Un político como los de antes, concretamente como los señores feudales, así es el recién dimitido primer
ministro italiano, Silvio Berlusconi.
La ley mordaza italiana enciende la contestación de la blogosfera
- Berlusconi yéndose por la puerta.
Texto de A.D. Tackleberry / Bolzano (Tirol del Sur)
Nos apresuraremos a decir que algo bueno tenía que traer la crisis, que al menos nos han quitado de delante a Il Cavaliere de una vez. Pero seamos serios, quien venga (y quien viene tiene nombre de malvado magnate de la energía nuclear) será probablemente otro político nefasto para todo lo que es bello y sagrado, será un tío sosainas al lado de Silvio y además no le llegará ni a la suela en lo que se refiere a bizarrismo. No se me ofendan, pero pretendo dirigirme a él como Silvio en tono juguetón a lo largo de este texto. Sí señoras, con Silvio una puede ver y oír directamente lo que pasa por esa cabecita suya. Sin filtros y con poca o ninguna retórica. Y esto es impagable. Dentro de la mente del empresario advenedizo metido a político, que arrasa el monte para construir sus complejos hoteleros y envenena las aguas de nuestros queridos delfines y caballitos de mar con el diésel de sus yates. El mal.
Impagable, decía. Porque, en realidad, todos pensamos que estos son los verdaderos políticos, los que representan tan denostado oficio, los que tiran del carro. Los que subyugaron a las sucesivas generaciones de politicuchos grises de carrera y vocación, caducas todas ellas. Se hacen y rehacen con la política a lo largo de la historia, con esa soltura de puterete empoderado por milloncejos ganados de dudosa manera y pistoleros de inconfundible acento eslavo. Y nos llevan al huerto cuando haga falta, y esa es otra línea argumental potente de este libelo. Silvio el sátiro. El gran sátiro, yo aún diría.
Ese hombre priápico que teniendo la soga al cuello, al borde de la quiebra ecónomica y de un oneroso rescate que podría terminar de hundir la eurozona, se refiere públicamente a la Canciller de la República de Alemania, dueña del destino de su país en más de un sentido, del siguiente modo. Tápenle los oídos a los niños por favor, que esta balada es para vos, Frau Merkel: "Sí. Esta tipa tiene un culo grasiento realmente infollable". Plas, plas, plas. Brillante. Impagable, decíamos. Para un líder mundial inclinado al género bufo, no me malinterpreten.
Nos vamos a ahorrar mencionar el caso Ruby y otras sórdidas intervenciones de la ley en la vida privada de Silvio, porque todos estamos de acuerdo en que es un cerdo, y él también lo sabe. Porque no queremos quedarnos con el recuerdo del oportunista pervertido, sino con el del oportunista ensangrentado que acaba de recibir un catedralazo en todo el careto y que por unos momentos no tiene claro por dónde queda Roma. El imborrable recuerdo de este Cavaliere barriobajero que encaja el tremendo golpe sin una sola lágrima, sin besar el asfalto y que incluso hace amago de buscar al agresor para devolverle el favor. Imagínense a bambi en semejante papelón. Triste, ¿verdad? Por todo esto y más le echaremos de menos.
Y no sólo por sus constantes barrabasadas, cuidado, de las que ahora nos reímos porque le han dado boleto, sino por su (me van a perdonar) transparencia. He aquí un tipo arrogante, cínico, machista hasta el punto que mencionarlo te deja en evidencia, sucio y malhablado, capaz de hacer que la reina de Inglaterra pierda su cool y lo mande callar ’a la Juancar’ en medio de una recepción oficial. Un tipo infame, en suma, que hizo un arte de ser tal y con el que no cabían medias tintas. Un ser que durante unos pocos años nos permitió asistir a algunas escenas inolvidables de las que suceden en la trastienda de la política de alto standing. Sin trampa ni cartón, sin barreras ni protocolo: a tumba abierta. Como le gusta al pueblo.
Por todo ello, pero sobre todo por ponerle los cuernos a Josep Piqué, nosotros te saludamos. Hasta nunca Silvio.
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