Los hechos son conocidos: en 2008, año del Hundimiento, Aguirre se encuentra en un hotel de Bombay con un grupo de empresarios madrileños acariciando el sueño del colonialismo autonómico.

Para comprender la belleza simbólica de los zapatos de la Aguirre es necesario reconocer que la imagen pública de las mujeres políticas se puede desequilibrar por algo tan banal como la altura de unos tacones, ya que los Media en su escrutinio las someten a un doble vínculo: por un lado las mujeres deben de representarse como féminas (no hombrunas) para participar en política, especialmente con la ropa, pero por otro los valores femeninos son tradicionalmente considerados como un inconveniente para el ejercicio de esa tarea.
Ese acertijo de género que exige a las políticas que a un mismo tiempo sean y no sean femeninas, que se ocupen de la moda, pero sin parecer superficiales, sólo ha podido ser resuelto por políticas tan sibilinas como Esperanza Aguirre, que logró transformar de manera tremendista unos zapatos de tacón blanco en un signo contra la barbarie.
Los hechos son conocidos: en 2008, año del Hundimiento, Aguirre se encuentra en un hotel de Bombay con un grupo de empresarios madrileños acariciando el sueño del colonialismo autonómico cuando de pronto y en palabras de la Lideresa se desata “una ensalada de tiros” (Esperanza tenía cariño a esta expresión que vuelve a utilizar cuando dos borrachos gritan en su puerta de madrugada). La comitiva es arrastrada a la cocina, los cacharros bailan al ritmo de las balas, unos zapatos de tacón alto que llevaba se le enganchan, plano detalle, Esperanza se los desata, plano general, un cocinero indio cae en un charco de sangre (va a ser uno de los 90 que mueran aquella noche), plano detalle, Esperanza agarra los zapatos mientras pisa sangre. Corte a negro.
Esperanza es llevada en un coche al aeropuerto y en ese camino cree morir, pero una mujer que sobrevive a caídas de helicóptero y a veladas con Sánchez Dragó no se desanima fácilmente. Al final llega sana y salva a Madrid y corre a dar una rueda de prensa sin pasar por casa. Las cámaras esperan a una especie de Katherine Hepburn al final de La reina de África, pero encuentran a una política pizpireta que con sus zapatos y calcetines blancos explica sus aventuras como una niña con demasiada imaginación explicaría sus vacaciones.
Las cámaras se fijan en el icono de la historia, los zapatos y los califican de horteras. ¿Los responsables del atentado? Los periódicos utilizan las palabras “mafia”, “nigerianos” y sobre todo “islamistas”.
Aguirre mira los zapatos desde su cama y piensa que no son tan horteras como dicen y se alegra tanto cuando descubre que fueron fabricados en Alicante que accede enseguida a visitar Elda y a donarlos al museo del zapato de dicha ciudad, recibiendo el premio a la mejor calzada de 2010, que es en realidad a toda una carrera porque Esperanza siempre ha paseado con orgullo la marca España aunque sea pisando cadáveres de camareros hindúes.
Desde entonces, esos zapatos que pasaron de “horteras” a “heroicos”, de cachivaches femeninos a símbolos de la libertad, descansan dentro de una urna en una sala que creo que se llama Tacones contra el Terror, recibiendo el marco cinematográfico que se merecen. Porque esos zapatos blancos son también los de Dorothy de El mago de Oz: el instrumento intocable que sólo podía calzar una Lideresa y que nos llevará al reino mágico de Eurovegas, donde descubriremos con pasmo que detrás del gran Oz sólo está un Adelson impotente, un ladrón con un gran magnetófono y que nosotros nos hemos convertido en los hindúes que pisaba Esperanza Aguirre y su cohorte de empresarios siguiendo el camino de baldosas amarillas.
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