¿Y si transformamos el estrecho de Gibraltar en la franja de Gibraltar? Un enviado especial, muy especial, propone una misión sólo al alcance de gente muy patriota.
El ministro Margallo me está decepcionando mucho. Los ingleses están haciendo crecer nuestro peñón con arena robada de nuestras playas, para que así ocupe al menos medio Atlántico, y el ejército español aún no ha declarado la guerra al Reino Unido. No queda ahí la cosa: los británicos ni siquiera dejan faenar a nuestros pescadores, por culpa de esos bloques de hormigón que han arrojado al agua. Hormigas gigantes marinas atacando a nuestra gente. Es un escándalo. Pescadores víctimas de chistes malos. Horrible. Por cierto, qué cutre es el contrabando de arena. Aunque sea para hacer playas. Qué poco saben los ingleses. Bárcenas se hubiera montado una calita usando oro en polvo y olas de gin tonic del caro, con rodajitas de pepino incluidas.
En todo caso, ¿qué ha hecho el gobierno para resolver este tema? Creo que Mariano Rajoy está mirando muy fijamente a David Cameron. El primero que pestañee tiene que beber un chupito. El que además se ría, bebe doble. Margallo está jugando al FIFA con la selección española y ayer mismo ganó a Inglaterra por 3 a 1. Medidas sin duda valientes y necesarias, pero insuficientes.
No me cabe duda de que los gibraltareños están deseando ser españoles, ya que somos más guapos, tenemos mejor dentadura y unos horarios más alegres que los británicos. Incluso los monos disfrutarían de las ventajas de la españolidad, ya que podrían escoger entre seguir siendo monos (¿por qué no?) o pasar a ser toros, una vez resuelto el papeleo, claro.
Así pues, y pensando en todos los gibraltareños, he decidido poner en marcha la segunda parte de mi Misión en Gibraltar™®©. La primera fue meramente informativa: me limité a dejar post-its avisando de la futura liberación del peñón para apoyar la sin duda activa resistencia contra el inglés. Este nuevo desarrollo del plan consiste en atacar de raíz uno de los problemas más espinosos: el de las aguas territoriales. Según España, el tratado de Utrecht no dice nada de estas aguas, por lo que Gibraltar no puede ir arrojando pedruscos, mientras que los ingleses sostienen que no hay costa seca y que esas tres millas son suyas.
Mi idea es similar a la de los ingleses con la arena y su política de hechos consumados: consistiría en pasar al peñón y llenar una botella o una garrafa de agua. Poco a poco y entre todos, quizás haciendo dos o tres viajes, secaríamos esas tres millas y la convertiríamos en lo que yo ya llamo la Franja de Gibraltar. Como ellos reclaman el agua, no tendrían más remedio que reconocer que esa tierra es nuestra. ¿Y si nos piden que la devolvamos? Basta contestar que nos la hemos bebido. Es más, recomiendo beberla. No sé, por si acaso. Sí, es agua salada, pero se trata de un pequeño sacrificio por la patria.
Eso sí, hay que tomar posesión rápidamente de ese terreno y hacer lo que realmente se nos da bien: cedérselo a un americano que prometa dos mil millones de puestos de empleo en un nuevo megacasino que no se construirá jamás, pero donde se podrá fumar, traficar con órganos y disparar un máximo de quince balas por noche.
Yo salgo ahora mismo para allá. Espero que se me unan miles de patriotas con botellas de agua vacías.
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