ANÁLISIS: UN 36% DE LOS ELECTORES SE ABSTUVIERON EL 27 DE MAYO
A vueltas con la abstención

El autor analiza el aumento del abstencionismo en los pasados comicios, un
descenso de participación que ha afectado casi el doble al PSOE que al PP.

07/06/07 · 0:00
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La casi totalidad de los
análisis que se publican
sobre las elecciones -sobre
todas las elecciones-
se centran en los resultados que
se deducen de los votos emitidos.
Pero vale la pena detenerse a considerar
la otra cara de la moneda:
la abstención, que a veces ilustra
sobre la realidad tanto como los
propios votos. Vayamos a ello.

La abstención que se registró
en las elecciones de marzo de
2004 fue del 24%. En las del pasado
27-M, del 36%. Eso quiere decir
que ha habido más de cuatro
millones de electores que votaron
hace tres años y que no lo han
hecho ahora. Ya sé que unas
elecciones municipales y (parcialmente)
autonómicas no son
lo mismo que unas elecciones
generales. También hay que
contar con que se ha producido
de entonces a aquí una cierta variación
del censo electoral. Pero
cabe comparar, pese a esas diferencias,
la disposición ciudadana
a la participación electoral en
uno y otro caso.

También parece lícito prestar
atención a otro dato: el descenso
en la participación el 27-M ha
afectado casi el doble al PSOE
que al PP.
El foco principal de la abstención
ha estado en esta ocasión en
Madrid. Hemos sido muchos los
observadores políticos que hemos
señalado durante la campaña la
llamativa diferencia que se apreciaba
en el grado de interés y movilización
que demostraban los
seguidores del PSOE y los del PP.

No hablo sólo de las bases militantes -que también-, sino de los
sectores sociales de influencia del
uno y el otro. Eso cabe atribuirlo,
como se está haciendo, a la falta
de ‘gancho’ del tándem propuesto
por los socialistas, pero yo no
desdeñaría, ni mucho menos, la
fuerza desmovilizadora que ha
tenido la propia política del Gobierno
de Zapatero, incapaz desde
hace tiempo de tener iniciativas
ilusionantes para la gente que
se siente de izquierda (¡qué gran
idea echar una mano a Mohamed
VI contra el Sáhara a cuatro días
de las elecciones!) y a la defensiva
en la mayor parte de los tópicos
de agitación constante del PP.
Pero la abulia electoral de la
gente hostil al PP no ha sido un
fenómeno específicamente madrileño.

En Cataluña ha sido también
muy fuerte (46,2%) y, en el
caso de la ciudad de Barcelona
(50,6%), directamente escandalosa.
Los tres socios del tripartito se
han visto castigados por la desafección
de una parte de sus propias
bases, hastiada de su politiquería.
Sólo se han salvado de ello
las poblaciones en las que las
cuestiones específicamente locales
estimulaban el voto.

En la Comunidad Autónoma
Vasca la participación también ha
sido comparativamente baja. Ahí
se ha notado el escaso entusiasmo
de una parte de la base social
del PNV. ¿A qué atribuir el desánimo
de esa parte de la base del
nacionalismo tradicional? En mi
criterio, a la triste imagen que
ofrece el partido, con una nueva
dirección que “no da caña”, como
no sea a quienes se le oponen dentro
del propio partido, y a la ruptura
de la coalición con EA (que
se ha dado un batacazo de los que
hacen época). En cambio, la nueva
coalición Ezker Batua-Aralar
ha aguantado el tirón, pese a la
potente irrupción de ANV, en sintonía
con la ilegalizada Batasuna.
En Navarra la abstención
tampoco ha sido importante. La
presentación de una alternativa
‘creíble’ al poder asfixiante de la
derecha ha tenido mucho que
ver con ello, sin duda alguna.

En realidad, Navarra sirve de
buen ejemplo de las dos condiciones
que parecen ser necesarias
para reducir la abstención, incluso
a escala municipal, en detrimento
de la derecha. De un lado,
se requiere que la derecha ofrezca
su cara más intolerante, cerrada
y mangonera, insufrible para
los sectores de la población menos
fanatizados. Del otro, hace
falta que, enfrente, se sitúe un
conjunto de fuerzas, representativas
de la gran mayoría de quienes
se oponen a esa casta, que sea capaz
de enarbolar un proyecto capaz
de ilusionar.

Con proyectos deslavazados y
romos, como el de Madrid -y como
el del País Valenciano-, no se
va a ningún sitio. Es decir: todo sigue
igual, si es que no va a peor.

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