caso de Pedro Carmona, presidente
de la patronal venezolana en abril
de 2002, es ejemplar. Conocido como
Carmona el breve, cuesta encontrar
alguien que cometiera un mayor
número de errores en un menor plazo
de tiempo. Tras el golpe contra
Chávez, derogó la Constitución, disolvió
los poderes públicos, suspendió
la Asamblea Nacional y declaró
ilegal el marco jurídico vigente.
También batió un récord: duró menos
de dos días en la presidencia, entre
el 11 y el 13 de abril de 2002. Por
sus méritos, dirige la Maestría en
Administración de Negocios en la
Universidad Arboleda (Bogotá).
Aún no se sabe qué deparará el futuro
al hondureño Roberto Micheletti.
Aznar, por ejemplo, que reconoce
un golpe de Estado en cuanto
lo ve (no en vano, fue el segundo tras
EE UU en reconocer oficialmente a
los golpistas de Venezuela) ahora
puede dar clases de Política Internacional
en Georgetown. Todavía hoy,
el mayor erudito en la materia,
Henry Kissinger, gana fortunas con
sus conferencias.
De momento, el ofuscado Micheletti
domina la lingüística creativa (el
eufemismo “sucesión constitucional”
para definir lo de Honduras es todo
un hallazgo). Si lo suyo no funciona
puede buscar otro trabajo. Siempre
habrá alguna facultad dispuesta a ficharle
para clases sobre gestión de
crisis o resolución de conflictos.
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