El ‘notevayastodavía’ de Zumarraga dedicado a Arcelor Mittal.

Hace ya un par de añitos la familia Mittal casó en Barcelona a la sobrina del propietario del emporio Arcelor Mittal en un bodorrio inmensamente cuñado con mil invitados que incluían a ‘jefes de estao’, peña de Bollywood, Mas y Trias. Una boda de cuatro días para la que se movilizó a fuerzas de seguridad, a buena parte del sector hostelero, se cerraron lugares públicos como el MNAC, y nada, como eran poca gente y eso, encima de todo pedían confidencialidad.
Cuento esto porque, después de que hace unas semanas se paralizara la producción en la Acería Compacta de Sestao –la planta en la que se concentró gran parte de la acería del País Vasco tras la reconversión industrial de los 90 y los cierres de Acenor, Altos Hornos de Vizcaya y demás–, Arcelor Mittal, propiedad del tío de la novia, también anunció el cese de su actividad en Zumarraga.
Esa misma tarde la consejera de Desarrollo Económico y Competitividad, Arantxa Tapia, compareció ante la prensa. Luego empezaron las reuniones de ‘no te vayas todavía no te vayas por favor’. El prohombre que “qué bueno es porque da trabajo a toda una comarca”. Cuándo se van a conseguir 3.000 empleos directos y ochocientosmilmillones indirectos y ‘prosperidad’ y ‘desarrollo’ dependientes de una sola persona. Voz de alarma, por favor. Pocas escenas me imagino más dantescas que el hombre que hasta hacía poco negociaba reducir algo la jornada o ‘mejorar condiciones’ pidiéndole ahora al tío que ponía eso difícil que, por favor, como está pasando en Sestao, se trabaje, al menos, los fines de semana. Estos giros nos enseñan, con razón, la trampa del mercado de trabajo. ¿No queríais reducir la jornada? Pues a eso, los jefes, también con razón, pueden contestar: “Ahí lo tenéis, la jornada completamente reducida, a cero”.
¿Qué dignidad si la dejas en la puerta cuando pita la tarjetita de fichar? ¿Orgullo obrero de qué? ¿De morirte por el amianto?
No, perdón, sí que se me ocurre una cosa más dantesca. Imaginemos que surte efecto la movilización, el ‘notevayastodavíanotevayasporfavor’ y la reunión con el Gobierno vasco. Y otra cosa aún más dantesca, que es cuando decimos que ganamos, porque en general se descojonan. Que ganamos, tú. Que hemos ganao la huelga, que la fábrica se queda porque hemos hecho aquí unas manifestaciones. Que te van a seguir robando la plusvalía a ti en vez de a unos asiáticos. Tengo el mismo alegrón que cuando me toca una despedida de soltero en un avión de Ryanair. Ganamos, por los cojones ganamos. Se quedan porque te has humillado hasta el final y ha venido el Gobierno a darles un plan de empresa y terrenos y pasta gratis para que no se vayan. Negocia el Gobierno y hablamos nosotros, los trabajadores, y usamos irremediablemente su lenguaje: la fábrica es ‘competitiva’. El mejor regalo para Mittal, el regalo del marco interpretativo, el de ‘estamos todos a una’. A ver, que a este tío LE SUDA EL NABO si es ‘competitiva’ o no la fábrica. Lo que él sabe es que puede extraer más con menos pegas en otro lado. Es el problema que plantea cualquier lógica capitalista: el de la imposibilidad práctica de parar y quedarse en un tamaño óptimo, porque la fábrica no se levantó para dar riqueza a la comarca, se levantó para dar beneficio a un accionariado que no vive en la comarca. Nosotros, que tan dignos nos ponemos pidiendo que no se vayan, somos los deslocalizados de otros. Años 70 o así: pancartas en las ciudades estadounidenses pidiendo que no se llevaran la producción a España. Mirémoslo desde una óptica socioliberal. ¿Vamos a privarles de esa ‘prosperidad’ que, decís, ha traído esta fábrica –dejando de lado accidentes laborales, muertes prematuras por inhalaciones y demás cosas– a otras partes del mundo? La rueda del daño –de la prosperidad, dicen– ha sido siempre ésa y seguirá siéndolo.
Cuando paró Sestao, José Antonio Díaz Alday, en su columna Calvario de acero [Noticias de Gipuzkoa], comentaba un par de cosas interesantes: la primera, que antes de que pasara lo de aquí, el Gobierno francés ya tuvo un problema parecido en Florange, “que supuso un duro enfrentamiento con Hollande y su ministro de Recuperación Industrial, Arnaud Montebourg, quien acusó al empresario angloindio de mentir y chantajear al Estado, amenazó con nacionalizar [amenazar con nacionalizar, ojo a este constructo. Es como si un sábado por la noche te amenazan con ligar] la siderurgia y llegó a decir: ‘No queremos que Mittal siga en Francia’”. La segunda es una afirmación de un sindicalista de la planta de Florange, que definía a Mittal como “un pachá arrogante que cree que los trabajadores somos súbditos y te hace un favor por pagarte el sueldo”. ¿No encaja todo empresario en esta definición? ¿No hay una contradicción y una derrota inherentes al hecho de querer seguir trabajando para estas personas, precisamente por la reducción hasta la asfixia del marco de lo posible y de la movilización realista?
Comentaba algo por el estilo Anna Gabriel cuando le preguntaban acerca del pacto con la burguesía que venía de manos de lo firmado con Junts Pel Sí. Tú no puedes deslocalizarte, ellos sí. Así que no, Gabriel te lo explica: no se gana, se pacta. Y pactar ya me parece un concepto demasiado generoso para describir ciertas situaciones.
Así que siempre que hay un ‘conflicto’ tengo exactamente la misma sensación: que se llama ‘victoria’ a cosas como no irte al paro. Por ‘la dignidad’, ¿pero qué dignidad si la dejas en la puerta cuando pita la tarjetita de fichar? ¿Orgullo obrero de qué? ¿De morirte por el amianto? ¿De que se muera tu mujer por lavarte la ropa perdida de amianto? ¿De morirte de silicosis? ¿De morirte en el curro, a secas? ¿Orgullo de ocupar a cada minuto, adornado de lo que sea, una situación subalterna?
Es una trampa. Ganan con eso o con lo contrario. Que se vayan.
Versión reducida del artículo publicado en Domingos en Chándal el 22 de marzo.
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